Luego de un notable proceso de recuperación, tras la salida de la convertibilidad, la industria se estancó. Está estacionada en una meseta alta y con una situación patrimonial saneada, que se ofrece como un colchón de amortiguación frente a horizontes más estrechos. Pero que ya no crea nuevos empleos, pierde mercados externos y no hace pie para avanzar en un proceso de desarrollo. El freno de la inversión explica ese proceso y el 2011, cuando asomó con fuerza la restricción externa, es el año en el que las expectativas se clavaron. Volver a poner en marcha esa rueda depende de decisiones políticas complejas que exceden la discusión sobre el tipo de cambio. Así lo entiende, en resumidas cuentas, Bernardo Kosacoff, uno de los más reconocidos estudiosos de la industria argentina.
Profesor de la Universidad Di Tella y ex director de la Cepal, el investigador acaba de publicar el libro "Industria argentina, reccuperación, freno y desafíos para el desarrollo en el siglo XXI" junto a Diego Coatz y Fernando Grasso. Allí repasa la historia del sector manufacturero argentino desde principios del siglo. En el marco del Día de la Industria, Kosacoff repasó la situación del sector y sus desafíos.
Cómo describe la situación actual del sector industrial?
—El sector manufacturero tuvo un notable proceso de recuperación con posterioridad al ocaso de la convertibilidad. Después tuvo una transición que se pudo manejar, de alguna forma, entre 2008 y 2011. Y desde finales de 2011 se combinó un conjunto de elementos que ponen en una situación difícil para la industria. En volúmenes físicos, la caída es de 4 por ciento en estos cuatro años. Pero el tema fundamental es que dejó de crear empleo formal y se erosionó mucho el proceso de inversión, que es el que incide en los niveles de productividad, totalmente estancados actualmente. Al mismo tiempo, los sectores más complicados son los que agregan más valor y, en particular, los que tienen que salir a exportar. El área en la que más se concentran las dificultades son las economías regionales. Algunas de origen exógeno, como la caída de precios internacionales y las dificultades de accesos a los mercados. Pero también por causas endógenas, como la suba de los costos internos, logísticos, en dólares y la mayor presión impositiva. Este combo generó una caída de rentabilidad y aparecen núcleos muy claros con dificultades muy complejas, como el sector de vinos, la fruta del Alto Valle y el complejo citrícola.
Y esta situación es atribuible a un atraso cambiario?
—No. El atraso de tipo de cambio es la manifestación de otro problema más complejo, que es la inflación. Esto afectó a la competitividad pero también generó la aparición de un tema recurrente en la historia económica argentina, que es la restricción externa. Hasta 2011 la Argentina tenía dólares como para poder importar. Y el sector manufacturero tuvo un crecimiento muy fuerte pero sin romper la estructura ensambladora que tenía en los años 90. Justamente los sectores que crecieron entre 2008 y 2011 son los que tienen mucho contenido importado, como la industria automotriz y la de electrodomésticos de Tierra del Fuego. Cuanto más autos vendemos, más alto es el déficit del sector. Un crecimiento de un punto de la producción industrial hoy requiere 3 mil millones de dólares adicionales de importaciones. Cuando aparece esta restricción externa, en 2011, el sector industrial tenía déficit comercial de 31 mil millones de dólares. Pocos años atrás el déficit era menos de la cuarta parte. Esto genera una perturbación notable en el funcionamiento de un sector que depende de máquinas y equipos del exterior, pero también de insumos. Se complicó la disponibilidad de dólares para seguir financiando el estilo de crecimiento que tenía la economía argentina.
¿Esto se resuelve con un par medidas simples?
—Ese es el punto esencial. No se resuelve con una bala de oro. Una mejora cambiaria tendrá efecto en la competitividad en la medida en que sea acompañada por un acomodamiento del resto de las variables macroeconómicas. De los aspectos monetarios y fiscales. La Argentina tiene dos puntos a favor. La primera es que en la etapa anterior del crecimiento, el mercado doméstico prácticamente se duplicó. Esto es un colchón muy fuerte. Muchos sectores industriales no crecen pero están amesetados ahí arriba. Nos estancamos en estos cuatro años pero con un colchón distinto a otros tipos de crisis que vivimos. Otro aspecto fundamental es que la recuperación anterior permitió un gran saneamiento patrimonial de las empresas. Lejos de las situaciones extremas, como la del final de 2001, muchas empresas industriales tenían patrimonio negativo. Ahora tenemos una situación relativamente sólida. El nivel de deudas es muy bajo, la cadena de pagos no está rota. Pero en un momento clave de 2011, cuando los horizontes económicos se redujeron, las empresas adoptaron una actitud muy cauta en materia de inversión. Cuando uno decide una inversión tiene que comprar activos, calificar recursos humanos, convocar proveedores, desarrollar una estrategia tecnológica. Piensa en cinco o diez años. Y si piensa que viene una crisis prefiere tener disponibilidad en activos financieros. Hay una especie de fondo anticíclico que tiene el sector privado, con 300 mil millones de dólares atesorados, que no se fueron por la codicia de las altas tasas de interés. La mayoría está a tasas negativas. Son fondos que esperan que los condicionantes domésticos le permitan volver a invertir.
Por lo que dice, hay una situación de estancamiento más que de crisis
—Tenemos en términos empresariales un sector amesetado. Tampoco se crean grandes empresas ni hay una meta de cambio estructural, que busque nuevos horizontes tecnológicos y una oferta exportable hacia bienes más complejos. Para eso se requiere un primer eje ordenador, que es una fuerte aceleración de las inversiones. Hoy son muy bajas y no permiten ni esta dinámica de cambio estructural ni mantener las fuentes de crecimiento de largo plazo. La Argentina tiene como desafío recomponer este proceso de inversión, mejorar el proceso de productividad y cambiar su patrón de especialización hacia bienes más complejos y diferenciados, en donde el empleo calificado sea la base de la competencia y no los salarios bajos.
¿En la década de mayor crecimiento industrial se perdió la oportunidad de complejizar este entramado?
—Se perdió una oportunidad de llevar adelante un proceso inteligente que guíe el proceso de inversión. No se entendieron claramente cuáles son los determinantes para que una empresa lleve adelante ese proceso. En 2011 uno podía individualizar 40 proyectos de inversión grandes, que eran plataformas globales que las filiales podían ganar en casas matrices. La mayoría de ellas se pospusieron. Son oportunidades perdidas para un salto tecnológico importante.
¿Cómo ve la discusión de política industrial en el marco de las propuestas de campaña?
—Hoy el conjunto de la profesión económica y los asesores de los principales candidatos que pretenden llegar a la presidencia tienen un nivel de coincidencia muy fuerte. Coinciden con el gobierno en el planteo de la importancia de la industria, y disienten de las medidas que se han aplicado. La cuestión central ahora es cómo crear la condición necesaria para llevar adelante un proceso de desarrollo. Lograr el alineamiento de las variables macroeconómicas. En todos hay una idea de lograr el desarrollo de la industria, en una economía abierta, competitiva, sabiendo que el mundo no regala nada pero en el que la Argentina tiene chances de ganar nichos.
El gobierno dice que la mejor política frente a la crisis externa es defender el mercado interno.
—Sí, hubo un privilegio al consumo que traccionó de forma muy importante a la industria cuando había capacidad ociosa muy fuerte en materia de trabajo y sistema productivo. Creo que el tema central ahora es cómo se fortalecer la oferta, la inversión, la innovación y la calificación de recursos humanos. El contexto internacional se puso muy complicado respecto de la caída de precios internacionales y hay dificultades para acceder a mercados con productos de alto valor agregado. Pero el canal financiero sigue siendo favorable y ahí hay una clave para la Argentina. Hay que aprender de los errores del pasado, cuando se usó el financiamiento para financiar consumos públicos y privados. Ahora es fundamental el financiamiento internacional para estos temas de cambio estructural, que tiene que ver con fortalecer la estructura industrial y el desarrollo. Hoy el desafío fundamental es cómo darle competencia y calificación al 40 por ciento de los recursos humanos. Hay un núcleo muy fuerte conformado pro el empleo informal, por los chicos de 15 a 18 años que no estudian ni trabajan. El desafío de largo plazo es cómo aprovechar ese potencial que se puede transformar en riqueza, pero dándole calificaciones y competencias para que tenga un trabajo formal, que es la única forma digna de inclusión.