Desactivar los poderosos discursos sociales, médicos y familiares que te dicen cómo darle la teta a tu hijo, cómo hacerlo dormir, cómo relacionarte con las maestras del jardín de infantes, cuál es la escuela ideal, qué es ser una buena madre. Ese es el principal objetivo de Guía (inútil) para madres primerizas, de las periodistas Ingrid Beck y Paula Rodríguez, un antimanual cargado de humor y consejos cómplices para aliviar la culpa materna, ese sentimiento judeocristiano tan determinante que atenta contra el bienestar femenino.
Más habló en Buenos Aires con una de las autoras del libro, Ingrid Beck, editora de la revista Barcelona. La charla transcurrió un sábado a la hora de la siesta mientras uno de sus hijos adolescentes dormía en su cuarto y el otro, que cursa primer grado, estaba en el club.
Esos dos niños que tienen obviamente un protagonismo absoluto en la vida de Ingrid son también las musas de Guía (inútil) para madres primerizas, que ya va por su tercer tomo. El primero dedicado al puerperio, el segundo focalizado en los primeros años de los hijos y el tercero (y último por ahora) centrado en la odisea de encontrar la escuela apropiada, para ellos y nosotras.
Fue el nacimiento de Simón, el primogénito, el que despertó en Ingrid el deseo de volcar en el papel lo que fue viviendo a medida que se enteraba de qué era eso de ser madre, criar a un pibe, entrar en el universo paralelo de las mamaderas, los pañales, las vacunas, la falta de sueño. Paula, su amiga y colega, autora también de la guía, llegó un poco más tarde a la dimensión desconocida. Cuando ambas estuvieron preparadas se propusieron, a cuatro manos, contar la verdad, su verdad, la verdad de tantas. Sin eufemismos, sin adornos, con humor y sarcasmo, lejos de los dogmas.
—¿Cómo fue la experiencia de escribir un libro con otra mujer?
—Fluyó naturalmente. Con Paula nos conocemos desde la facultad, fuimos compañeras de Comunicación y de TEA, donde finalmente nos recibimos de periodistas. Hicimos juntas nuestros primeros trabajos, compartimos laburos, ahora somos socias. Tenemos un tipo de humor similar, un tono muy parecido... Cuando se me ocurrió hacer la primera guía mi hijo mayor tenía ocho meses pero era imposible sentarme en ese momento a escribir. Paula no tenía hijos pero después llegó León y fue como el momento oportuno de escribir juntas. La verdad es que tenemos una mecánica de trabajo muy desarrollada, de hecho no se nota qué capítulo escribió cada una.
— ¿Y cómo fue vivir cerca de ella tu maternidad? ¿Suceden cosas particulares entre amigas que son madres y las que aún no lo fueron?
— Sí, se da algo especial. Con las amigas que no tienen hijos pasan cosas muy diversas durante el puerperio; algunas se sienten muy cercanas y tienen ganas de estar y otras huyen despavoridas. También creo que tiene que ver con el tipo de puerperio de cada una. Algunas mamás sólo pueden hablar de lo que les está pasando en ese momento pero otras pueden abrir un poco el oído y todavía tener un resto para las amigas, para escucharlas. Mi etapa posparto fue complicada, no por nada de salud sino porque no dormía, mi hijo no dormía y yo a lo sumo descansaba una hora. La llamaba a Paula y lloraba mientras le decía “¡yo no tengo que contarte esto porque vos no vas a ser mamá!”. Pero fue madre igual (se ríe).
—El puerperio es como un agujero negro, ¿por qué creés que es un tiempo del que se habla tan poco?
— ¡Es un momento traumático!. Justamente la primera guía es sobre ese tiempo que sigue inmediatamente al parto (y que dura unos meses). Es nuestro libro más exitoso y en parte tiene que ver con que no hay literatura sobre eso. Una vez que nace el bebé la madre es corrida de foco, todos esos que te rodeaban, te mimaban, preguntaban cómo te sentías, si tenías hambre o sed te dejan de dar pelota. Hay escenas familiares muy clásicas donde una está parada, el bebé está en otro lugar de la habitación y la gente te pasa por adelante como si no existieras. ¡Todos van directo al bebé!. Y es algo que advertís apenas parís. A mi me pasó que después de nacer Simón me dejaron sola en un pasillo. Mi marido se llevó al bebé y me quedé sola. Un relato común entre las mujeres. Es un momento difícil que casi nadie cuenta. Creo que en algunos casos las mujeres se lo olvidan como para autopreservarse, otras no te lo cuentan para que no te arrepientas. No tengo muchas más hipótesis. Lo cierto es que no sólo no hay literatura, no hay humor. Por eso nosotras tratamos de hacer un libro humorístico, porque es la mejor manera de pasar por ese momento que es bravo y reírte un poco.
—¿Y a quién le corresponde echar luz sobre ese período? ¿A los médicos, a las puericultoras, a los medios?
—No sé. A mí me salvaron mis amigas. Y por eso creo que funcionan los libros como el nuestro, porque toman como el rol de la confidente, de la amiga. Fijate que pasó como una década del primer libro y hoy no le cambiaría nada, no le sacaría nada. Nada nuevo pasó desde entonces.
—¿Alguien se ha ofendido por cómo encaran estos temas en sus guías?
—No. Nuestras lectoras saben qué van a buscar ahí. Muchas nos cuentan que les pasan los libros a sus maridos y les dicen: “Esto es lo que estoy sintiendo ahora”. Es medio catártico, lo fue para nosotras y lo es para quienes lo leen. Creo que es un modo de sentirte acompañada, de que no sos la única a la que le suceden determinadas cosas, que no sos vos sola la que te cuesta dar de mamar, la que se siente culpable de todo. El planteo de los tres libros tiene que ver con eso: con aliviar la culpa. No es una queja a la maternidad o hacia los hijos. Diría que es una especie de manual de defensa personal. ¿Contra quién? Los discursos dominantes, la familia, el entorno. A todo eso hay que filtrarlo. Nosotras tratamos de desarmar esos discursos. Porque todos opinan, todos saben. Ni hablar de los discursos médicos. Aunque fijate que los discursos supuestamente progresistas son igualmente fundamentalistas: ahora resulta que si no le das la teta a demanda entonces está mal, que si no lo hacés como te dicen sos mala madre.
Obvio que hay cosas contra las que no te podés “pelear”. Yo milito por las vacunas, los controles médicos. Los chicos tienen que ir a la escuela. Pero hay cosas de la crianza en las que nosotras definitivamente podemos decidir. En esos casos lo hago como quiero, como puedo, y no me jodan.
—Con el peso que cargamos de lo cultural, las tradiciones, ¿creés que una madre más relajada y menos perfecta es posible?
—A mí no me sale. Yo me peleo todo el tiempo conmigo y con esos discursos internos. Pero por ejemplo, la experiencia con mi primer hijo me sirvió mucho con el segundo. Ahí me paré de otro modo frente a los discursos externos. Igual no es fácil. En esta etapa de mi vida con estos hijos con estas edades la presión pasa por otro lado. Es el tiempo en el que tenés que ser la madre perfecta para que ellos sean buenos alumnos, tengan la tarea impecable, lleven al colegio comida saludable y además la coman, que no sean víctimas de bullying y tampoco victimarios. Además tenés que tratar de estar arreglada, sentirte linda y joven, ser buena profesional. La carga es enorme. Y no es igual para los padres varones aunque ellos sean papás presentes y participen. Si lo pensás, en la escuela si el nene o nena levantan fiebre llaman primero a la madre aunque sepan que en ese horario estás trabajando; si se olvidó el cuaderno la nota es para la madre, y así. Los grupos de whatsapp —que son el infierno— ¡son de madres!.
—Ya que estamos, ¿qué pensás de los grupos de whatsapp escolares?
—Ah, son una de mis ambigüedades. Yo no los armo pero sé que si no estoy hay cosas de las que jamás me entero: cumpleaños, temas de la escuela... hay ciertos intercambios necesarios. Lo que ves ahí es que hay madres mucho más dedicadas que vos a las cuestiones escolares, y bueno, ¡otra vez la culpa!
—Es que los estereotipos siguen existiendo, están más vivos que nunca: la madre despreocupada, la dedicada, la obsesiva ...
— Me parece que la principal batalla es contra los que te dicen cómo tenés que hacer las cosas. Me peleo justamente con los que que creen que saben, y con las etiquetas.
—El tercer libro tiene que ver con las escuelas, cómo elegir la pertinente, con qué te vas a encontrar... ¿pensás que hoy se exige a las madres hacer la escuela otra vez?
—En la guía advertimos sobre ese aspecto. Hay escuelas superexigentes en las que vas a tener que escolarizarte vos de nuevo, y otras que no tienen ese perfil. Hicimos una investigación sobre los tipos de escuela que hay en la Argentina. Mostramos la variedad. Obviamente estamos hablando de un sector de la población que puede elegir. Les contamos: este es el menú. Si vas por acá te la vas a pasar en la escuela todo el día, si no querés eso, buscá otras opciones. La escuela perfecta no existe y ese es el primer gran axioma de Guía (inútil). Al final les damos una serie de tips para que detecten si una eligió más o menos bien. En todo caso intentamos desarmar la idea del hijo perfecto, la escuela perfecta, la madre perfecta. De a poco, cuando los hijos crecen una se va relajando, pero después, cuando ingresan a la escolaridad es como que te fuiste olvidando de lo aprendido en los primeros años. El pibe entra en la escuela y entonces decís: ahora sí va a suceder, ¡todo perfecto! Es como una vuelta a las inseguridades y se rompe esa ilusión: ¿pero cómo no existe ese lugar maravilloso donde mi hijo va a aprender y ser feliz? Y no, la verdad es que no.
—¿Sos de participar en la escuela, de sumarte a los actos por ejemplo?
—Lo primero es que no sé hacer ninguna manualidad, mis hijos han ido disfrazados de las cosas más horrendas, yo no me sé desempeñar en esas actividades prácticas. Pero me esfuerzo... cuando lo hacés, cuando participás lo hacés por ellos. Yo odio actuar, si lo hago es para que mi hijo me vea, se ponga contento porque su mamá participa. Ahí, en los actos, en las previas, te das cuenta también de que hay otros papás y mamás muy distintos, gente que hace de la escuela su vida. Te encontrás con los que ensayan todos los días, los que van a figurar, los que hasta descubrieron su verdadera vocación y están entusiasmadísimos con interpretar a Belgrano. Con Paula, como guionistas, nos ofrecíamos en la etapa del jardín a colaborar con las obras escolares, pero resulta que después nos criticaban. Decidimos hacer menos y pasar más desapercibidas intentando buscar cierto equilibrio entre participar pero no protagonizar.
—Tu hijo mayor se prepara para entrar en la secundaria. ¿Se viene el cuarto libro?
— No, no creo. Escribir libros lleva tiempo y no da plata. Los estamos dejando crecer un poco más (se ríe). El ingreso a la secundaria me da un poco de vértigo, pero tiene que ver más con eso de “soltar” que está tan de moda pero que implica dejarlo moverse más solo, que maneje su plata, que viaje. No les temo a los cambios en lo educativo pero sí al hecho de verlo más autónomo en un contexto que además es muy hostil. A veces ser madraza es bancarte que sea más independiente.
—¿Algún consejo final?
—El único que damos es: hacé lo que puedas. El resto son recomendaciones de buena leche, algunas basadas en experiencias propias y otras en lo que les pasó a nuestras amigas. El eje de estos libros, desde el humor y el afecto, es desarmar los poderosos discursos del afuera porque desde la pedagogía Waldorf hasta el Liceo Militar te dicen cómo y qué tenés que hacer. Incluso el discurso de la crianza con apego, tan de moda, también es jodido. Y a las madres más progres nos hace sentir peor todavía: si no les damos la teta todo el día y hasta los tres años, si no dormimos con ellos, si no parimos en el agua nos sentimos mal. Eso es incluso más complicado de desactivar porque nos cierra más que lo otro pero igual no nos cierra. En materia de crianza que cada cual haga su camino, su historia, ese es el mejor consejo.