A través de la historia es claramente notable que la única herramienta para transformar y conducir a la sociedad es por medio de la decisión y acción política. Claro que esa potestad del empleo de la ciencia política puede ser utilizada para la opresión de los pueblos o para su bienestar. La economía, una ciencia de gran complejidad que debe estar en manos de los especialistas, es sin embargo dependiente de la acción política, sea de una dictadura o una democracia.
El nazifascismo europeo, de gobiernos totalitarios y criminales, mejoró paradójicamente la calidad de vida de la gente. Alemania, por ejemplo, volvió a tener pleno empleo tras años de desocupación, miseria y hambruna originadas por la crisis mundial de 1929. De ahí en más, con el apoyo popular en las urnas, la política autoritaria hizo que se persiguiera a los opositores, el Parlamento fuese incendiado y clausurado y comenzara el delirio expansionista y asesino. Todo en un marco de expectativas de la población sobre el nacimiento de una nueva ideología que traería mil años de felicidad.
En la Unión Soviética, que duró mucho más que el nazifascismo, el culto al Estado y al personalismo de los jerarcas del partido fue minando, generación tras generación, el ideal del hombre nuevo y la política de expectativas por un mundo mejor colapsó, pese a que los bolcheviques tomaron el poder en un país casi feudal y lo transformaron en superpotencia. La falta de democracia produjo el derrumbe de una nación que había crecido económicamente y su población había tenido acceso como nunca en la historia de Rusia a la educación y la cultura. Pero le faltó la tolerancia a las libertades públicas, alejadas del pensamiento político único.
Otros países europeos emplearon la política con un criterio abarcador y, dentro del capitalismo, lograron un Estado de bienestar y condiciones sociales que se han mantenido estables durante décadas pese a las dificultades y muchos aspectos negativos de la globalización. La política es usada con bonhomía y las expectativas de la población van en ese sentido, con lo que la ciencia económica alcanza su objetivo final virtuoso: mejorar la vida de la gente a través de la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos.
La contracara son los países africanos, donde gran parte de las 54 naciones en que se dividió arbitrariamente ese continente mantienen niveles paupérrimos de vida, sufren permanentes guerras civiles y gobiernos autoritarios. Las expectativas en esa zona del mundo, como en buena parte de Latinoamérica y Asia, son pesimistas.
Después de este rápido e incompleto repaso de otras situaciones internacionales en las que la política es decisiva para el desarrollo de la economía, analizar el caso argentino es de muy complejo abordaje. Sencillamente porque las pasiones políticas están más que encendidas, aunque en realidad lo han estado así desde la misma conformación del país como Estado soberano.
En medio de una pandemia que hará que la economía de las naciones industrializadas caiga muy fuerte (la Argentina tendrá un retroceso del 11 por ciento de su PBI), hay señales de optimismo que deberán solidificarse con las acciones políticas de los gobernantes y las expectativas de la población sobre el futuro económico.
El país no tiene vencimientos de deuda por un par de años, la del FMI se está renegociando y la recaudación tributaria comienza a tener mejores números. Los agroexportadores comenzaron a liquidar divisas, el precio internacional de la soja es más que aceptable, la industria muestra signos de recuperación, hay sectores comerciales que han regresado a valores de venta prepandemia y la compra de autos va en aumento. Claro que persisten un 41 % de pobreza y empresas en dificultades a las que el Estado debió asistir a través de un esfuerzo fiscal enorme.
Si se logra transmitir a la población algo esencial y emocional, un factor clave en la economía, como lo son las expectativas futuras positivas, la situación podría mejorar en el año próximo cuando se espera que a partir del segundo trimestre la pandemia esté controlada, aunque no derrotada.
Pero, en cambio, si los sectores ligados al mundo financiero y agroexportador presionan por una fuerte devaluación del peso que favorecería a un minúsculo sector de la población el panorama se complicaría. Si logran hacer prevalecer esas expectativas de una suba desmesurada del dólar, aunque no fuesen ciertas, se produciría la profecía autocumplida, por la que los hechos anticipados serían la causa de que se tornen reales. Si este mecanismo de acción política y psicológica tuviese éxito, la economía no podría contrarrestarlo pese a las medidas que tome el gobierno para evitarlo.
Tal vez se haya logrado frenar, por ahora, ese embate devaluatorio de los últimos meses. El precio del dólar no oficial se derrumbó y eso significó una pérdida enorme para medianos y pequeños ahorristas cuyas expectativas fueron influenciadas por los sectores financieros que apostaban a una devaluación. Todo saben que en la Argentina el que apuesta al dólar “no pierde”, al menos a largo plazo, pero los intereses para manipular el tipo de cambio generan confusión en mucha gente y empresas que han perdido mucho al comprar un dólar “blue” a casi 200 pesos cuando hoy su valor se ubica cerca de los 150. Sin embargo, para cualquier economista y político está más que claro que un país serio no puede tener un dólar con varios precios y formas de adquirirlo.
Pero los argentinos, acostumbrados culturalmente a transgredir las normas y sostener posiciones difíciles de modificar aun con argumentos sólidos, las expectativas sobre el futuro son las que influyen en la economía. La única herramienta conocida para intervenir de una manera virtuosa es la toma de decisiones políticas a las que economía debería subordinarse.