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Sábado 21. Junto al mar. Debía comprar dos botellitas de vino, se levantó temprano, fue hasta el súper cercano.
21 de enero 2017 · 00:00hs
Sábado 21. Junto al mar. Debía comprar dos botellitas de vino, se levantó temprano, fue hasta el súper cercano. Debía elegir una marca, con pinta de buena marca. No era un especialista en vinos, mucho menos de esos "nuevos viejos expertos" que le encuentran tabaco, tanino y cerezas al vino haciendo un buche (de vino) en la boca, un atardecer cualquiera, en un salón de eventos para, después de confirmar los frutos del bosque en el vino, escupirlo en una jarra. Nada de eso. Vino tinto, un asado en una quinta familiar, pasando Chapadmalal. Debía comprar el vino. Punto. Eligió dos botellas, de 75 pesos cada una. Su cálculo es que, tal y como son los dueños de comedores, ése sería un vino de 250 pesos en la carta de cualquier restaurante medio pelo. Joya.
En la caja hizo la cola tempranera, eran las 9,30 de la mañana, poca gente, ciudad tranquila a esa hora, sacaría el auto y se iría, silbando bajito. Cuando llegó su turno la chica de la caja le dijo "no señor, no puedo facturarle esto, tendrá que esperar". Con seguridad le vio la cara, siguió amable pero firme y le explicó "no podemos, antes de las 10 de la mañana, venderle bebidas con alcohol". Pero es vino, se oyó decir. "Señor, no podemos, queda registrado el rubro en la facturación, tenemos problemas, créame, no puedo, tendrá que esperar que pasen las 10 de la mañana...".
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La noche anterior había mirado el reloj, cuando llegó a la panchería de Alem a la madrugada, con más de una hora y media dentro del nuevo día. No había tanta gente en la calle como suponía. Viernes en Alem, la calle "dark" del centro marplatense. Estaba abierta y los muchachos, las chicas, sus tatuajes, sus gorras, sus ombligos, sus aros, sus zapatos y sus conversaciones compraban, comían, esperaban. Se fijó en los precios. Pancho con lluvia de papitas a 35 pesos. Todas las salsas adicionales y el mínimo combo con una gaseosa cola 95 pesos. La salsa "chear" y la "mejicana chili" le intrigaron, se sonrió pero sin muecas. Era un extraño. No haría líos, no mostraría miedo o desparpajo. Nada. Serio como un mueble. Pidió, esperó, cantaron su número y empezó a comer, en la minibarra lateral, en silencio. La mujer que salió detrás del mostrador traía dos trapos y una pala. Adulta, pelo recogido. Atenta. Limpiaba los restos y recogía basuras del suelo. "¿Hasta cuando está abierto?", preguntó. "Hasta las 4 de la mañana, cambiamos las chicas y abrimos a las 6. Con mercadería nueva".
Rara ciudad MDQ. Los polirrubros venden el alcohol de bebidas berretas, como en cualquier sitio en infracción, en una Argentina donde la infracción es el modo, en una bolsita de color manila y previo pago a través de una reja. A cualquier hora. Parecen farmacias de turno. En los supermarket rige la ley. No se puede comprar vino antes de las 10 de la mañana y, según averigüé, tampoco después de las 9 de la noche.
No hay abuso de estadísticas de conductores con alcoholemia positiva. Tampoco aparecen los sarracenos de la narcolemia y su fachismo encubierto.
Las fiestas de pastillas con drogas sintéticas, con excusas o aceleradores musicales, sí que son una preocupación. Motivaron enojos de los participantes capitalistas. También un presupuesto en coimas que, ay, pierden los coimeros de la gestión municipal, provincial y policial (que no es lo mismo que la nuestra, la policía de la provincia de Buenos Aires está mas independizada y corrompida que la santafesina, hay una íntima convicción de esta putrefacción histórica). Estaban programadas 17 fiestas. Si cada una sirve para la venta y distribución de 10.000 pastillas, y si cada pastillita cuesta 50 pesos, y si cada botella de agua mineral 70 pesos... Demasiada economía negra.
"Rico" se llama la panchería de 24 horas (o casi). Parece tan inocente en la noche (dark) de calle Alem, tan inocente como inútil la prohibición de la venta, antes de las 10 de la mañana, de dos botellitas de vino en el súper (es vino, aunque sea alcohol).