Hechos, no palabras. Mientras algunos se arrastran en el fango, otros buscan salir de él. Mientras algunos sueñan con "topadoras como solución", como canta León Gieco sobre el pequeño argentinito que llevamos, otros se esfuerzan por hacer de cada lugar uno digno para vivir. Mientras algunos resbalan desde las alturas, otros emergen desde tan abajo que cuesta creer que lo hagan sin resentimientos, sin olvidar de dónde se viene y sabiendo a dónde se va. Leonardo Jesús Damboriano (28 años) está entre estos últimos.
Del relato de su vida, dura, llena de obstáculos, este jugador frustrado lejos está de buscar revancha. Al contrario, desde la miseria material y afectiva en la que se crió, aprendió a encontrar un camino de amor. Porque, ¿qué otra cosa puede mover a una persona que careció de él a afanarse para que a otros, de aquella misma condición, no les pase lo mismo? La pelota es entonces casi una excusa para un objetivo mayor: darles a pibes carenciados como el lo fue, una oportunidad para nutrirlos de conocimientos que puedan servirles en el futuro. "Futuros cracks" se llama el proyecto que lleva adelante con la Vecinal de Ludueña Norte, que no tiene fines económicos sino sociales. Que, como su nombre lo indica, apunta a que no les falte con qué defenderse cuando jueguen en serio. Al fútbol y en la vida.
Para entender el porqué de "Futuros cracks", hay que entender cómo vivió Damboriano. Un chico de tantos, de familia humilde, de numerosos hermanos y que, en su caso, ni al padre conoció. Sin madre, porque Marta falleció cuando tenía sólo 4 años, fue criado por su hermana Mónica, mientras que los otros ("Ramón, Gabriel, Sergio y Silvia, todos trabajadores") hicieron todo lo posible para darle afecto y contención, nunca suficiente. "No tuve el amor, el consejo de un padre que me pusiera límites, que me indicara el camino a seguir. Siempre tuve en claro que quería ser futbolista profesional, pero me faltaron tantas cosas que ahora que la vida me puso en otro lugar, quiero que a otros niños no les pase lo mismo y tengan esa base para ir por ese sueño".
El relato de Leo va y viene de la pelota a su hábitat natural, Ludueña Norte, adonde llegó cuando no se ataba los cordones. Ahí Damboriano jugaba descalzo en las plazas, "siempre dejando todo, porque tenía hambre de gloria, pero me faltaba la presencia de jugador, aunque ahí no lo sabía". De ahí, algunos le vieron condiciones y así empezó a peregrinar por los clubes, empezando por el club San José del barrio.
Y así, tuvo tres chances de dar saltos grandes: en Central, en Boca y en Sol de América de Paraguay. Y cada una de ellas terminaron en cachetazos. Más allá de que en algún caso se sintió usado, como cuando estaba en Casa Amarilla, vio más profundo y reconoció que “me faltaron cosas. Desde alimentos, ya que muchas veces iba a jugar sin comer, a conocimientos que no me enseñaron de chico y hasta afecto. Para llegar a ser profesional hay carencias que terminaron jugando en contra”, relata este zurdo habilidoso al que a los 15 años lo dejaron libre en Arroyito, a los 17 estuvo a punto de firmar para los xeneizes (entrenaba con Cángele, Calvo y Burdisso) con el aval de Jorge Griffa, pero un representante suyo lo perjudicó y se le cayó el mundo abajo. Entró en la mala, se deprimió pero Lito Isabella (“el que más me ayudó y valorizó”) lo encausó en Mitre de Pérez y en una gira guaraní casi queda pero un desacuerdo económico lo frustró.
“¿Por qué a mí?”, se preguntó entonces y hasta pensó lo peor. Pero una luz iluminó su vida: el amor de Gabriela y la llegada de su primera hija: Cielo (hoy de 8 años).
“No podía entender cómo yo, que no conozco quién es mi padre, era papá. Fue un vuelco total y empecé a mirar las cosas de otra manera”. El amor por el fútbol no lo abandonó y despuntó el vicio en Mitre de Pérez y se probó en Central Córdoba, mientras compañeros de su categoría llegaban a jugar, como Mariano Vigna o Gonzalo Mazzia en Argentino. “Pero claro, mi momento había pasado y ya tenía otras obligaciones”. Por eso jugó en la Rosarina en Tiro Suizo y Río Negro, después del trabajo y cuando ya habían llegado los mellizos Máximo y Nicolás (6) y Melodi (3).
Para entonces, y luego de que el ex árbitro Gustavo Herrera le abriera la puerta en la Estación de Cargas San Agustín, Damboriano empezó a caminar su idea, a hablar con los comerciantes del barrio, con la Municipalidad, con clubes que pudieran ceder sus instalaciones, pero no fue sino hasta que llegó a la Vecinal que encontró su cauce. Su presidente, Osvaldo Jesús Di Giacomo, le abrió las puertas, lo impulsó y ayudó para encontrar un campo de juego: el del club Inter, de Carriego y la vía.
Pero paralelamente, inició el curso de DT (en el Isef) para darle respaldo profesional a sus intenciones y recién ahí “empecé a darles respuestas a muchas de mis preguntas”. Y con la llegada ya de varios pibes empezó a ponerlo en práctica los martes y jueves de 18 a 19 en Inter, mientras que los miércoles su idea fue reunirlos en la Vecinal para hablar de fútbol y proyectar videos educativos porque “a los chicos hay que enseñarles desde el baby, no descriminarlos como pasa en algunos clubes”. Y para una y otra actividad siempre hay una merienda, “no para que sea una especie de copa de leche, sino para que se sientan considerados en todas sus necesidades”.
“Que Ludueña sea una cultura para ellos, que sepan hablar bien del barrio. No hay porqué avergonzarme. Ojalá que el día de mañana puedan decir que empezaron a hacer fútbol con el Leo. Hay un futuro que puede ser mejor”. Que así sea.