“Pachu me entregó”. Agonizando, Ludmila Loreley Orellana les contó a quienes la asistían en la esquina de Chaco y Génova quién estaba detrás de su crimen. Madre de dos pequeños, la chica de 22 años había recibido ocho balazos disparados por una persona con quien charló varios minutos debajo de tres cámaras de vigilancia y luego le birló el celular.
Pachu, decían en el barrio, es un hombre que tras purgar una condena a 10 años por homicidio y recuperar la libertad volvió a caer preso un año después. “No queríamos que saliera con él. Habrán salido dos veces, pero se ve que el pibe se hizo la película. La venía amenazando desde hace unos meses”, contó un familiar de la víctima.
“No sé qué decirle a mi nietito de 4 años que pregunta por la mamá. Por ahora le digo que está en el hospital”, murmuraba ayer el padre de la muchacha.
Pobreza, violencia y muerte
Ludmila vivía, como buena parte de su familia, en un pasillo de Juan B. Justo al 2000 en medio de la pobreza más extrema y desesperante que ofrece una ciudad que ya no se conmueve. Era una de seis hermanos y madre de dos pequeños: un nene de 4 años y una beba de 5 meses.
Los padres de Ludmila reabrieron hace cuatro años el comedor comunitario El Alfarero, que ganó espacio en los medios en junio de 2019 cuando uno de sus colaboradores hizo chanza futbolística que se viralizó y se convirtió en el hincha de Central conocido como “Chinwenwencha”.
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Todo parece estar conectado alrededor de El Alfarero. A uno de sus lados, está el histórico puente ferroviario, y del otro el centro de salud Juan B. Justo y el Centro Cuidar 6 Travesía. Frente al comedor está el templo del ministerio Jesucristo Pan de Día, congregación Arroyito. Y a 70 metros, en la esquina de Justo y Sabín, la cara más visible de la cuadra: el complejo Rosa Ziperovich compuesto por la secundaria 517, la primaria bilingüe 1.344 “Taigoye” y la Eempa 6313. Esos son los mojones de referencia simbólica de una cuadra sumergida en la pobreza.
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La víctima estuvo hablando con su homicida debajo de tres cámaras de vigilancia en Chaco y Génova
Todo lo que circunda al lugar donde fue asesinada Ludmila remite a otros hechos policiales teñidos de violencia territorial y muerte. Esta barriada junto a Ludueña concentran poco menos del 20% de los 208 asesinatos de este año en Rosario. En agosto de 2016 apareció asesinado con un balazo en la cabeza el jugador de futsal de Newell’s Fabricio Zulatto, enterrado en el pozo de una pocilga ubicada sobre las vías a la altura de Génova al 2000. A menos de tres cuadras, el 26 de agosto pasado hallaron buena parte de un cargamento de 1.658 kilos de cocaína de exportación en Génova y De Angelis. Esa esquina, según reportaron vecinos, fue escenario de decenas de balaceras.
Sin ir más lejos, dos días antes del crimen de Ludmila y a seis cuadras fue asesinado Sebastián Solohaga dentro de su Peugeot 207 gris en Cabal al 1000 bis.
Mensaje fatal
Según contaron sus familiares, cerca de jueves alrededor de las 21.30 buena parte de la familia salió del templo ubicado frente al comedor. De ahí Ludmila fue hacia su casa para dedicarse a sus hijos, pero casi de inmediato recibió un mensaje en su celular. Dijo que iba a la casa de una amiga, pero nunca llegó.
Alrededor de las 21.45 las tres cámaras de vigilancia ubicadas en Chaco y Génova, el límite entre Empalme y Arroyito Oeste, la captaron esperando en la vereda del playón municipal donde vendía choripanes con su madre los fines de semana y días de feria. Una esquina donde hay un mural que recuerda en azul y amarillo a Carlos “Bocacha” Orellano, otra víctima de la espiral de violencia sin razón.
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“La chica estaba parada en la esquina. Llegaron dos hombres en moto e interactuaron varios minutos. Había cierta familiaridad entre ellos. En un momento el acompañante bajó de la moto, extrajo un arma de entre sus ropas y le efectuó varios disparos”, explicó en rueda de prensa el fiscal Patricio Saldutti.
A 50 metros de la escena del crimen hay un par de cámaras de vigilancia de una empresa. “El homicidio está completamente filmado por cámaras se seguridad pública. Ahora tendremos que ver la definición de esas imágenes. No hay dudas de la mecánica del hecho. Veremos si podemos identificar a las personas”, dijo el fiscal.
Orellana recibió ocho impactos sus muslos, glúteos, tórax y pelvis. En la escena del crimen quedaron diseminadas ocho vainas servidas calibre 9 milímetros. El ataque sobre Ludmila se superpuso con la última oleada de hinchas de Central que salían del Gigante luego del partido con Estudiantes. Rápidamente la escena del asesinato fue preservada por efectivos de Gendarmería.
Como una despedida
Los familiares de la víctima, que viven a menos de 400 metros, llegaron de inmediato y se quejaron de que los gendarmes no dejaron que la muchacha fuera auxiliada y trasladada a un hospital en un auto particular.
“Ella habló con las personas que la auxiliaron y les dijo quién la mandó a matar. Pero la dejaron mucho tiempo tirada, hasta que llegó la ambulancia. Cuando la subieron a la camilla me dijo «papi, te amo». Parecía que se estaba despidiendo”, recordó el padre de Ludmila.
La chica fue trasladada al Clemente Alvarez, ingresada directamente al quirófano y cuando la llevaron a terapia intensiva murió alrededor de la medianoche en la guardia.
“A mi hija la entregaron”, sentenció el hombre que espera una operación de corazón, y sentenció: “Al que hizo esto, al que mandó a hacer esto, yo los perdono. El perdón me hace libre”.
Ayer no había una pizca de alegría ni nada parecido en Juan B. Justo al 2000. Decenas de hombres y mujeres con niños de ojos llorosos esperaban para saber dónde iban a velar a Ludmila. “Pensábamos que iba a poder ser en casa, pero nos dijeron que no se puede. Para el velatorio nos pidieron 150 mil pesos. Y por eso estamos haciendo una colecta”, explicó la mamá de la primera víctima de una saga de tres femicidios en ocho horas en una ciudad que se muestra imperturbable.
Mientras tanto dos abuelos no sabían cómo explicarle a un nene de 4 años dónde estaba su mamá y el porqué de la violencia que la fagocitó.