La plaza 25 de Mayo ya tenía su capilla, la que varias décadas después se convertiría en Catedral. Alrededor de ella y sobre sus calles de tierra se fue construyendo Rosario. En 1851, un año antes de ser declarada ciudad, contaba con tres mil habitantes. Menos de veinte años después ya eran 23 mil y para el nuevo siglo Rosario ya había sufrido una explosión demográfica: 125.500 personas vivían en la ciudad portuaria. Fue esa plaza, la que vio nacer la ciudad, el escenario de los festejos de carnaval durante buena parte del siglo XIX. Sin embargo, durante un largo tiempo estas fiestas fueron controladas por las autoridades municipales instaladas allí desde 1852.
“El festejo de carnaval del siglo XIX era bastante restrictivo. Estaba bastante claro dónde, cuándo, qué y quiénes podían hacer tales y cuáles cosas. Por ejemplo, prohibieron los juegos con agua y las detonaciones; los disfraces que ofendiesen a la moral (por ejemplo, los que implicaban cambio de género) o afectaran investiduras públicas (disfraces que incluyeran a autoridades militares, policiales y eclesiásticas). Esos controles se mantenían sobre todo en la zona del centro donde la autoridades eran muy estrictas. Era el espacio de los corsos oficiales, donde hacía su figuración la élite de Rosario. Sin embargo, era muy difícil mantener ese tipo de vigilancias y controles en zonas más alejadas de la ciudad como los barrios”, relata el docente, investigador del Conicet y director del Centro de Estudios Culturales Urbanos de la Facultad de Humanidades y Artes UNR, Diego Roldán.
El 1 de enero de 1902 se inauguró el Parque Independencia. La ciudad había crecido y necesitaba un pulmón verde donde sus ciudadanos pudiera disfrutar de la naturaleza. Y fue allí donde se trasladaron los corsos del carnaval. Sobre Bv. Santafesino, hoy Bv Oroño, se desplegaron los festejos de la elite organizados por la Municipalidad. “Esto no fue un obstáculo para que se desarrollaran corsos barriales. Especialmente, en algunos barrios que tenían una impronta muy específica y que estaban localizados bastante lejos del centro. Fueron los casos de los barrios Saladillo, Arroyito y Belgrano”, destaca Roldán. Aquellos corsos barriales eran “un poco menos impactantes” pero también escapaban mejor al control estatal y estaban menos regulados. Los juegos con agua, que implicaban importantes batallas de mujeres contra varones, se daban con mayor libertad en estos festejos, así como también los disfraces, estruendos, tiros al aire y bailes de todo tipo.
Además, con el tiempo se fueron popularizando los bailes en los distintos clubes de la ciudad. Fueron una marca de los festejos que atravesaron las distintas décadas del siglo XX. Newell Old Boys, Gimnasia y Esgrima, Provincial, todos ubicados en el gran parque, comenzaron a ser los grandes escenarios nocturnos que congregaban a los rosarinos. Pero también los clubes de barrio organizaban los eventos multitudinarios. El Tala, Unión Americana, Sarmiento, Hindemburg, Onkel fueron conocidos por su bailes de carnaval, sobre todo a partir de la década del '30 cuando empezaron a aparecer cada vez más estos espacios en los barrios. En todos estos casos la celebración también resultaban focos de recaudación importantes para estos espacios.
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Frente del Club Tala en 1959 para el festejo de carnaval. Los clubes fueron los espacios por excelencia para disfrutar de los bailes.
Foto: Museo de la Ciudad
Poco poco, con el pasar de las décadas, el afán municipal de controlar el festejo fue amainando. “Se pasa de un modelo más disciplinario y de vigilancia a otro de control más flexible, con un número decreciente. Si bien en principio la sociedad civil era la fuerza protagónica de la organización de los carnavales, lentamente los poderes públicos son los que se encargan ya no solo de garantizar la seguridad de la fiesta y su orden sino también de fomentar su realización y promoción. Inicialmente el municipio estaba tratando de controlar y vigilar esos carnavales. Luego está más preocupado por gobernarlos, conducirlos, armonizarlos e incluso impulsarlos”, sostiene Roldán
Fue a partir de los años ‘30 cuando la municipalidad se empieza a involucrar en la promoción de estos eventos. Pero también hay un boom de festejos: una multiplicidad de carnavales en la ciudad. Ya no son las familias más pudientes las que organizan la festividad, ahora los carnavales tienen sus focos en los barrios. El centro pierde fuerza en comparación con años anteriores y son los barrios los protagonistas. Ya en la década del 50 los carnavales de Rosario gozaban de amplia popularidad, no sólo localmente sino también a escala nacional. Grandes figuras, como el gran maestro Osvaldo Pugliese, actuaban frecuentemente en los bailes rosarinos.
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El director de la Escuela Musto, José Colombo, junto a Teresa Colombo armando los famosos cabezudos para el Carnaval.
Foto: Museo de la Ciudad
Los carnavales de Carballo
La década de 1960 llegó con una novedad. El intendente Luis Cándido Carballo, quien es recordado por haber tenido un perfil modernizador y, al mismo tiempo, por construir un vínculo fuerte con las vecinales, tomó las riendas del festejo y organiza un carnaval en 1961 que será recordado hasta el día de hoy. Es él quien organiza el Primer Carnaval Internacional y que resultó ser una fiesta multitudinaria donde todas las clases sociales invadieron el Parque Independencia. Tanto fue el éxito que este festejo tuvo otra edición en 1962, ya bajo la intendencia de Daniel Gorni El diario La Capital hizo un minucioso relevamiento de aquellos primeros festejos dando cuenta cada uno de los espectáculos que se brindaban, no solamente sobre Bv. Oroño, sino también en cada club y en cada barrio. El cronista que presenció la fiesta del parque primero escribió, con desconcierto, que el centro de la ciudad estaba vacío un sábado por la noche. Algo que, aparentemente, resultaba inusual en la época. Y destacó: “El Parque se convirtió en un hormiguero de gente. Tanto entrar como salir del corso; moverse hacia el lago o hacia las calesitas, querer ver las carrozas, todo resultaba difícil”. Algunos calcularon que 400.000 personas estuvieron en el Parque Independencia en aquel Carnaval.
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Entrada al Carnaval de 1962 en la intersección de Bv. Oroño y Av. Pellegrini.
Foto: Museo de la Ciudad
Serpentinas, máscaras, cabezudos, disfraces de todo tipo, carrozas representando distintos países, la elección de la Reina y Princesa del Carnaval: en los carnavales de Carballo pasaba de todo. Hasta el Laguito se disfrazó en aquella oportunidad, emulando los canales de Venecia surcados por gondolieris y con luces tenues. Sin duda, el personaje más recordado es el Rey Momo, también conocido como el Poeta Aragón. Un personaje típico de la ciudad de Rosario por aquella época que con traje de gala, bastón y sombrero de copa, daba el inicio al corso, en carroza o auto, que se desplegaba por Bv. Oroño desde el Laguito hasta la Sociedad Rural.
En aquellos días, personajes de todo tipo se presentaban en los clubes a tocar su música. En La Capital se promocionaba el show de Juan D’Arienzo y Varela Valerita, que se presentaban dos días consecutivos en el Club Provincial. Folklore, tango, jazz, artistas nacionales e internacionales se acercaban a festejar el Carnaval en la ciudad.
Carroza del Club Gimnasia y Esgrima de Rosario en los carnavales por Bv. Oroño. c 1960_Archivo Fotográfico Museo de la Ciudad.jpg
Carroza del Club Gimnasia y Esgrima de Rosario, un club que fue un referente de los festejos de carnaval en la ciudad.
Foto: Museo de la Ciudad.
La dictadura militar que comenzó en 1976 frenó la festividad. Los carnavales fueron regulados y sancionados pero, lo más importante, se eliminó el feriado, imposibilitando a muchísimas personas participar de los encuentros. En un ambiente agobiante de control donde se determinaba cuáles disfraces podían utilizarse y cuáles no, como pasaba al principio de esta historia en el siglo XIX, los carnavales sufrieron un decaimiento importante que solo se revirtió tiempo después, con la vuelta de la democracia. Los barrios, una vez más, tomaron la batuta y revivieron los festejos.
"El Carnaval es una fiesta tradicional pero siempre es visto como un mundo que peligra o está en decadencia y que necesita ciertos apuntalamientos. Muchas veces se lo asocia con un orden social ya extinto. Justamente esa marca de anacronismo la que hace que el carnaval sea materia de promoción institucional y pública. Cada vez que se lo escenifica, el carnaval muestra que no está tan muerto como se pensaba y que efectivamente hay algo de la cultura popular que todavía sigue conectando con ese mundo, más allá de que ya no estemos ni en una sociedad de sectores populares y élites ni en una sociedad de masas y que estemos viviendo en una sociedad del enjambre digital", reflexiona Roldán.
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