Uno de los momentos más confortables que se pasa socialmente es cuando se acude a la peluquería. Porque el peluquero o la peluquera, “hablan hasta por los codos”, como decían nuestras abuelas.
Uno de los momentos más confortables que se pasa socialmente es cuando se acude a la peluquería. Porque el peluquero o la peluquera, “hablan hasta por los codos”, como decían nuestras abuelas.
En mi adolescencia y en mi juventud tuve siempre el mismo peluquero. Jamás lo cambiaba porque me dejaba satisfecho con su trabajo y porque me gustaban las historias que con mucho entusiasmo me contaba. Una vez, me dijo: “¿Sabés que yo siempre fui dichoso con las “minas”? “¿Ah, sí?”, respondí. “Sí -agregó- “no era cosa que yo entre al baile, mire alrededor de la pista, y ya tenía los ojos de una mujer clavados en los míos”. “Caramba, ¡qué interesante!”, le dije. Justo, en ese momento, pasó por frente de la peluquería, un hombre que saludó al peluquero por su nombre. Él respondió el saludo y me dijo: “¿Ves? Ese hombre que pasó allí, no sé si lo viste, iba conmigo a todos los bailes de carnaval”. (Que lo iba a ver yo al hombre que pasó, si para verlo tenía que girar la cabeza y me silbaban los tijerazos).
Y siguió el amigo su relato: “Una vez fuimos a Asociación Mitre, entramos, y yo, como siempre, me paré primero a mirar cómo estaba el ambiente. Él, apurado, salió mesa por mesa a invitar a bailar a las chicas, y estas les decían “no, gracias” y así dio la vuelta olímpica a la pista de baile. Hasta eso, yo ya había mirado al frente mío y visto que dos ojazos azules de una mujer estaban fijos en los míos. Entonces le hice seña con el dedo índice, como diciendo “¿bailamos?, a lo que ella asintió con un movimiento de cabeza. Crucé la pista, la invité formalmente y salimos a bailar. Una vez concluido el programa, fuimos a refrescarnos, y mi amigo me dijo con admiración: ¡No sé porque vos tenés tanta suerte cuando invitas a las chicas a bailar! Yo di la vuelta entera a la pista y ninguna aceptó hacerlo conmigo. Vos, apenas entraste, le cabeceaste a una y ya salió a bailar”.
Daniel E. Chavez