Más allá del tibio reconocimiento de la Iglesia Católica, ante los numerosos casos de pedofilia y abuso sexual dentro de su seno, se advierte la enorme incomodidad y fastidio que ésta experimenta al tener que dar una respuesta valedera al escándalo que significan estos crímenes perpetrados por religiosos. Creo que estos delitos agudizan aún más la crisis fenomenal que está experimentando hoy la Iglesia Católica. Se advierte un descreimiento pronunciado por parte de la feligresía que lamentablemente se traduce en la merma de su asistencia a la Santa Misa y en las escasas vocaciones sacerdotales. Particularmente, no creo que esté en juego aquí la fe cristiana en sí misma, pero sí creo que ha nacido un categórico espíritu crítico contra la institución de la Iglesia Católica a nivel mundial a causa de estos deleznables crímenes. Es que con el mea culpa y el consuelo cristiano no alcanza para abordar esta grave situación. Para eso están los profesionales de la psicología. Es preciso que la Iglesia Católica se ponga del lado de la Justicia ordinaria, le retire su paraguas institucional al religioso delincuente y lo expulse sin más de sus filas, sin consideración alguna hacia su jerarquía eclesiástica. Finalmente, la Iglesia Católica debe experimentar un cambio radical en su actitud frente a estos hechos. Debe comprender que los damnificados en este escándalo son dos, y no sólo uno. La víctima del delito sexual por un lado, y la Iglesia Católica en sí misma, en cuanto al impacto institucional que tales crímenes provocan dentro de su seno y a las nefastas consecuencias que se traducen a posteriori en las relaciones con sus feligreses. Una Iglesia ciega, sorda y muda ante estos hechos, no nos sirve. Delinque por omisión. Sólo de este modo la Iglesia enterrará definitivamente a la Iglesia de Judas, para ir reconstruyendo poco a poco la genuina Iglesia de Jesús, a quien sólo le bastaban una túnica ceñida a la cintura y un par de sandalias para predicar la palabra de Dios y dar testimonio de vida cristiana.