El Estado decide intervenir en la vida de Damián, un niño maltratado por una familia negligente y violenta y llevarlo a un hogar de tránsito, lo cual genera el anhelo y la frustración ante el abandono y un futuro que se muestra incierto en “Rinoceronte”, la película de Arturo Castro Godoy, que fue filmada íntegramente en la ciudad de Santa Fe y que llega hoy, a las 20.30, al cine El Cairo (Santa Fe 1120).
“Rinoceronte” sigue a Damián y a Leandro (Diego Cremonesi), un asistente social con una historia personal similar a la del niño, quien tendrá que aceptar que su vida anterior quedó atrás, pero todavía es posible comenzar de nuevo. Las exhibiciones continuarán mañana, a las 18; el sábado, a las 20.30, y el domingo, a las 20.30.
El film fue estrenado internacionalmente en el Festival Schlingel de Alemania, donde ganó los premios principales, entre ellos el Fipresci a mejor película internacional. En la provincia, se estrenó en marzo en el Cine América de la ciudad de Santa Fe, con seis semanas de permanencia en cartel. En los siguientes meses fue proyectada en más de veinticinco salas de provincias de todo el país, incluyendo el Cine Gaumont de Buenos Aires, donde llevó adelante dos semanas de exitosas funciones.
“Es un tema que me apasiona, analizar cómo el Estado atraviesa la forma de vincularnos en el seno de una familia, porque es un interrogante que me plantea una serie de preguntas en las que no llego a una respuesta final”, aseguró el realizador a Télam sobre la película.
Damián (Vito Contini Brea) es un niño de 11 años que deambula por la ciudad de Santa Fe. La ausencia de sus padres es notable y el Estado decide intervenir para quitarlo de su casa y llevarlo a un hogar. Leandro (Diego Cremonesi) es el terapeuta asignado y quien guarda el secreto y el dolor de una infancia no esclarecida. Pese a ello, Leandro debe mostrarse entero y entender que la víctima no es él, sino los niños a los que ayuda.
“Hay un valor incalculable -sostuvo Castro Godoy- de la gente que habita estos lugares y acompaña a los niños. Es un trabajo que con el tiempo termina siendo de un desgaste brutal, muchas veces sin las herramientas para poder llevar adelante su trabajo. Muchas veces hay cicatrices que son para siempre y no hay escapatoria y este trabajo tiene un valor doble: abnegación, su propio dolor, pero siendo seres humanos que sufren, son la primera línea de defensa contra la apatía. Para mí eso es de una valentía tremenda”.
El director realizó un minucioso trabajo de investigación en la etapa de desarrollo del guion. Se entrevistó con gente de la Secretaría de la Niñez de Santa Fe, visitó hogares, charló con terapeutas y se vinculó con personas que transitaron situaciones similares. “Esa investigación rindió frutos en la película final y gente que trabaja en esas situaciones reconoció cosas de sus propias vidas. Es algo lindo que me pasó en festivales en otros países”, comentó.
Castro Godoy cuenta en su desarrollo con los largometrajes “Trombón”, “Aire” y “Silencio”, film este último en el que también trabajó la relación padre-hijo, aunque en esa oportunidad los motivos y el final son bien distintos a “Rinoceronte”.
“Esta temática no es algo de lo que sea consciente cuando escribo, pero me parece evidente cuando me lo plantean. La familia como modelo de organización y cómo el Estado influye en la manera que tenemos de relacionarnos. Esto tiene que ver con la paternidad y el lugar que deben ocupar los padres, algo que está lejos de funcionar como se supone que debería. Cada persona busca la forma particular de llevarlo adelante”, explicó sobre la motivación.
¿En ambas películas, tomás el punto de vista de los niños?
En ambos casos me interesaba mucho más ver cómo funciona ese punto de vista con la poca información que tienen. En el caso de “Rinoceronte”, el niño es sacado por el Estado de manera forzada y no siempre tiene la información completa de lo que le está pasando. Esta manera de funcionar, me parece súper potente. En el caso de “Silencio”, ese momento tan clave de la adolescencia nos moldea a los golpes, sin saber sobre las consecuencias de nuestras decisiones.
Tus películas se apoyan en silencios, pero están lejos del cine de observación, sino que tiene, pese a la falta de diálogos, mucho movimiento.
A mí me interesa moverme entre los movimientos y el silencio. Me gusta el cine en el que los personajes no dependen del diálogo para transmitir lo que están pasando. El mío intenta ser un cine de la expresividad visual, con pocos textos producto de procesos internos. En ambas películas son personajes metidos hacia adentro, con momentos clave de su vida y calculando todo lo que están pasando. Son personajes fuertes y eso es lo que a mí me interesa explorar, no quedarme en la observación, sino no tener miedo a contar historias con cosas importantes en juego.
Sin embargo, hay una gran diferencia en las películas en la música. ¿Por qué prescindís de ella en “Rinoceronte”?
Yo sentía que la música no iba a funcionar. La película opera en un registro tan chiquito que cualquier cosa que pusiera encima iba a sonar forzada. Los momentos de música son prácticamante oníricos, con rupturas estilísticas. Sentía que la música, si bien es un buen recurso, en esta película no tenía lugar.