A pesar de lo que se ha visto o leído en las obras de ciencia ficción, los robots no tienen porqué ser engendros malvados. Y no porque haya ejemplos como el repipi C3PO o el adorable Wall-E para defender la honorabilidad de las máquinas, si no porque la bondad o la maldad son categorías morales que exceden por mucho -al menos ahora y tal vez para siempre- la capacidad de los algoritmos y el lenguaje binario. Los robots, en fin, no pueden ser buenos o malos. Son, en todo caso, como sus creadores quieren que sean. Por si acaso, para curarse en salud, Isaac Asimov ya planteó en su relato "Runaround" en fecha tan temprana como 1942 sus famosas tres leyes de la robótica ("Un robot no hará daño a un ser humano..." etcétera).