Votó el gigante sudamericano. Se realizaron las elecciones presidenciales en la República Federativa de Brasil, y la victoria de Inácio Lula da Silva (48.43 por ciento) no alcanzó para vencer a Jair Bolsonaro (43.20 por ciento), lo cual los coloca en el camino a una segunda vuelta, el próximo 30 de Octubre. Esta situación de mayor paridad a la esperada según las encuestadoras —las grandes perdedoras de estas elecciones junto a Ciro Gomes— deja en claro la abierta y sincera adhesión del electorado hacia Lula y la aparición de un voto vergonzante hacia Bolsonaro que creció casi 6 puntos porcentuales más de lo esperado.
Asimismo, estos comicios presentan aspectos que, al calor de los resultados, es necesario destacar: en primer lugar, se mantienen tendencias de un Lula triunfante en la región norte y nordeste, frente a un voto anti-PT en el sur y sudeste desde hace décadas; en segundo lugar, se produce el fin del predominio tucano (PSDB) en el Estado de San Pablo luego de 27 años; en tercer lugar, que del tercio de senadores que se renuevan en la Cámara Federal, el bolsonarismo se vería reforzado por la buena elección de los ex ministros que competían como candidatos/as y los buenos resultados de partidos socios y afines, que es una situación que se reitera de forma aún más pronunciada en la Cámara de Diputados; en cuarto lugar, que en la elección para gobernadores, aunque restan definirse en una segunda vuelta estados estratégicos como San Pablo, Rio Grande do Sul o Bahía, el bolsonarismo mantuvo su predominio en Río de Janeiro y las provincias más ricas y pobladas de la región sur/sudeste y el PT en los estados más pobres y menos poblados del norte y nordeste (Ceará, Piaui, Rio Grande do Norte).
En definitiva, aunque el titular del diario podría decir que ganó Lula, al menos esta primera vuelta, resultaría necesario auscultar y comprender si Jair Bolsonaro ganó y/o perdió lo suficiente como para —en el peor o mejor de los casos— ser una buena o mala noticia para la política democrática brasileña; o, si en todo caso, la estela de su impronta que se irradia en el bolsonarismo ha sido el gran ganador del proceso político que se abrió en el 2018 y perdurará en los próximos años.
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Elecciones en Brasil. Una multitud salió a festejar los resultados de la primera vuela. Miles y miles de brasileños se acercaron a la Avenida Paulista en la sede del PT.
Foto: Matias Delacroix / AP desde Brasil
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Jair Bolsonaro es una personalidad que irradió en la política brasileña un sinnúmero de frases disparatadas y consignas como por ejemplo que: “Sería incapaz de amar un hijo homosexual” (en 2011). “Es una desgracia ser patrón en este país, con tantos derechos para los trabajadores” (en 2014). “Las mujeres deben ganar menos cuando están embarazadas” (2015). “El error de la dictadura fue torturar y no matar” (en 2016). “Dios encima de todo… no quiero esa historia de estado laico; el Estado es cristiano y la minoría que esté en contra, que se mude… las minorías deben inclinarse ante las mayorías” (en 2017). “El afrodescendiente más flaco allá pesaba siete arrobas… no hacen nada; creo que ni para procrear sirven más” (en 2017). “Hay que dar seis horas para que los delincuentes se entreguen, si no, se ametralla el barrio pobre desde el aire" (en 2018). “Cada vez más el indio es un ser humano igual a nosotros” (en 2020), entre otras tantas declaraciones de génesis fascistas que se multiplican.
Considerado inicialmente como un outsider político —especialmente por ser un tránsfuga partidario y/o desconocido entre sus pares— que sorprendió al sistema político con la incorrección política en un contexto de crisis tras el juicio político a Dilma Rousseff, la llegada a la presidencia de un político con este tipo de prédicas altisonantes no debería causar asombro o sorpresa, puesto que es el fiel exponente —sin tapujos ni jeitos— de una longeva historia que le antecede que puede rastrearse hasta: la colonia y el sistema esclavista con su impronta patriarcal y la cultura heteronormativa, la extensa tradición del Mandonismo tierra adentro, el crecimiento de los evangélicos de los múltiples cultos de las “Asambleas de Dios” desde fines del siglo XX, la centralidad que adquirió la agenda de seguridad y la participación de los militares en los cargos de gestión pública en las últimas décadas, la violencia policial como forma de resolver los problemas sociales y la pobreza y, finalmente, el menosprecio y avasallamiento histórico sobre las poblaciones autóctonas o indígenas, entre otros aspectos.
Por ello, no fue una sorpresa la llegada de Bolsonaro en la elección de 2018, pero sobre todo no debe sorprender en el futuro inmediato que el bolsonarismo —entendido como la expresión sociopolítica de estas manifestaciones socioculturales de larga data— perdure de forma palpable y manifiesta, independientemente de la victoria o derrota electoral de Bolsonaro en las elecciones. Ahora bien, para saber si esto son buenas o malas noticias para Brasil, es necesario comprender y sopesar si, en los cuatro años de su gobierno, ganó o perdió Bolsonaro.
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Elecciones en Brasil: Inácio Lula Da Silva y Geraldo Alckmin, candidatos a presidente y vice, en la conferencia posterior al conteo de votos.
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Elecciones en Brasil: Jair y Flavio Bolsonaro luego del conteo de votos desde Brasilia.
Foto: Eraldo Peres / AP Especial Brasil
¿Son Buenas o malas noticias para Brasil?
Claramente esta respuesta es un poliedro que, dependiendo del cariz y la luz con la que se enfoque, puede ser visto de forma positiva o negativa. Por ejemplo, que Bolsonaro perdurara los 4 años de su administración implicó que el juicio político al presidente como salida anticipada no le conviniese a ninguno de los actores del sistema, independientemente de los méritos realizados por el propio presidente para ser investigado y juzgado por su (mal) desempeño. Por un lado, esto es una buena noticia para la democracia brasileña, que fue capaz de tolerar y sobrevivir a una expresión de derecha radical como la que vocifera Bolsonaro y a su vez reponerse y detener el espiral de la crisis desde el juicio a Dilma; pero, por el otro, es una mala noticia que el sistema político carece de cortafuegos para bloquear estas opciones ígneas y a su vez se amolde tan fácilmente —y sin empacho— a expresiones iliberales y autoritarias como las que representa el bombero piromaníaco de Bolsonaro.
Por ello, esta es una pregunta paradójica de una antinomia sin salida, con lo cual lo único que queda es esperar y contemplar críticamente el futuro. Porque, cuando la historia se repitió tantas veces como comedia y como tragedia —al punto de volverse un aburrido eterno retorno— el mareo de tierra que esto produce se vuelve un equilibrio inestable o un orden caótico en el que fácilmente se pierde el rastro de la locura vivida en los últimos 4 años del Brasil de Bolsonaro. En este panorama, siempre la alegría —o la tristeza sin fin—sigue siendo brasileña.
(*) Juan Bautista Lucca es cientista político, profesor de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR, investigador del CONICET e integra el Centro de Estudios Comparados de la FCPolit …
Adelanto del próximo artículo:
¿Ganó o perdió Bolsonaro? Poder y potencia de un ¿outsider?
Claramente la respuesta tiene, como Jano, dos caras! En primer lugar, es posible decir que Bolsonaro ganó porque logró adaptarse al sistema y —abandonando su faceta de outsider o desconocido—se volvió un político tradicional que —abrazándose al Centrão en los últimos años— logró lo que nadie presagiaba en el 2019: que llegara al final de su mandato, inclusive con expectativas de disputar una reelección. En segundo lugar, Bolsonaro ganó porque logró mantener activa a una sociedad de derecha variopinta, desde expresiones radicales, autoritarias y/o patriotas hasta liberales y conservadores —o meros antipetistas—con el músculo suficiente para un posible horizonte de reelección, disputarle la calle al progresismo de izquierda e imponerse abrumadoramente en las redes sociales. En tercer lugar, ganó Bolsonaro porque logró traccionar recursos, espacios institucionales y prioridad en la agenda de gobierno para estos sectores de derecha, que conjugaban tanto la defensa de sus valores tradicionales como el ataque de los sectores adversarios, las minorías y las políticas del período petista. En cuarto lugar, ganó Bolsonaro porque si su leit motiv era combatir tanto al petismo y como a las élites tradicionales, logró —no tanto por el amor, sino más bien por el espanto— que sus adversarios se agrupen —como es el caso de Lula y Alckmin sobre todo— y se aplane la diferencia y heterogeneidad política entre ellos, con lo cual la autoverdad del discurso del bolsonarismo de que “son todos iguales” se torna veraz; es decir, la sola presencia del lobo en la selva, hizo que los tucanes, ornitorrincos y leones, formaran un sindicato de corderos. Por último, Bolsonaro ganó porque logró surfear la ola de la pandemia, al punto tal que se volvió una endemia (o ahora sí una gripesinha en sus propios términos) gracias al ritmo global del desarrollo de la vacunación por un lado, pero también por la aberrante intemperie a la que se expuso al ejército industrial de reserva del sistema social desigual de Brasil por el otro.