Planeta acaba de lanzar al mercado un librito tan carente de rigor como entretenido, que devoré en dos noches de este verano húmedo y pegajoso, mientras a mi lado, en la mesa de luz, la copa transpiraba dulcemente.
Planeta acaba de lanzar al mercado un librito tan carente de rigor como entretenido, que devoré en dos noches de este verano húmedo y pegajoso, mientras a mi lado, en la mesa de luz, la copa transpiraba dulcemente.
"Los amantes de Coyoacán", de Gérard de Cortanze, hace centro en la célebre liaison entre León Trotsky y Frida Kahlo para relatar con amenidad los pliegues de un universo fascinante, el de la vida política, artística y cultural de la capital mexicana en los años de entreguerras.
Quien haya tenido la suerte, como yo, de haber recorrido la Casa Azul, hogar en el lujurioso barrio de Coyoacán del turbulento matrimonio que componían Frida y el muralista Diego Rivera, y que más tarde será refugio del gran exiliado de la Revolución Rusa, habrá percibido la obsesión por la belleza que caracterizaba a la pareja y también la megalomanía imperante: cada detalle de la residencia parece haber sido calculado no sólo para el disfrute sensual del presente, sino para el aplauso admirado de la posteridad.
A ese planeta turbio que constituía la dupla Rivera-Kahlo (o Kahlo-Rivera), signado por los celos mutuos y la insaciable búsqueda de amantes (mujeres, en el caso de Diego; hombres y mujeres, objetos del placer de Frida), se le agregó súbitamente la intensa presencia de Trotsky, perseguido a muerte por Stalin.
El exlíder del Ejército Rojo había llegado a México como un paria. La solidaridad del presidente Lázaro Cárdenas le permitió refugiarse en un país del cual no sabía nada, pero que no tardaría en seducirlo. Y a pesar de que había llegado en compañía de su esposa, Natalia Sedova, tampoco demoraría en caer en las redes de Frida.
Los enredos suscitados por el romance clandestino entre el gran revolucionario y la torturada artista plástica le permiten a De Cortanze ingresar, virtualmente, en el terreno del folletín. Todo se complicará aún más con el arribo a la ciudad que yace bajo los volcanes del "general en jefe" del surrealismo, el tan polémico como egocéntrico poeta francés André Breton. Curiosa comitiva integrarán Trotsky, Natalia, Rivera, Kahlo, Breton y su esposa Jacqueline (que luego, en París, terminará en los brazos de Frida) en las excursiones que emprenderán, entornados por guardaespaldas, a través de pintorescos rincones de la nación azteca. La armonía no tardará en romperse.
Los acontecimientos se sucederán, entonces, de manera vertiginosa: Trotsky, quien ya no se acostaba con Frida, terminará enfrentado con Rivera y se trasladará a una vivienda cercana, donde pese a las múltiples precauciones que tomaba sufrirá un atentado contra su vida liderado por el tan talentoso pintor como fanático estalinista que era David Alfaro Siqueiros.
La muerte, finalmente, lo alcanzará en la persona de Jaime Ramón Mercader del Río, un comunista español que lo engañó y terminó hundiéndole un piolet (herramienta de los alpinistas) siete centímetros en la frente. Inútiles fueron los esfuerzos de los cirujanos por salvarlo.
Aquel universo tan deslumbrante como terrible ya no existe más. Sólo quedan museos que lo evocan, libros que lo cuentan. Ya no hay Trotskys, ni Fridas, ni Bretones, ni Riveras. Apenas una melancolía lacerante, y la posmodernidad que lo uniforma todo.