Los aumentos en los impuestos, el alquiler y los servicios, la inflación que no da tregua y otras variables como el boleto de colectivo y el combustible no paran de horadar los bolsillos de los rosarinos, cuyos sueldos suben por la escalera mientras los precios se toman el ascensor. ¿Cómo golpean estas variables en la vida cotidiana, en la organización del hogar? Cuatro personas con diferentes ocupaciones y situaciones contaron a La Capital cómo sintieron la crisis de la pandemia en sus economías domésticas: qué costumbres cambiaron, qué tuvieron que resignar y cómo hacen para sobrevivir en medio de la incertidumbre.
Gabriel (33), tiene tres hijos en edad escolar y alquila. Es padre separado y comparte la custodia. Empleado jerárquico en una cadena comercial nacional, gana 68 mil pesos por mes, de los que dispone 17 mil para el alquiler de una casa de dos dormitorios en zona oeste y 8 mil para una cuota de un plan Procrear que sigue pagando con la madre de sus hijos, el otro hogar en el que viven. El gasto más fuerte es en comida, un 35 por ciento.
En servicios e impuestos se le va otro 10 por ciento de su sueldo. Sus niños van a una escuela pública, por lo que en ese rubro solo invierte en útiles, ropa y clases particulares de inglés, un 10 por ciento de lo que gana. En transporte (tiene auto, pero también usa la bicicleta para distancias más cortas), gasta el 10 por ciento restante.
En cuanto a los cambios desde que llegó la crisis, tuvo que dejar las salidas a comer o a tomar algo en un bar, y restringir otras actividades recreativas como juntarse a comer un asado con amigos. En el trabajo siempre almuerza comida en tuppers que se lleva de su casa, ya que comprar alimentos preparados está fuera de su presupuesto. Además, para los niños empezó a reciclar ropa y útiles de años anteriores.
“Es sobrevivir. Cero lujos, con lo justo y haciendo todo uno por su cuenta. Si podés ahorrar un poco un mes, al siguiente te surge un imprevisto y lo tenés que gastar. No quedó espacio para nada. Tampoco me estoy muriendo de hambre, pero se vive con lo justo y eso que tengo un sueldo por encima de la media”, apunta. Sin posibilidad de proyectar demasiado, asegura que si hace un gasto grande para darse un gusto, sabe que tiempo después lo va a sufrir y se va a preguntar por qué lo realizó.
Vivir para trabajar
Sebastián (29) trabaja en un local de indumentaria en uno de los shoppings de la ciudad. A principios de 2020, antes de la pandemia, pudo irse de la casa materna a vivir solo en un departamento de un dormitorio en el macrocentro rosarino. Hoy llega a fin de mes a duras penas. Con varios años de antigüedad, su salario de empleado de comercio es de unos 57.000 pesos, de los que debe separar 14.500 pesos para el alquiler todos los meses y 3.000 para las expensas.
Entre impuestos y servicios, tiene de gastos fijos 2.800 pesos. A comida dedica unos 3.000 y a sostener el hábito de fumar, su única debilidad, otros 3.000 pesos, calculando un atado de cigarrillos cada dos días. En transporte, moto y auto, obla 4.200 pesos. “Pasé de trabajar para vivir a vivir para trabajar. Laburo todo el día, porque de otra forma no me alcanza”, afirmó el joven.
Además, detalló que en el trabajo no le pagan las horas extra, pero le obligan a quedarse horas de más. “Tenemos que hacer 42 horas semanales e hicimos 48”, se quejó, y dijo que comenzó con un emprendimiento de mermeladas caseras para engordar un poco la billetera. “Suma algo, pero de todos modos no alcanza, la canasta básica está en 60 lucas. Por lo que no te podés dar ningún lujo”, explicó.
Camila tiene 23 años y es oriunda de un pueblo a 100 kilómetros de Rosario, pero vive en la ciudad con su hermana por motivo de estudios, ya que cursa en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). “Para subsistir gasto unos 15 mil pesos por mes. Colectivo no uso, ya que vivo cerca de la facultad. Ya no hago tantas salidas como ir a bares”, admitió. Contó además que pagan poco de alquiler, aunque es un departamento de dos dormitorios, porque contrataron por dueño directo a un conocido. También utiliza todos los días el comedor de la universidad, donde almuerza y cena por 45 pesos, y desayuna por 25 pesos. “Y si tengo que comer en casa, casi no hacemos carne”, detalló.
Victoria (22) estudió relaciones públicas, se recibió, y trabaja medio tiempo en diseño digital de manera independiente. “Me recibí el año pasado, pero todavía no encontré laburo de eso. Decidí seguir estudiando en la universidad y gran parte de eso es gracias a mis papás que me bancan. Sigo viviendo con ellos porque sola sería imposible. Mis ingresos rondan los 10 o 15 mil pesos por mes”, detalla. Se mueve en colectivo, y al vivir afuera de Rosario, en Villa Gobernador Gálvez, antes de la pandemia destinaba entre 500 y 900 pesos por semana para ese fin. Hoy dice que sale mucho menos a comer afuera con sus amigos, e intenta que sea dentro de la ciudad en la que vive, porque en Rosario es mucho más caro. “Consumo mucho menos que antes sin duda. Y cada vez que voy al súper estoy media hora comparando los quesos crema, a ver cuál me conviene llevar”, dice con algo de jocosidad. Una postal de lo que le pasa a muchas otras personas de clase media.