A sus 19 años, Carmine Schiavone, hijo de una familia pudiente de Casal di Principe (comuna distante 25 kilómetros al noroeste de Nápoles), solía llevar un revólver y cortejaba a la hija de un jefe de la Camorra, pero muy pronto pasó a cortejar a la misma mafia. En aquel tiempo, el revólver que cargaba se disparó "por accidente" y un policía murió. Schiavone terminó en prisión donde trabó amistad con la dirigencia de la organización criminal.
Años después, ya en libertad, pasó a ser el administrador y consejero en la cúpula del temido clan Casalesi, participando en más de 50 asesinatos y otros delitos como extorsión, robo y tráfico de drogas.
Pero su historial criminal se vio truncado en la década de 1990, cuando decidió convertirse en un "pentito", término con el que se conoce a los ex mafiosos arrepentidos y confidentes de la policía.
No fue la violencia lo que inspiró ese paso sino algo impensable para un capo mafioso: la ecología. Según sus palabras, detrás de su decisión estaba terminar con el desecho ilegal de residuos tóxicos industriales en la región que manejaban los Casalesi.
El Senado de Italia investiga por estos días si estos tóxicos están directamente vinculados al aumento en un 40 por ciento de los tumores en mujeres y en un 47 por ciento en localidades de los alrededores de Nápoles.
"El mundo de la mafia es un mundo que inicialmente se piensa como una rosa perfumada, no se ven fallas, uno se siente atraído por ella", recordó Schiavone en una entrevista concedida a la BBC en Roma.
En su relato señaló que en su bautismo mafioso, sus mentores del hampa colocaron sobre una mesa la figura de un santo sobre la que volcaron su sangre. "Luego quemaron la figura y dijimos algo así como «arderé como este ícono si traiciono a la mafia»".
En los años de 1970, los Casalesi eran un clan poderoso, con influencia en política nacional y local. Schiavone asegura que decidían quién era alcalde y quién no en cualquier pueblo o ciudad de la región. "Yo estaba en la cúpula, era el jefe administrativo de la organización", admite. Y dijo que en los asesinatos en los que participó formaban parte de las constantes guerras entre clanes.
"Me sentí mal después del primer asesinato, pero disparabas o te disparaban, era una cuestión de vida y muerte", aseguró. "Hoy no haría las cosas que hice", concluyó.
Cuando dirigía un consorcio de la mafia dedicado a producir cemento y recibió el encargo de construir una autopista, un suceso cambió su vida.
"Para hacer la autopista cavábamos unos huecos. Al principio los rellenábamos con basura urbana, pero luego unos abogados importantes se me acercaron y sugirieron tirar sustancias tóxicas". "En aquel momento tenía un hijo de tres años. Pensé en todos los otros niños que morirían por los desechos que estaban siendo arrojados", recordó.
En vano. Schiavone asegura que a pesar de su negativa a que se llevara a cabo el trato, los productos tóxicos empezaron a ser arrojados en los alrededores. Cuando intentó detenerlo, lo arrestaron.
Hay quien se resiste a creer que un capo de la mafia renunciaría a su fortuna y poder por temas medioambientales. Pero Schiavone insiste en que lo que decantó su conciencia era saber que la gente estaría condenada a morir de cáncer. "Eran cientos de hectáreas de tierra. En los 90 traté de pararlo, aún desde la cárcel". Al fracasar, jugó una carta desesperada: pasó a ser un colaborador de la policía y terminó siendo el testigo principal del llamado juicio Espartaco, llamado así en honor al esclavo que lideró a sus semejantes en una rebelión contra Roma.
Autoridades y medios retrataron los hechos como una rebelión del orden y la decencia contra el clan de los Casalesi que, afirmaban, tenían relegada a la región a una situación de servidumbre.
"Trataron de matarme numerosas veces", recordó Schiavone, y una de las decisiones más difíciles que tuvo que tomar fue la de entregar a su propio primo, Francesco Schiavone, alias "Sandokan". "Fue muy difícil, porque mi primo era menor que yo, le acompañaba a la escuela y le bauticé como mafioso", explicó.
Fueron procesadas 115 personas en el llamado juicio Espartaco y 27 fueron condenados a cadena perpetua.
El área afectada por los vertidos de residuos tóxicos, entre la ciudad de Nápoles y Caserta, es conocido ahora como el "triángulo de la muerte". Se estima que diez millones de toneladas de residuos industriales fueron arrojados en la región durante un periodo de 20 años.
Hoy Schiavone tiene una nueva identidad y vive de su pensión con su esposa. Y aunque está arrepentido de lo pasado, admite que a pesar de la lección vivida "es difícil ser honesto en este país". "Mi hijo tiene 25 años, tiene dos títulos y es desempleado. Espero un futuro mejor para él, pero es difícil", concluyó.