Especialista en clínica médica y terapia intensiva, Jorge Galíndez decidió reeditar Ya no es tan grave, un libro que cuya primera edición apareció en 2005 y que repasa los años más difíciles de la epidemia del sida, y cómo se vivió en Rosario.
Especialista en clínica médica y terapia intensiva, Jorge Galíndez decidió reeditar Ya no es tan grave, un libro que cuya primera edición apareció en 2005 y que repasa los años más difíciles de la epidemia del sida, y cómo se vivió en Rosario.
La nueva versión incluye fotos, datos actualizados y un nuevo objetivo: armar una plataforma multimedia donde podrán compartirse historias vinculadas al VIH, contadas por médicos, personal de salud, pacientes, familiares, o todo el que quiere aportar su mirada y sus experiencias.
En diálogo con Más, Galíndez, Máster en Sida, jefe del servicio de Clínica Médica del Hospital Eva Perón, recordó que muchos profesionales que estaban trabajando en el Hospital Carrasco, recibieron a las primeras personas que habían adquirido el virus y tenían síntomas de la enfermedad. "Les llevaban los pacientes ahí, pero en mi caso, yo busqué acercarme al VIH/Sida. Eran tiempos en los que muchos médicos, infectólogos, evitaban el contacto con estos hombres y mujeres. El estigma, que no se terminó del todo, estaba en su máximo esplendor. Había miedo, desconocimiento, y lo increíble era que los médicos, algunos de mucho renombre, no querían atender a estos pacientes".
"Tomé una decisión. Mucho tiempo después, entendí que hasta tenía que ver con un mandato familiar además de un deseo profesional. Mi mamá era una peronista, evitista, de los años 50, ama de casa, y ella siempre nos decía a mi hermano y a mí: ustedes pónganse siempre del lado de los más débiles. Y lo decía con firmeza. Yo era chico, la escuchaba, no tomaba real dimensión de esas palabras. Pero cuando yo vi la omnipresencia de un virus que se iba a llevar por delante a tanta gente y que iba a dejar más vulnerables a los más necesitados dije: quiero estar ahí", recuerda.
También, dice Galíndez, hubo una parte estrictamente profesional en esa elección: "Lo asistencial no me cerraba si no tenía que ver con lo social, con lo político, con lo familiar. Y el sida, en ese momento, no tenía una respuesta médica, era un problema social, cultural, humano y hasta religioso".
Galíndez menciona que no había querido ser médico. "Me inclinaba por la abogacía, de adolescente. Pero la vida diaria, esos principios de mi madre, el interés por las causas perdidas, si se quiere, me llevaron a la facultad de Ciencias Médicas. Entonces me inscribí, con un amigo. En tren de confesiones, muchas veces me pregunté si era mi verdadera vocación y hay días en que esa pregunta me sigue rondando. Mi mejor respuesta es que me inclino por el compromiso y esa es quizá mi verdadera pasión".
Los primeros tiempos
Galíndez nombra varias veces al profesor y doctor Oscar Fay como su maestro en el tema VIH. "Tenía una mirada distinta, fue un visionario en la temática. El tenía claro lo que se venía en los 80, tomando como parámetro lo que estaba ocurriendo en el hemisferio norte".
Fay lo convocó para trabajar juntos. "Nunca dejaba de consultarlo. Fue el promotor del Comité de Prevención del Sida en tiempos en los que pocos se ocupaba del tema en nuestra ciudad ni en la región".
Ese comité representó un hecho histórico. Y entonces, un grupo importante de profesionales entendió que la propuesta era fundamental, y se sumaron. "El avance de la epidemia empezó a ser una preocupación en el ámbito de la medicina local. La pata política estaba presente, pero después esos se fueron y hubo una especie de refundación de ese comité. Y se alumbró la mejor etapa y la más productiva, la que más me entusiasmó".
Rosario era mencionada en aquellos tiempos como la capital del Sida por el alto número de personas con el virus, según el Programa Nacional de Lucha contra el Sida. "Queríamos sacarnos ese estigma de encima y laburamos para eso", señala Galíndez, quien asegura que se logró pasar a un calificativo mucho más justo: "Rosario, la capital de la lucha contra el sida".
Increíblemente, señala, hubo quienes propusieron que así como existían los leprosarios se crearan los "sidarios". Muchos profesionales, dice el médico, insistían en que los pacientes sólo se atendieran en el Hospital Carrasco.
"Había insensiblidad, discriminación y sobre todo falta de conocimiento y de ideas superadoras. Yo lo veía de este modo: era un tema complejo y la solución no iba a ser sencilla".
Galíndez se detiene a recordar al primer paciente. "Me llaman porque había una persona que tenía sida y estaba en la Sala Policial del Eva Perón. Yo estaba en el Hospital Provincial, en ese momento, trabajando. Cuando llegué a Granadero Baigorria, al Eva Perón, estaban todos los medios de la ciudad. Les conté a los periodistas lo que sabíamos del sida, del VIH, que sólo se transmitía por relaciones sexuales sin protección o con contacto con sangre infectada. Era enorme el desconocimiento de la población".
El médico recuerda que entonces, cuando ingresó a la sala, vio a un muchacho joven, cubierto con una frazada y a un policía que lo controlaba, alejado varios metros. "Me la pasé hablando y hablando, explicando en el camino a todos que no se contagiaba por el aire ni por tocar la frazada ni por tocar toallas. Pero debo admitir que cuando me acerqué al muchacho sentí algo parecido al miedo. ¿Qué hice? Me sobrepuse y avancé. Le dí la mano, le expliqué que creíamos que tenía VIH, intenté llevarle tranquilidad. Cuando regresé al Provincial me sentí feliz. Era por ese lado, pensé".
El libro escrito por Galíndez repasa muchas historias. De dolor, de temor, de ignorancia respecto a esa epidemia que, decían, avanzaba sin pausa y "castigaba" a los homosexuales, a los promiscuos, a los malos. También dedica varios capítulos a los avances médicos y científicos y a un cambio beneficioso de mentalidad (a nivel social), lento pero sin pausa, que hay que seguir sosteniendo y apuntalando.
La esperanza
"Nos reuníamos en seminarios, congresos, en distintos lugares del mundo. Médicos preocupados por entender qué teníamos enfrente. Pero todo era depresión, bajón, dudas...
Recuerdo que la primera lucecita que aparece es cuando se menciona al AZT, algo que podía ayudar. Pero recién en 1997 en el Congreso Mundial de Sida, un médico, chino, pero que vivía en Nueva York, se paró y dijo: se viene el cóctel de drogas. Y agregó: peguen rápido, peguen fuerte. Yo estaba tan emocionado que cuando llegué a Rosario llamé a la radio, hablé con Armando Cabrera, que estaba en LT3 y le dije que teníamos una solución para el sida".
En Rosario se comenzó a indicar el cóctel de drogas en 1999.
"El libro se llama Ya no es tan grave, porque no lo es. Pero no pretende minimizar el impacto del sida en la salud, ni promuevo que hay que relajarse. No es tan grave, pero es grave, y si bien se avanzó mucho en calidad de vida, en detección precoz, en prevención, queda mucho por transitar. La discriminación está vigente. ¿Es mejor que antes el panorama? Obviamente, pero todavía hay temores ocultos. Pido a toda persona que lea el libro, que lea esta nota que piense con honestidad: ¿qué siento cuando tengo frente a mí a una persona con VIH? Ahí tendremos las verdaderas respuestas", reflexiona Galíndez.
En el libro, el jefe de Clínica Médica del Eva Perón nombra a muchos colegas que pusieron el hombro y el corazón para intentar cambiar la historia de la epidemia en Rosario. José Biglione, Guillermo Weisburd, Carmen Martearena, Sergio Lupo, Patricia Ramos, Mónica Gustafson, Griselda Kopeki y el odontólogo Santos Coppi, aparecen, entre otros.
"Ellos fueron fundamentales. Pero los protagonistas del libro son los pacientes. Pasamos de no tener nada para ofrecerles a tratamientos altamente efectivos. Vivimos hoy un tiempo de mayor optimismo y confianza pero sigo creyendo que lo que más necesita una persona con esta u otra enfermedad es una mano amiga, un médico que pueda decirle: no te vamos a dejar solo".