Luego de las últimas conversaciones entre ucranianos y rusos en Turquía, el viceministro de Defensa ruso, Alexander Fomin, anunció que el Kremlin había decidido reducir las operaciones militares en varios frentes, citando los progresos realizados en la mesa de negociaciones, una promesa que fue recibida con generalizado escepticismo. Los bombardeos que lanzó Rusia poco después confirmaron a los que descreen de las promesas de Moscú. Para el analista Mark Episkopos, de The National Interest, las conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania no pondrán fin a la guerra. “Es claro que el objetivo general de Rusia es nada menos que la degradación y eventual destrucción de la idea nacional ucraniana”, advirtió.
La promesa de Moscú de reducir “drásticamente” las operaciones en la región de Kiev y en el noreste de Ucrania suscitó un amplio escepticismo en Washington. “No leo nada en ello hasta que vea cuáles son sus acciones”, dijo el presidente Joe Biden. El portavoz del Pentágono, John Kirby, añadió que “nadie debería engañarse” creyendo en la promesa de Moscú, y describió el anuncio como un “reposicionamiento, no una verdadera retirada”.
Los escépticos no tardaron en tener razón; a las veinticuatro horas de las negociaciones de Estambul, las fuerzas invasoras rusas reanudaron los ataques aéreos y los bombardeos contra Kiev y Chernigovv. “Dicen ’reducir la intensidad’, pero en realidad han aumentado la intensidad de los ataques”, dijo el alcalde de Chernigov, Vladyslav Atroshenko, a la CNN tras lo que describió como un “ataque colosal” el miércoles pasado.
El analista militar ruso Pavel Luzin dijo al New York Times que la promesa de desescalar podría ser simplemente una “finta” mientras las fuerzas rusas se reagrupan para una nueva ofensiva en el norte de Ucrania. Los militares rusos podrían haber rotado algunas unidades a Bielorrusia para su reabastecimiento y reorganización, como aparentemente están haciendo sin hacer ninguna proclamación falsa.
El anuncio puede haber sido, en cambio, la última muestra de una divergencia entre las élites rusas. El líder checheno Ramzan Kadyrov, cuyas fuerzas desempeñan un papel en el asedio de Mariupol, en el sureste de Ucrania, arremetió contra el negociador jefe de Rusia, Medinsky: “No haremos ninguna concesión, fue Medinsky quien se equivocó”, dijo Kadyrov.
Entre los políticos y comentaristas rusos prevalece la idea de que las sanciones occidentales nunca se levantarán, independientemente de la rapidez con que se alcance un acuerdo de paz y de la cantidad de territorio ucraniano que Rusia deje intacto. Por lo tanto, no se percibe ningún incentivo para que el Kremlin acorte la guerra si las sanciones son, como sospecha Moscú, un costo permanente, entonces no hay muchas razones para no seguir adelante hasta que se hayan alcanzado todos los objetivos de Rusia en el campo de batalla.
Pero podría haber un factor más profundo en juego: el anuncio puede haber sido en parte la intención del Kremlin como un globo de ensayo para medir la recepción pública de un acuerdo que logre rápidamente la paz, aunque a costa de los principales objetivos de guerra de Rusia: el cambio de régimen en Kiev, una drástica degradación a largo plazo de las capacidades militares ucranianas, y la partición del país a través de estados "proxy" alineados con Rusia o la anexión directa.
El Kremlin recibió una respuesta inequívoca: las noticias sobre el posible acuerdo y la supuesta desescalada militar en algunas partes de Ucrania no fueron recibidas por el público ruso con júbilo, sino con una confusión generalizada e incluso con indignación. Moscú logró movilizar a la población rusa en torno a esta guerra: las encuestas muestran que el apoyo popular a la acción militar rusa en Ucrania ha aumentado desde el 24 de febrero y ahora ronda el 75%. Además, alrededor del 60% de los rusos sigue creyendo que el gobierno está tomando medidas eficaces para mitigar los efectos de las sanciones en la economía. Los encuestadores afirman que la población rusa está ahora predispuesta de forma negativa a cualquier compromiso con el gobierno ucraniano.
De hecho, puede que Putin haya tenido demasiado éxito para su propio bien a la hora de conseguir el apoyo de la opinión pública: los encuestadores afirman que la población rusa está ahora abrumadoramente predispuesta de forma negativa a cualquier compromiso con el gobierno ucraniano. ¿Qué compromiso puede haber cuando los medios de comunicación rusos han insistido en enmarcar este conflicto como una guerra por la existencia del pueblo ruso contra una "junta" genocida y nazi? ¿Cómo puede Putin entablar negociaciones de buena fe y mucho menos firmar un tratado de paz en igualdad de condiciones con el mismo gobierno ucraniano al que denunció públicamente como una "banda de drogadictos y neonazis"?
El Kremlin se arriesga a incurrir en un fuerte costo político si acepta algo menos que la capitulación total de Zelenski. Las conversaciones de paz continuarán, en parte porque Moscú tiene que señalar a China que está tomando medidas diplomáticas para resolver el conflicto. Queda claro que el objetivo primordial de Rusia es nada menos que la degradación y eventual destrucción de la idea nacional ucraniana, algo que sólo puede lograrse en el campo de batalla y no en la mesa de negociaciones.