La recuperación total de las Islas Malvinas es la única causa nacional indiscutida en nuestro país. Ni el respeto por la Constitución nacional ni por lo que nos define como argentinos, ni cuestiones como la indignación ante la pobreza u otras deudas sociales aún irresueltas, congregan a la unidad de criterio entre los 40 millones de habitantes. Visto desde el optimismo, podría decirse que es saludable que la usurpación británica del archipiélago no ha sucumbido ni ante la sangrienta y disparatada guerra usada por la dictadura para perpetuarse en el poder. Desde el otro costado, es toda una definición que la sociedad no pueda encolumnarse detrás de cuestiones que deberían ser política de Estado y no mera discusión proselitista cada dos años de elecciones.
Malvinas es constitutivo de un sentimiento patriótico. Y aún siendo un sentimiento, por lo emocional antes que por lo racional, no admite quiebres en la forma de pensarse. Quizá restaría en esta causa quitar esa mirada de compasión errónea y tristeza frente a los ex combatientes, a quienes todavía se los sigue mirando con melancolía como los “chicos” que pelearon. Que quede claro: la guerra fue siniestra en su concepción dictatorial. Maléfica en el pensarla como el modo de enviar a jóvenes apenas preparados con la conscripción mientras muchos de sus jefes se guarecieron en la ambición de poder o en la comodidad de la retaguardia. Pero quienes pelearon en la guerra no eran chicos. Eran hombres y mujeres de 18, 19 y un poco más de años que superaron la arbitrariedad cronológica y demostraron que su corta existencia les daba patente de héroes. Ofende a los veteranos que se les diga “pibes”, porque actuaron como hombres, y muy valientes. Es hora de dejar de llamarlos con pretendida compasión y honrarlos como corresponde. Como hombres. Y eso no implica, ni por asomo, justificar el crimen de lesa humanidad cometido por Galtieri y sus secuaces.
La apertura de los archivos de la época fue una buena decisión presidencial. Ni siquiera los adjetivos utilizados en el discurso del 2 de abril reciente merecen comentarios, porque hacerlo sería estropear esta convicción ya mencionada de defender monolíticamente la causa Malvinas. Sin embargo, qué bueno hubiera sido escuchar este anuncio lanzado desde el gobierno con la participación de todos los líderes de la oposición política. ¿Es impensable imaginar a la doctora Cristina de Kirchner rodeada de Mauricio Macri, Daniel Scioli, Sergio Massa, Ernesto Sanz, Hermes Binner, Jorge Altamira y todos los secretarios generales de los partidos, más los gobernadores de provincia, presentando la desclasificación de los archivos de la guerra y repudiando el aumento de militarización británica del archipiélago? Al gobierno ni se le pasó por la cabeza semejante acto de grandeza nacional. Tampoco a la oposición, ocupada en captar los fragmentos de partidos pulverizados en coaliciones a las apuradas. Una pena.
Quizá sea el deseo afiebrado de este cronista, pero pensar que un solo gesto, una sola causa que motive que presidenta y ex presidentes, y todos los dirigentes, puedan pensarse públicamente como representantes del sentimiento de la población, sin chicanas ni dobleces, calmaría este momento de disparatada fragmentación por todo, sin distinciones, que se ejerce con una violencia verbal (y a veces más) en lo cotidiano. Que el atril de monólogo que aburre por su victimización y la tribuna del pronóstico siempre catastrófico se pudieran reemplazar por un escenario en paz y con comunión de al menos un deseo suena imposible en este 2015. Es evidente.
Canibalismo electoral. Para la política doméstica, Malvinas pesa mucho menos que las elecciones primarias. Mendoza y Santa Fe están a la vuelta de la esquina y ahí se juega lo que la mayoría de los dirigentes cree que “importa”. El dominó electoral es significativo: el domingo que viene, Salta; el 19 de abril, primarias abiertas en los territorios de Paco Pérez y Antonio Bonfatti; el 26, Neuquén y la Capital, y ya en mayo las elecciones consagratorias comenzando otra vez con la tierra de Juan Manuel Urtubey. ¿A quién se le ocurre que hay margen para pensar en la patria grande?
Si bien el fiel de la balanza electoral sigue siendo la provincia de Mendoza, estos test electorales que vendrán serán un gran termómetro de lo que puede esperarse para la contienda nacional de agosto y, claro, de octubre. Mendoza volvió a “primerear” en las urnas. De sus resultados comunales salió fortalecido el siempre robusto radicalismo local y terció, en algunos casos, la alianza del PRO en los segundos lugares. El kirchnerismo fue el claro derrotado, se mire por donde se mire.
Lo que ocurra el próximo 19 en Santa Fe resonará, y muy fuerte. No sólo porque se trata del segundo distrito electoral, sino porque allí juegan la continuidad el socialismo, la dignidad el peronismo y su suerte definitiva Miguel Del Sel y su partido.
Miguel Lifschitz (todo indica que ganará la interna), probablemente el mejor administrador que tuvo la ciudad de Rosario, afecto a la gestión minuciosa del día a día como debe ser un ejecutivo local, enfrenta varios problemas. Desde lo personal, cierto desconocimiento en el norte y centro de la provincia. En lo general, dos pobres gestiones desde la Casa Gris que no vinieron a cumplir las expectativas de cambio cuando Hermes Binner le arrebató al justicialismo 24 años de gobierno. La primera gestión del PS fue la del inmovilismo. La segunda, con algunas reacciones de Antonio Bonfatti, sepultadas con la inmanejable inseguridad en las grandes urbes y el temor por el narcotráfico. No alcanza el justo achaque que se le hace a la Nación por dejar desguarnecida a nuestro provincia. El gobierno local primero negó el problema y luego no supo qué hacer con él.
Omar Perotti se transformó en el piloto de reserva de la escudería PJ. Arranca tarde y como puede. Casi habría que decir que fue el número tres del equipo tras fracasar el intento del kirchnerismo ortodoxo de instalar a Agustín Rossi y, especialmente, de la esperanza blanca de María Eugenia Bielsa, que volvió a decir “nones”. A Perotti, hombre de gestión y de gran formación, no le alcanza para subir su perfil y mostrarse como un peronista capaz de enamorar a los propios y no ahuyentar a los ajenos que sostienen la vena más “gorila”. De paso, y ya con los hechos consumados: ¿qué hubiese podido pasar si la ex vicegobernadora hubiera trocado sus legítimos deseos y hubiese aspirado a ser intendenta de Rosario, aunque fuese por una agrupación propia como modo de construcción más lenta? El mapa de 2015 hubiese cambiado, se cree, con especial miras al 2019 en la provincia. Pero eso es historia contra fáctica sin ningún valor. Lo que se dice en la interna de ese partido es que salir segundos (a lo Reutemann, ya con camiseta amarilla) sería un triunfo.
Por fin, aparece el PRO de Miguel del Sel. Mauricio Macri comenta a sus confiables que si gana el Midachi tiene su victoria asegurada para la presidencia. Suena demasiado. Pero es que él cree que ese sería un modo de medir el descontento con las estructuras políticas tradicionales (aquí el PJ y el PS) y la necesidad de un “cambio de humor” de la sociedad. Una especie de mix de necesidad de nuevos dirigentes y mejor estado de ánimo. “EL PRO es cambio y buena convivencia”, dice un asesor del jefe de gobierno capitalino.
No hay dudas de que los partidos tradicionales están en crisis y la sociedad mira con atención a los que se incorporan desde afuera de sus burocracias. Hasta ahí, eso es del Sel. Resta por saber si el mismo electorado ve en él a un mero maquillador de ánimos o a alguien preparado en serio para gobernar y administrar. Porque eso es ser titular de la Casa gris. Un gobernante. No un entretenedor, de gusto muy discutible, de la realidad. Las urnas, como siempre, serán más legítimas que cualquier opinión.