"¿Por cuál querés saber? ¿Por el chico que balearon anoche? Porque hace 15 minutos acá a la vuelta le pegaron un balazo en la cabeza a un vecino, ¿por qué no vas a ver?", el cronista escuchó la sugerencia de un vecino de Nuevo Alberdi donde pretendía entrevistar a los vecinos por otro tema: el asesinato de un empleado de limpieza de 25 años fallecido tras cuatro días de agonía.
Facundo Rodrigo Valdez murió la madrugada de este miércoles luego de haber sido baleado el domingo a las 5.30 de la mañana cuando terminaba de festejar su cumpleaños en su casa Joaquín Suárez al 2700. La noche del martes un joven de 24 años fue baleado en las piernas en Caracas. Y mientras el barrio digería esas novedades Maximiliano Andrés Lucero, de 32 años, caía agonizante en un charco de sangre en Matheu entre Caracas y Luzuriaga, con un balazo en la cabeza disparado por una vecina policía que intervino en una discusión barrial y cotidiana de las que hay cientos en una ciudad violenta que resuelve sin miramientos conflictos que se presentan como de poca monta. Y horas más tarde falleció.
Tres hechos violentos que tal vez no tengan puntos en común desde lo delictivo, pero que no dejan de ser parte de una sola historia: la vida diaria en los barrios de una ciudad que no deja de sorprender; para peor.
Matheu al 3400 es una calle angosta, surcada por zanjas pestilentes, rodeada de pobreza. Allí sobre las 12.30 Maximiliano Lucero se trenzó en una áspera discusión con otro vecino, pareja de una oficial que presta servicios en la comisaría 12ª de barrio Ludueña. Frente a la casa de la mujer policía vive una de los 11 hermanos Lucero.
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Por una garrafa
“Creo que el muchacho que terminó herido le reclamaba al marido de la policía algo sobre el pago de una garrafa. El pibe (Lucero) no se quería ir. Le tiró una piedra a la puerta de la casa y lo invitaba a pelear. «No te confundas», le respondió el marido de la policía. Ahí fue que apareció la mujer (la policía) y desde atrás de su pareja le disparó a la cabeza. Luego los dos se metieron en su casa y cerraron la puerta como si nada. El pibe quedó tirado en medio de la calle uno o dos minutos hasta que llegó la mujer y comenzó a pedir ayuda”, explicó una de las pocas testigos presenciales del ataque.
Lucero fue trasladado en estado desesperante por una ambulancia, ya que, según relató Luisa, la madre de la víctima, ningún policía quiso romper el protocolo de no trasladar en una camioneta policial al herido. Luisa llegó en llamas por la impotencia y el dolor. Pedía las cámaras del noticiero. No quería otra cosa. “La señora que le pegó un tiro a mi hijo es de investigaciones de la policía. Es macumbera. Vende droga. Le pido al jefe de policía que la detenga. Ella no tenía derecho a pegarle un tiro a mi hijo. El no es narco. Trabaja en una hamburguesería en la zona de la estación de trenes. Que el jefe de la policía de Santa Fe me explique porqué un efectivo de su policía me mata a mi hijo que no es un delincuente. Quiero explicaciones”, dijo Luisa, una mujer humilde de barrio pobre.
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La escena del crimen en Matheu entre Caracas y Luzuriaga, en barrio Nuevo Alberdi.
“Mi hijo agonizaba y los milicos se cagaban de risa. Todos los que ahora están ahí (vigilando la casa de la policía detenida) decían dejalo que se muera total es un negro de la villa. ¿Por qué esa discriminación? ¿Por qué fomentar tanto odio, la puta madre? ¿Por qué? Y no es porque sea mi hijo. Al hijo de nadie se lo puede matar así. De nadie. Si mi hijo fuera un delincuente, como decimos en el barrio «murió en su ley». Pero mi hijo es honesto, por el amor de Dios”. Y media docena de veces remarcó: “Pero quiero que pasen la nota”. La entrevista había sido transmitida en vivo al menos por el noticiero de Canal 3.
La tensión se palpaba en la piel. La cuadra se cubrió de móviles policiales. Y también de nenes, pibes y vecinos. “Claro, cuando hay metida una vigilanta vienen todos. Y cuando los llamamos porque nos roban no aparece un patrullero”, expresó al aire uno de los vecinos de la cuadra. El vecindario en un radio de tres o mas cuadra se junto en la esquina para observar en vivo el tema del día. La policía vivía en carne propia el sentimiento de ser visitantes. “Vamos a enseñarles a estos giles como es la cosa”, arengó un vecino en medio de gritos de júbilo de otros vecinos que lo rodeaban. Y cuando parecía que se venían las piedras y los encontronazos, todo se encauzó. Es que en realidad era tan agobiante la realidad a la vista que nadie quería más. Una realidad atravesada por las balas y la violencia.
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Policías de consigna en la escena del crimen.
Miedo normalizado
El barrio se paralizó. Lucero tenía un hijo en edad escolar. En medio de ese safari de locura y violencia quedaron decenas de docentes y trabajadores que a diario llevan un pedacito del Estado a territorios bajo fuego que debieron dirimir qué hacer en medio de un contexto de miedo normalizado. Los vecinos no dejaban de contar que la pareja detenida realizaba cultos umbandas. “Sacrificaban animales. Venía mucha gente”, explicó una vecina. “El domingo hubo un momento que cerraron la calle. Sacrificaron un chivo y algunas gallinas”, rememoró otra residente. “Estos eran remacumberos”, simplificó otro vecino. Paradójicamente frente a la casa de la policía hay un humilde templo de "La Iglesia Cristiana Evangélica Pentecostal Ruta de Cristo".
En la escena del crimen trabajó el fiscal de la unidad de homicidios Gastón Avila. En el rostro y la mirada se notaba cansancio y saturación de un turno complejo. “Un vecino discutía con el hombre de la casa de enfrente. En esas circunstancias, lo invitó a pelear, salió una mujer que sería policía y le disparó en el cráneo”, informó Avila quien se excusó por lo poco que tenía para informar. “Me acerqué por deferencia porque se que todos estamos trabajando en un contexto complejo”, explicó.
Unos minutos antes la policía había retirado de la escena a dos nenes, hijos de la mujer policía, aterrorizados en medio de una nube de policías. Y en dos móviles diferentes habían subido a la policía y su pareja llevándoselos detenidos. La más comprometida de los dos detenidos es la oficial Antonella Celeste Ortiz, de 32 años. La mujer, con 12 años en la policía santafesina, está afectada a la comisaría 12ª de Ludueña.
Facundo Valdez
En avenida Joaquín Suárez al 2700 todo era dolor e indignación. Familiares y amigos de Facundo Rodrigo Valdez esperaban que la Justicia diera la orden para liberar el cuerpo del muchacho de 25 años baleado el domingo pasado al finalizar su fiesta de cumpleaños. “No sabemos mucho sobre lo que pasó. Mi hermana estaba con unos amigos en la puerta de mi casa cuando pasó uno en moto y disparó. Tiró al grupo pero le pegó a mi hermano”, explicó el hermano mellizo del hombre asesinado.
Valdez recibió una herida en abdomen con salida y otra en la pierna derecha. Fue trasladado al Clemente Alvarez donde ingresó directamente a quirófano. “Cumplimos los años el miércoles 31 de agosto y lo celebramos el sábado en mi casa”, contó el muchacho. Horas después del ataque la brigada de homicidios de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) detuvo en Urquiza al 4600 a Luciano Angel G., de 28 años, como sospechoso de haber participado en el asesinato de Valdez. El mencionado será imputado en las próximas horas, en audiencia oral y pública, por el fiscal Gastón Avila.