En ese completo viaje a la incredulidad que es Get Back, el documental de más de siete horas basado material fílmico inédito sobre el último tramo de The Beatles, hay un momento en el que las tribulaciones de la banda, las mismas que la llevarán a su disolución meses después, parecen desvanecerse del todo. Es cuando a los estudios EMI de Savile Row en Londres pasa inesperadamente a saludar Billy Preston, pianista al que los de Liverpool habían conocido en 1962 durante una gira en Hamburgo de Little Richard, con quien tocaba.
Asistir a ese preciso momento de esta impresionante película es sentir el privilegio de infiltrarse en la mayor intimidad de esta banda inigualable y misteriosa. Preston tenía 23 años en ese momento, sonrisa de frescura contagiosa y una naturalidad sorprendente cuando ingresa al estudio. En las tomas previas el grupo mostraba algunas dificultades para destrabar la ejecución de algunas canciones, en especial I’ve got a feeling, y si bien van progresando las molestias son palpables (“Sing Paul!!!”, le exige Lennon a Mc Cartney en el medio de una sesión inicial del tema, que se resiste a fluir, algo que pasa también con ellos).
Y en esa algo empantanada situación la cámara de Michael Linday Hogg capta la llegada de Preston y con ella la sutil y vertebral atmósfera de cambio que invade al set. Los cuatro músicos se acercan a Billy con una alegría espontánea. Lo que no se imagina Preston, norteamericano de Houston-Texas, que había llegado a Londres para unas presentaciones en TV, es que la banda estaba pensando en incorporar un tecladista a las grabaciones, que serán la antesala de la última presentación en vivo, la del techo del edificio de EMI.
En un momento de armonía grupal notable Lennon le explica a Preston que todos los temas que están creando tienen prevista una parte de piano y que normalmente se graban después. Pero que en esta ocasión lo quieren hacer en vivo, una canción detrás de la otra, y que eso significa que alguien lo toque en ese momento. “Así que si quieres, adelante”.
Tras recibir la sugerencia hay una centésima de segundo exquisita en la que Preston descifra que la banda más importante de la historia lo está invitando a ser parte. Al capturar el sentido de lo que escucha lanza una exclamación, una risita breve y aguda, apenas audible, que hace acordar al momento de supremo gozo de los bebés cuando los meten en agua templada para bañarlos. “Seguro, estupendo, increíble, estás bromeando”, repone Preston, sin parar de reír con alborozo cuando Lennon le dice que la idea de ellos es, además, que esté en el álbum.
Ese clima en el que es tan bienvenido se ve en la expresión de Preston, como nene en una juguetería, elegantísimo en un traje azul muy pop. Primero le indican que se lleve unas cintas a su casa para aprenderlas y volver con los arreglos al día siguiente. Pero hay algo que el documental no explica y en el montaje libre siguiente, en la misma secuencia, el imprevisto invitado ya está sentado en un piano eléctrico Fender, como si la impaciencia por ver los resultados los hubiera ganado a todos.
Es el momento de la gloria, de lo que solo puede salir bien, de lo epifánico. Empiezan a tocar I’ve got a feeling. Mc Cartney canta como endemoniado, como un negro salido de una plantación de Louisiana, llevando la voz a donde se le ocurre. En las transiciones del tema entra el teclado por primera vez y es como si Preston hubiera estado tocando con ellos toda la vida esas secuencias armónicas que para cualquiera que se haya pasado 50 años escuchando Let it Be, son parte de la identidad más sustancial del album. El tema termina, Lennon lo mira a Preston y le dice: “You are in the group”.
Cuando al director Peter Jackson le entregaron esos rollos de film inédito de 56 horas que habían dormido medio siglo en una bóveda de Apple Corps, la compañía fundada por The Beatles, alcanzó a exclamar. “No puedo creer que exista este material”. Muy bien, es genuino, no se puede creer. Es casi inverosímil la potencia de semejante registro de intimidad de la mayor banda de la historia y de incredulidad hipnótica. Ese momento, el acople de Preston al grupo en el film, está en el climax de todo lo registrado. Es el tiempo en el que se captura la alegría inmotivada y arrasadora por algo que sale bien. En una toma siguiente el pianista hace magia sacando unos acordes muy gospel en Let it Be. Mc Cartney al finalizar el tema lo mira a su nuevo músico con embeleso como si se sintiera, él tan luego, un incapaz. “Ser del norte de Inglaterra no resulta nada sencillo para el soul”, le dice.