La hipótesis de un renunciamiento histórico es hoy, en esencia, un ensayo de laboratorio de la oposición no K. Cristina declinando ser candidata a presidente y asestándole un golpe electoral fatal a Mauricio Macri, circula cada vez menos, reducida a espacios peronistas que no crecen en la intención de voto. “Si ella se baja, gana cualquiera de nosotros. Es más: le gana el mozo de la esquina a Macri”, aseguró uno de los dirigentes con moderada instalación como candidato que milita en el peronismo no kirchnerista, mirando los monitores que reflejaban el acto de presentación de “Sinceramente” en la Feria del Libro.
Las lucubraciones sobre la candidatura de Cristina Kirchner transitan en el carril de lo paralelo a la política oficial. No sólo porque allí se muestran los datos de las encuestas “blue”, la verdaderas, la que no se someten al maquillaje de la maquinaria de asesores, sino porque nadie está en condiciones de saber qué hará la dos veces presidente. No hace falta argumentar demasiado para saber que los políticos pueden cambiar de ideología pero jamás de personalidad. Y la doctora Fernández cultivó a lo largo de toda su carrera el misterio de sus decisiones como “tiempista” electoral, y gracias a su inveterada desconfianza y, cómo no, su poca consideración por el resto del mundo que la rodea.
Las trajinadas encuestas del caso señalan que Macri y Cristina superan con comodidad el 50 por ciento del rechazo del electorado. Es decir, no se los considera como candidatos que susciten amor en primera instancia. El presidente trepó al 67 por ciento de rechazo en estos días y la ex mandataria se ubicó en el 58 por ciento, descendiendo notoriamente si se compara con los índices de enero de este año. Esto es: tienen menos intención de voto que capacidad de seducir, de movida, a la mayoría del electorado. Esto no quiere decir, explican los que trabajan con los números, que muchos de los que no los quieren opten por uno o por otro para castigar al adversario. Todo indica que octubre, si ambos son candidatos, funcionará la elección por odio y castigo antes que la del convencimiento y premio a la mejor propuesta.
La platea del jueves pasado en la Feria del libro mostró la nueva amalgama política que desea al borde del rezo la candidatura de Cristina. Desde los más incondicionales camporistas y cercanos que resistieron las tentaciones de abandonar el barco K hasta los “hijos pródigos” vueltos al redil. Alberto Fernández, el ejemplo más claro de esto, sepultó su gestión como jefe de campaña de Florencio Randazzo y de armador de Sergio Massa para lucir bendecido por la autora del libro como el referente principal. El nuevo contrato social que postuló Cristina ya está suscrito cual cláusula de adhesión por dirigentes que denostaron a la ex mandataria como Victoria Donda (aspirante a jefa de gobierno de la Capital) o Pino Solanas (quiere renovar su banca de senador) que dijo que no se puede estar haciendo polìtica mirando la historia, intentando sortear sus propios dichos: “Cristina es una impostora, hipócrita y estafadora”, había asegurado hace poco más de 4 años.
Todos ellos claman que la dirigente anuncie pronto su candidatura. La paradoja es que lo mismo piden desde el sector químicamente puro del macrismo. Marcos Peña y Durán Barba sostienen que es imprescindible para continuar con la campaña de nosotros o ella, nosotros y Venezuela, último y único recurso para evitar abordar públicamente la fenomenal crisis económica y social que golpea este mayo argentino.
¿Por qué no sería candidata Cristina? Tiene los votos, desde lo meramente empírico, que le permiten pensar en un triunfo, tiene la estructura del peronismo que, se sabe, se encolumna sin prejuicios morales detrás del que puede ganar, y tiene la el trasfondo épica de contar con una joven edad para desafiar el logro de Juan Perón de ser tres veces presidente de la nación. Cristina, de ganar las elecciones, empataría el récord de turnos presidenciales del fundador de su movimiento y llegaría a la Casa Rosada con 10 años menos que el General. Olor a bronce. Un aroma deseado por todos los que aspiran al poder y, especialmente, por ella.
Para que no lo fuera, se invocan esencialmente dos argumentos. Uno, de índole familiar, vinculado con la salud de su hija. Si es difícil escrutar la ingeniería política de esta dirigente, más lo es saber de su entorno íntimo, sin contar que profundizar allí podía ser una intromisión de mal gusto e innecesaria. El otro, político. Decir no a disputar las elecciones, sería herir de muerte a Macri. Un tercer candidato, bendecido por ella y conglomerante del rechazo al presidente, cierra toda posibilidad de reelección de quien hoy gobierna. Allí se suma el subargumento de una suerte de pacto con ese candidato para hacer cesar las investigaciones judiciales (11 procesamientos y 5 pedidos de detención) que pesan sobre Cristina. Sin naturalizar la vergonzosa y aceptada contaminación del Poder Judicial que conoce más precisamente el calendario electoral que los propios políticos, creer que la doctora Kirchner puede tener un pacto seguro de impunidad sellado, de cumplimiento concreto, por quien hoy es candidato y mañana dueño en serio del poder, es no entender la tradición de desconfianza entre los políticos en general y entre los peronistas en particular.
¿Queda alguien más por terciar en el debate? Hoy Juan Schiaretti se consagraría como gobernador de Córdoba con un apoyo de votos que luce a priori importante. En las filas K se anuncia el operativo clamor de este dirigente. Allí dicen que los que quieren cerrar el paso a Cristina imaginan dos opciones. Una es el renunciamiento de Schiaretti al ejercicio de la gobernación de su provincia ante la necesidad nacional de un candidato de unidad. La idea no cuaja del todo. Los habitantes de la provincia mediterránea son cordobeses que viven en la Argentina, y privilegiar la Nación por su tierra es un acto de traición imperdonable. La salud de Schiaretti, además, indica que está bien pero el hombre está saliendo de un shock cardiológico.
La otra opción es más estrambótica y, como tal, debe ser tomada. Un nuevo sacudón económico de las variables que inquietan a los argentinos (dólar, precios, etc.) podría azuzar el fantasma de un Duhalde del 2001. Un dirigente con experiencia, piloto de tormentas y con respeto entre los gobernadores para asumir la candidatura de emergencia.
Ahí, los que creen como religiosidad y dogma que a CFK hay que quitarla del medio a como dé lugar, lo ven al cordobés que hoy busca revalidar sus títulos.