José espera en la biblioteca, allí están guardados algunos de los dispositivos lúdicos que supo crear junto a sus alumnos y está orgulloso de mostrarlos. Es profesor de historia y se jubiló hace poco, después de trabajar durante más de 30 años en la Escuela Nº 234 Justo José de Urquiza de Empalme Villa Constitución. Pero José Hugo Goicoechea no es un profesor de historia cualquiera, es uno que logró incomodar a sus estudiantes y ponerlos en crisis cuando los invitó a jugar. Un ajedrez con banderas de países para hablar de geopolítica, manuales artesanales y una brújula ideológica para ubicar a personajes de la historia y del presente, fueron algunas de las creaciones desplegadas en sus clases de secundaria. Hoy vuelca esa experiencia en un profesorado, donde enseña que el juego y arte pueden ser aliados en el aula.
Sus ganas de romper los moldes de la didáctica de las ciencias sociales surgieron cuando estando en el aula se vio trasladado a la cabeza de los chicos y se remontó al momento de cuando él mismo era un alumno y tenía que estudiar apelando al recurso de la memoria. “¡Esto de apelar solo a la memoria!”, se lamenta y reflexiona: “Creo que ex profeso se enseña mal historia o se la concibe como mera cronología. Eso mismo me había pasado a mi, yo la empecé a amar cuando comencé a trazar redes en el pizarrón, a generar tramas y relaciones con fechas, fotos, cuadros y formas rizomáticas para empezar a vincular un acontecimiento con los otros”.
El docente se dio cuenta que tenía que combatir ese viejo vicio de abordar la historia en compartimentos estancos, como si la vida de San Martín fuera un capítulo separado de la de Artigas, en donde nada tiene relación con nada. Había que dejar en evidencia que estos dos personajes de la historia se integraban en las guerras de independencia latinoamericana y que por lo tanto dejaban de ser capítulos separados. Al mismo tiempo, comenzó a plantear el abordaje de la simultaneidad: “Esta idea de que los efectos de los acontecimientos nacionales, locales y regionales afectan a mi hogar en simultáneo. Yo siempre digo que uno abre la heladera y se encuentra con el FMI”, ilustra el profesor.
Para el profesor de historia, una vez que se cambia el paradigma no se puede volver atrás. Cuenta que esta construcción pudo desarrollarla en un marco colectivo, cuando empezó a dictar talleres y aprendió de sus colegas. “Nos interpelamos mutuamente y dejamos abierta la instancia para ir construyendo juntos. Ya después no podés volver atrás, no se puede volver mas a la cronología”, sostiene.
En la charla con La Capital, José hace memoria para encontrar el punto de partida de estas nuevas experiencias en el aula y ubica el comienzo en los pizarrones. La pizarra era el territorio donde dibujaba mapas, escribía, diseñaba cuadros y trazaba relaciones con todo. Una técnica que hoy circula en YouTube y se conoce como Doodly (video pizarra), pero que el docente de Empalme Villa Constitución ya realizaba hace mucho tiempo atrás a fuerza de tiza. “En un momento me di cuenta que a esos pizarrones los tenía que guardar y comencé a sacarles fotos a modo de registro, así armé la colección que se llama «Los pizarrones de José»”, rememora.
Poco a poco comenzó a generar su propia caja de herramientas para trabajar con sus estudiantes. Se libró del recurso de los manuales y las clásicas guías de preguntas, porque en la acción del aula José creaba su propio material didáctico. “De allí también vino mi rebeldía de no hacer los libros de temas —recuerda el docente— y en vez de ello empecé a hacer un diario de experiencias basándome en lo producido por los chicos en sus carpetas y en los pizarrones que comenzaba a registrar”.
Quién dijo que era fácil
¿Y la respuesta de los estudiantes? En la memoria del docente se hacen presentes las anécdotas. Recuerda situaciones maravillosas de chicos que gritaban “¡basta de esos pizarrones José!”, una reacción lógica de quien entra en conflicto. “Recuerdo a una alumna que desde su banco me arrojaba epítetos emocionales cansada de esos cuadros. Con el paso del tiempo me lo terminó agradeciendo y me dijo: «Mire profe, gracias a esos cuadros yo empecé a trabajar en los contenidos de la facultad sin darme cuenta y hasta me preguntaron quién me los había enseñado»”, cuenta el docente, que pudo identificar con esa experiencia que sus alumnos habían incorporado este nuevo paradigma.
La propuesta de José los incomodaba y los ponía en conflicto. “Los chicos tienen esta primera reacción siempre —explica—, hasta hay un retroceso a formas más tradicionales que les faciliten las cosas, pero cuando se terminan enganchando y lo incorporan, son ellos los que proponen cosas interesantes”.
Con esas ideas, que sacaban a los estudiantes de su zona de confort, el profesor generaba condiciones para que los chicos y las chicas comiencen a apelar a la propia creatividad e ingenio y generen propuestas por sí mismos: “Toda la producción artística llegó de la posibilidad de nutrirme de ellos, de sus propias ideas, porque se generaba un efecto bola de nieve”.
En las aulas de la Escuela 234, José redoblaba las apuestas y avanzaba hasta los juegos de simulación. “Cuando vi que se generalizó el televisor en la escuela y se aburrían del cine —recuerda— les propuse que se pongan ellos en el lugar de los acontecimientos bajo la consigna de abordar lo que no sabíamos, porque yo también me estaba aburriendo enseñando lo mismo”.
La propuesta fue trabajar sobre lo que no sabemos y apeló al recurso de las biografías. Los estudiantes tenían que hacer un relato en primera persona de figuras históricas como Sarmiento, San Martín o Artigas. Chicos y chicas irrumpían en escena compenetrados en la piel de determinado personaje, interactuaban con otras figuras y así mientras jugaban empezaban a producir pequeñas pastillitas o grageas de historia. Expresar en escena cuestiones concretas de la vida de cada figura histórica en determinado momento. “Ahí los chicos de embalan, se involucran, se meten en el lugar del personaje, empiezan a sentir empatía y se meten en el cotidiano de la historia”, cuenta.
El ejercicio que les proponía el profesor no solo los invitaba a reflejar una época, sino también a sentirse a travesados y comprometidos por situaciones problemáticas de la historia: “¿Qué harías vos en el lugar de Artigas si te quedaras solo? Ahí se juega, porque pueden aparecer en escena cuestiones personales y subjetivas, pero también surge el proceso de investigación”, afirma el docente.
Contenidos que contengan
José sostiene que para muchos profesores el contenido es dato, información y fechas, y que cuando no hay una construcción, todo eso no los contiene. Una situación que hace que muchas veces en la escuela se enseñen “conceptos y no contenidos”. Y señala: “Una de mis consignas es que todo contenido lo es si nos contiene, ese es el eje para mi”.
La idea que defiende José es que ese concepto abstracto, que es una definición en sí misma que figura en la currícula, pase a ser un contenido. “Por ejemplo, ¿cómo me contiene Belgrano? ¿es un prócer creador de la bandera argentina o es el creador de nuestra bandera argentina? Ahí hay un cambio de sentido, comienza a haber un juego de acercarnos y sentirnos parte”, dice.
Este propósito de trabajar contenidos y no conceptos, José lo hizo posible con sus alumnos en la creación de espacios lúdicos y creativos. Juegos y más juegos animaron a los estudiantes a romper con las estructuras y a comprometerse en cada desafío.
Pensar el orden mundial a través de un tablero de ajedrez posibilitó que los adolescentes interpretaran, conocieran y debatieran sobre el status quo internacional y sobre dónde estaban parados ellos y ellas como argentinos. El debate que se generaba entre los estudiantes radicaba en reconocer cuál era la función de cada pieza en términos de naciones, de fortalezas, debilidades o particularidades de cada país, lo que les permitía hacer una análisis crítico del sistema internacional.
En algunas ocasiones las reglas las ponían ellos y José se ocupaba de sistematizarlas. Le dieron valoración a los colores, definieron que función y que posición ocupaban las piezas blancas y cuáles las negras. Los países capitalistas del primer mundo estaban representados en las fichas blancas, las que siempre juegan primero, las negras eran los países del tercer mundo. También inventaron juegos de tres piezas, con nuevos colores y la creación de una tercera posición. El docente recuerda algunos momentos de intenso debate: “Cuando en el ajedrez pusieron a la Argentina en el lugar de peón, entre ellos discutían si el país estaba dentro de las fichas negras o de las blancas, en ese debate estaban pergeñando las bases de la grieta ideológica y política”.
También armaron brújulas ideológicas, pirámides para analizar la estructura social y hasta llegaron a producir sus propios manuales de estudios realizados artesanalmente. Cada estudiante bocetó una idea sobre su tema de interés y de este modo, a la investigación se le sumó creatividad y producción artística. “Si bien había líneas conceptuales que veníamos trabajando, cada uno debía abocarse a una problemática mundial y expresarla en su propio manual con los recursos que quería”, cuenta el profesor y confirma que con las producciones de sus alumnos de 4º año se creó la primera biblioteca de manuales artesanales en la Escuela 234 con verdaderas joyas, que eran consultadas por maestras de primaria y los alumnos de los profesorados.
En los últimos 20 años como docente del secundario José supo desarrollar con sus alumnos un verdadero laboratorio de experiencias didácticas. Las que comenzó a sistematizar y volcar en la formación docente cuando empezó a trabajar en el profesorado Nº 3 de Villa Constitución. “En el 2013 empezamos a trabajar con el supervisor de plástica en las escuelas primarias del sur de la provincia, armamos un taller que luego tomó el nombre de Filoartesofía (amor a pensar con el arte), un proyecto que nos permitió en gran medida cambiar la fisonomía de las cátedras de formación docente. Nos enorgullece porque no es fácil lograr un proyecto transdisciplinario que desdibuje esa mirada acartonada y cartesiana de las ciencias”, cuenta.
Cuando se le pregunta al profesor qué es lo que pudo lograr con este cambio de paradigma didáctico, él responde sin dudar: “Un gran salto, a través de la construcción teórica por parte de los estudiantes”. José sostiene que los alumnos pueden construir teoría si el docente les da las herramientas para transformar esas metáforas en conceptos. Y destaca: “También es importante que ellos sean conscientes de su propio aprendizaje, cuando los chicos se empiezan a olvidar de la nota significa que ya pasó otra cosa, aparece la experiencia, empezaron a aprender”.