La comunicación es una cualidad humana fundamental que nos permite construir lazos sociales y ser parte de una comunidad. Las personas nos valemos de diferentes recursos, al momento de compartir una conversación: gestos, miradas, movimientos corporales, mímica facial, cambios prosódicos, palabras.
La pandemia por el Covid-19 promovió cambios en las interacciones sociales. Porque, para evitar los contagios, fue necesario establecer ciertas medidas de cuidado, entre ellas, el distanciamiento y el uso de barbijos en las reuniones presenciales y la incorporación de los encuentros virtuales. En efecto, es posible advertir que estas transformaciones han impactado en la comunicación humana.
Sin dudas, la virtualidad ha llegado a nuestras vidas para quedarse. Esta modalidad de interacción —que nos permite encontrarnos a la distancia— nos invita a desplegar nuevas estrategias comunicativas, lingüísticas y discursivas, como así también nos demanda un mayor esfuerzo para sostener la atención. Desde diferentes ciencias y disciplinas, explican que este tipo de intercambios requiere de un trabajo singular al momento de escuchar, comprender, atender y comunicar (sin contar los obstáculos que promueven las fallas en la conectividad y los dispositivos tecnológicos, los cuales incrementan la tensión de las personas que participan de esos intercambios).
Las reuniones presenciales también han sufrido modificaciones. Desde hace tiempo debemos mantener una determinada distancia y usar barbijos que ocultan parte de nuestro rostro. La intensidad de las voces, la claridad de las palabras expresadas, la gestualidad y la mímica facial —que aparecen en escena al momento de comunicarnos— se han visto afectadas.
Todas las personas somos capaces de advertir estos cambios. Extrañamos aquellos encuentros presenciales en los cuales era posible el contacto físico. Nos sentimos agobiadas ante la virtualidad que nos demanda mayor atención, esfuerzo y energía.
Desde luego, las infancias también padecen las consecuencias de estas nuevas modalidades de interacción. Sin embargo, los costos son aún más significativos para ellas. Porque las niñas y los niños son sujetos que se encuentran en proceso de crecimiento, desarrollo y aprendizaje. Esto quiere decir que no cuentan con los mismos recursos comunicativos, lingüísticos, subjetivos, cognitivos y simbólicos, ni poseen la misma capacidad de atención que las personas adultas.
Estas modalidades de interacción se replican en el contexto educativo. Es importante considerar los obstáculos que podrían registrarse en las prácticas educativas actuales, ya sean presenciales o virtuales, porque posiblemente se generen confusiones, malos entendidos o inconvenientes para escuchar, atender y comprender. Es fundamental comprender las particularidades de la comunicación en tiempos de pandemia, para evitar adjudicarles a las niñas y a los niños dificultades en el aprendizaje que, en realidad, remiten al contexto actual. De lo contrario, corremos el riesgo de ampliar la extensa lista de trastornos, que tienen la mala costumbre de hallar las causas de cualquier problemática en el interior de la niñez.
No caben dudas, la pandemia ha afectado nuestras vidas y los modos de comunicarnos. Pero, por fortuna, contamos con las palabras que son nuestras mejores aliadas. Porque nos ayudan a expresar lo que sentimos y pensamos, a comprender el mundo que habitamos, a nombrar la ausencia para que extrañar no duela tanto, a crear puentes imaginarios que nos acerquen y a construir lazos que nos aseguren que no estamos solas ni solos. Los seres humanos somos capaces de tolerar muchos pesares, siempre y cuando nos sintamos acompañados.
Mientras sea imprescindible respetar las medidas de cuidado y tolerar las distancias físicas, debemos poner todo nuestro empeño en proteger a las infancias que siempre necesitan algunas certezas, sobre todo, cuando los malos tiempos azotan. Que nuestras palabras sirvan para confirmarles a las niñas y a los niños que las personas adultas estamos aquí para acompañarlos y cuidarlos.