"Imprescindible" fue la más recurrente. Luego, "padre", "comprometido", "incansable", "servidor público", "ético", "estadista", "todoterreno", "luchador", "ejemplo", "perseverancia", "laburante", "obsesivo", "generoso", "humilde", "respetuoso", "huella", "compañero", "hacedor", "militante", "gran militante", "líder", "futuro", "abierto", "orfandad", "imparable", "típico ingeniero" y "hosco".
Las palabras y buenas valoraciones parecen las que acompañan a los próceres en los manuales escolares. Pero no: son las que sobrevolaron el austero encuentro, con poca distancia social, a modo de velorio que se organizó por el ex intendente, gobernador y diputado de Santa Fe, Miguel Lifschitz, en la Biblioteca Argentina. Expresiones de sus cualidades se sumaron a sentidos abrazos, llantos y aplausos. Retratos y semblanzas en el adiós.
En Pasaje Alvarez al 1500, desde temprano se había marcado la cancha con claridad. De la reja hacia adentro de la biblioteca, era el lugar para los íntimos, los que sentían pena, respeto u obligada presencia. Vestidos con colores oscuros, solemnes, tristes, con barbijos pero con inevitables abrazos. Recibiéndolos, varias banderas anudadas con señas de las empresas de Transporte público de pasajeros, más dos coronas con infaltables rosas rojas para el hombre de un partido que hizo emblema de esa flor.
"¿Podemos entrar?", preguntó una periodista con tono norteño. "Se puede creo, pero nadie lo intentó, quedándonos en la vereda no molestamos", contestó una movilera de la prensa local. El diálogo se dio antes de las 10, hora que se había anunciado ya, por todas las radios y webs, que pasaría por allí el cortejo fúnebre para la despedida final a Lifschitz.
Antes de eso fueron varias las personalidades políticas que ingresaron al funeral. Desde la vereda se los vio tanto a socialistas y referentes de partidos opositores; jóvenes y no tanto, los que pudieron trabajar codo a codo con él y quienes se enfrentaron.
Curiosamente al saludarse, los varones se dieron tres palmadas firmes en la espalda, como un signo fraterno, más allá de las diferencias partidarias. Las mujeres, en cambio, se fundieron en abrazos y, muchas, en sollozos.
En un momento llegaron desde la esquina de calle Paraguay varios jóvenes a pie, con atriles y banderas en las manos. Armaron con celeridad y austeridad, un altar: exhibieron una foto de un Lifschitz sonriente, con camisa celeste, junto a tres banderas (la Argentina, la provincial y la municipal) y luego alguien colocó dos coronas más. Se leía: "Partido Socialista Provincia de Santa Fe" y "Gobierno provincial de Córdoba, Juan Schiaretti y Señora Esposa". Lo público y lo privado.
En medio de una pintura colectiva de caras conocidas y repetidas en la prensa actual, apareció sola, completamente canosa y cabizbaja una mujer apoyada en un bastón. Signo político de otros tiempos, entró lentamente la médica Elda Serrano, promotora y responsable por años del Programa de Salud Integral de las Mujeres en Rosario. Fue recibida con recogimiento.
La primera semblanza que se escuchó en la mañana, que de golpe se volvió destemplada y con poco sol, salió de boca del secretario de Salud municipal, Leonardo Caruana, quien como un llamado de conciencia dejó en claro que Lifschitz nunca llegó a vacunarse ni salió del estado crítico durante su internación.
"Siempre decía Miguel que los tres, Hermes (Binner), Antonio (Bonfatti) y él habían manejado su auto a su modo, pero todos hacia el mismo destino: Santa Fe". Lo comentó Caruana como pintando diversidades de la tríada de socialistas que se sentaron en el sillón de Brigadier López.
Y se oyeron dos imágenes más que trataron de despegar entre sí a cada uno de los ex gobernadores nacidos en las huestes de Estévez Boero.
"Al morirse Miguel se desarmó el mediocampo de un equipo", dijo futbolísticamente uno.
"Lo de Hermes era una muerte que se venía duelando, la de Miguel no: él era el futuro para los jóvenes de este partido. Creíamos que saldría y a los pocos días estaría trabajando, como siempre hacía. Tenemos que preguntarnos todos si vale la pena anteponer el trabajo a la salud", desafío otra, enojada ante una realidad que le golpeaba en la cara.
Los movileros y movileras; fotógrafos y fotógrafas abordan al intendente Pablo Javkin al llegar a la cita. El primer mandatario de la ciudad , ahora en el despacho que ocupó Lifschitz, homenajea. Dice "Miguel es" y reconoce que "hace minutos nomás" miraba aún los planes y proyectos de quien llega para despedir. Javkin analiza y también cuenta una anécdota que pintará de cuerpo entero a Lifschitz. "En pleno enero estaba en Villa Ana, esa era su personalidad".
Mientras sigue la nota, en la esquina del pasaje y Presidente Roca, el ex gobernador Antonio Bonfatti, habla en un rincón por celular, junto a su esposa, visiblemente conmovida.
"Disculpe, estaba atendiendo nota de una radio", se excusa ante La Capital. Y dice lo primero que siente. "Un dolor muy grande. Fuimos compañeros durante 40 años, compartimos ideales. Un tipo incansable".
"¿Perdió a un amigo?", se le pregunta. "Perdimos a un gran militante", asegura Bonfatti antes de caminar hacia donde está el tumulto.
En medio de los que entran y salen de la escena aparece una mujer andrajosa vendiendo pañuelos descartables. Nunca más oportuna. Se pierde entre los amigos y compañeros dolientes de Lifschitz y logra juntar unos pesos.
Salen todos los que estaban adentro. Traspasan la reja y se alinean en el cordón de la vereda con una rosa en la mano. Lo único que queda por esperar es al séquito. Una mujer se abraza a otra y lloran con desconsuelo: una es huertera; la otra, militante de la localidad de Alcorta. La espera se llena de más abrazos y ojos enrojecidos.
Pero en medio del desconsuelo llegan unos jóvenes y rompen con todo luto. Despliegan una bandera roja de "Juventudes socialistas rosario", entre ellos un estudiante de 23 años, de nombre Gino, con rastas y un barbijo con la bandera argentina y la rosa roja en un ángulo. "Nos los hicimos el 20 de junio del año pasado", dice aportando precisión.
Se hace un silencio espeso que rompe de golpe la sirena de una moto. No es una: son tres y detrás de ellas aparece una gran camioneta funeraria blanca que transporta los restos sin vida de Lifschitz. De "Miguel", en verdad, como le grita la mayoría al decirle "gracias".
Desde el grupo de jóvenes abanderado uno revolea un trapo rojo. Todos aplauden. Una chica corre por la terraza de la clínica lindera a la biblioteca hacia la calle y una no puede dejar de pensar que es quien tiene la imagen más clara y completa de ese momento.
Otras y otros salen a los balcones cercanos, el de la clínica y el de la Defensoría del Pueblo. Un joven que juntaba hojas amarillas con un rastrillo en la plaza se detiene, como quien se saca un sombrero ante un duelo. La estampa queda capturada en un único aplauso. Que parece no terminar. Y vuelan rosas hacia el cielo, y caen: en el techo de la camioneta y en la calle. Fotos, más fotos e imágenes con cámaras y celulares.
Arranca el vehículo y un hombre lo corre detrás unos pasos y se persigna ante un momento que no tiene ningún rasgo religioso. Como son los ritos: íntimos, propios, eclécticos. Dolorosos.
Siete autos integran el cortejo que terminará en Funes. Quedan pétalos en la calle, alguien repite la palabra "imprescindible", la más escuchada, y se siente que allí recién empieza el duelo colectivo.