Habla de manera pausada. Se expresa con las palabras justas, elige, serenamente, qué decir y qué resguardar.
Habla de manera pausada. Se expresa con las palabras justas, elige, serenamente, qué decir y qué resguardar.
Fabiana se emociona en algunos tramos de la charla pero solo sus ojos delatan el impacto de lo que está recordando.
Pasaron dos años del día en el que sintió una molestia en la zona abdominal, a la derecha de su cuerpo. Los controles clínicos mostraron algunos cálculos en la vesícula y una mancha en el hígado descripta en un primer momento como adenoma, un tumor benigno que había que controlar.
Irrumpió la pandemia y durante esos primeros meses el tumor comenzó a crecer, por lo que hizo falta una primera cirugía.
Entonces, aquello que parecía algo “manejable” desde el punto de vista médico se transformó en una situación compleja a partir de un diagnóstico poco frecuente: leiomiosarcoma, una tumor hepático maligno con mal pronóstico.
Y, con la sorpresa y la incertidumbre, llegaron las consultas a expertos de Rosario y Buenos Aires.
Y volver de la capital con dos rotundos no. Los que de una manera u otra le pusieron en frente lo que parecía irremediable: “No hay mucho más para hacer”.
Fabiana, rosarina, 50 años, mamá de una adolescente, en pareja, profesional del área de salud, contenida y acompañada también por dos hermanas de fierro tuvo, sin embargo, una oportunidad, cuando casi todo parecía estar en contra.
Fueron los integrantes del equipo de la Unidad de Trasplante de Hígado, Páncreas y Vías Biliares del Hospital Privado de Rosario (HPR), del Grupo Gamma _encabezado por los cirujanos Daniel Mahuad y Daniel Beltramino_ quienes se animaron a correr esos límites que a veces impone la medicina.
Tomando todos los recaudos, con el respaldo del conocimiento y la experiencia, le ofrecieron una intervención muy poco frecuente, riesgosa (desde ya), pero que anidaba nada menos que la posibilidad de que siguiera viviendo.
Así se realizó el primer autotrasplante hepático del interior del país, que tiene como antecedentes menos de diez casos, realizados en tres centros de referencia de Buenos Aires.
A los nueve días de la intervención, que se hizo el 30 de noviembre, la paciente pudo regresar a su casa.
“A fines de 2019 empecé a sentir una molestia del lado derecho. Hice una consulta médica y me dijeron que no era nada significativo. Detectaron cálculos en la vesícula y en uno de los estudios por imágenes vieron algo en el hígado. Me diagnosticaron un adenoma, una tumor benigno y me explicaron que salvo que creciera mucho, lo que era poco probable, no había ni que operar”, cuenta Fabiana, que recibió a La Capital en uno de los patios del HPR, al salir de uno de los controles postrasplante.
Ella, que nunca había pasado por ninguna situación (ni siquiera mínima) en relación a su salud y que tampoco se sentía enferma, siguió adelante con su vida.
En plena pandemia trabajaba en forma virtual, hacía gimnasia, acompañaba a su hija con las tareas escolares. Pero el tumor no le daba tregua aunque ni siquiera advirtiera ese crecimiento descontrolado.
Fue en uno de los controles médicos programados donde le anunciaron que las cosas estaban empeorando.
Llegó la primera cirugía y por el lugar en el que estaba alojado el tumor no pudieron extraerlo por completo. La quimioterapia fue entonces el camino elegido por los médicos que la atendían en ese momento y que permitió frenar el avance de la enfermedad, pero no curarla.
“Al terminar los ciclos de quimio me evaluaron nuevamente y me explicaron que si había una opción era otra vez quirúrgica. Si bien yo había consultado con el doctor Mahuad, y desde el primer momento sentí una confianza enorme, como suele suceder en estos casos, hice otras dos consultas en centros de referencia de tumores hepáticos en Buenos Aires. Allí me dijeron que ya no era operable”.
El sol de diciembre empieza a sentirse en el mediodía rosarino. Hay apenas una brisa, muy leve, que permite seguir charlando un rato al aire libre, barbijos de por medio.
A pocos metros está el marido de Fabiana, quien unos minutos antes de que ella comience la entrevista, explica lo que pasó con detalles precisos y lenguaje médico, ese que muestra lo impregnado que estuvo y está con lo que le tocó atravesar a su pareja.
“Y siempre estuvo así, con esa tranquilidad con la que la ves”, dice con orgullo y emoción.
El autotrasplante, explica el cirujano Daniel Mahuad, es una “técnica de cirugía en la que se piensa cuando existe un gran tumor hepático que compromete las arterias y las venas que entran y salen del hígado”. Y agrega: “Permite extraer el hígado del cuerpo, sin sangre, operarlo fuera del cuerpo del paciente, quitar el tumor, reconstruir arterias y venas y volver a implantar una porción de ese órgano para que la persona recupere sus funciones vitales”.
El desafío, puntualiza el médico, “es que, para hacerlo, tenés que dejar al paciente sin hígado por unas horas, cuando se trata de un órgano vital; eso requiere técnicas de anestesia y circulatorias especiales para poder mantener al paciente vivo mientras uno, como cirujano, opera fuera del cuerpo el hígado”.
El trabajo de un gran equipo es lo que los profesionales destacan todo el tiempo. “Nada de esto hubiese sido posible sin el respaldo que nos da el hecho de trabajar con personas excelentes y entrenadas, y una institución que nos respalda”, señala Beltramino y nombra especialmente a otros miembros del equipo de hepatología, como los especialistas Andrés Ruff y Melisa Dirchwolf, el anestesiólogo especializado en trasplantes Bruno Di Mónaco, los cardiólogos, instrumentistas, camilleros, enfermeros, administrativos.
“Después de la operación, que duró doce horas, venía la persona que se encargaba de ordenar mi cuarto y me preguntaba cómo estaba, o quien me llevó en la camilla me lo contaba con orgullo. Cada palabra, cada gesto de mi familia y del personal de salud tuvo que ver en mi recuperación. Aunque es cierto que una pone el cuerpo, una es la que pasa por la quimio, las cirugías, los chequeos, también es verdad que el entorno afectivo y la calidad humana de los médicos y de todo el personal tienen un valor inmenso”, relata.
“El médico que pensó en esta intervención me escuchó y explicó con detalle cada paso desde el primer momento y lo hizo con empatía y de una manera cercana, muy distinta a lo que una está acostumbrada con los cirujanos, que suelen ser distantes, algo que no comparto para nada”, destaca.
Minutos después Fabiana recuerda especialmente (ahora sí con lágrimas que no quiere retener) un momento crucial que quedará por siempre en su memoria: “Cuando Mahuad me revisó la herida después de la operación me pidió que me parara. Pensé que era para seguir controlándome, pero me dio un abrazo”.