Nacido en Alcorta, Santa Fe, en 1928, Padeletti se radicó
muy joven en Rosario. En contacto con Nélida Esther Oliva, con Arturo Fruttero, con Alex Rodríguez
Bonel, se formó y produjo una parte decisiva de su obra, pero recién a partir de 1983, cuando se
radicó en Buenos Aires, comenzó a ser apreciado en la medida de su valor. La edición de Poemas
1960/1980, publicado por la Universidad Nacional del Litoral, fue la expresión decisiva de ese
reconocimiento. En el año 2000 reunió en tres tomos su obra poética y parte de la plástica en La
atención.
—Cuando murió Arturo Fruttero, su hermana Clelia
entregó los papeles de Arturo al historiador Ricardo Orta Nadal. Ricardo, a su vez, me pasó buena
parte de los relativos a poesía. Entre ellos un pequeño libro mío mecanografiado, dedicado a
Arturo, cuyo título era Apuntamientos en el Ashram. Fue una afortunada sorpresa porque me había
olvidado de ese título hasta el punto de que publiqué los mismos poemas en Carmina llamándolos
simplemente Poemas. Entre ellos, que luego recuperaron tardíamente su título original, hay uno que
dice: "Hay una soledad. / Y con el canto del gallo se resuelve / y se abren para ti las estaciones,
/ el ritmo intransferible..." No me refería por supuesto a las estaciones del año; era una
premonición de estaciones interiores que todavía no habían ocurrido. Años después, investigando el
esoterismo islámico, descubrí que entre los místicos sufíes suele asignarse un significado técnico
muy preciso al término estaciones; pero yo nunca profundicé ni practiqué en esa dirección. Eso sí,
en ambos casos se trata de las estaciones interiores que algunos llamarían, con diversos grados de
propiedad, estaciones de un viaje iniciático. En mi caso se trata simplemente de un viaje poético
imaginario que continúa todavía, involuntaria pero imparablemente y sin embargo, al parecer, con
curiosa coherencia. Empezó entre los 15 y 16 años con la crisis del adolescente que se abre a la
vida, y se vuelve a intensificar ahora con la crisis de senectud, que tiende a replegarse en
dirección opuesta. El martes cumplí 80 años.
—¿Cuáles son las motivaciones que, según la nota
preliminar al libro, están enraizadas en tu vida? ¿Las descubriste a través de la poesía? ¿A esto
refiere el poema "Velar es mi ejercicio" y los versos donde decís que "Cada vida// despliega el
segregado/ motivo de su apego/ como la araña"?
—En cuanto a si descubrí mis motivaciones interiores
a través de la poesía, te diría que ha sido al revés, que a partir de motivaciones personales
profundas, insondables, fui descubriendo no la poesía en general sino la que me tocó escribir a mí.
El descubrimiento de la poesía fue paralelo y extremadamente importante. En ella fui descubriendo
tiempos, lugares y recursos afines que me estimularon intensamente y me ayudaron a plasmar lo que
asomaba a través de mí. Toda la poesía que escribí y mis numerosas artes poéticas que se van
sucediendo y complementándose, consisten, temáticamente, en un intuitivo ir dándome cuenta de la
vida y de los diferentes cultivos o culturas de esa vida. Bien mirado, este darse cuenta es muy
realista, no tiene nada de ficción en el sentido de ficticio ni de idealismo conceptual. Idealismo
y realismo o espiritualismo y materialismo, para llamarlos de algún modo, funcionan en ese darse
cuenta como polos complementarios, dinámicos e inseparables, de lo mismo. Nicolás Rosa no mucho
antes de morir, me preguntó medio en broma, por teléfono: "¿Qué opinás ahora sobre materialismo y
espiritualismo?" Le contesté: "Siento y pienso, como y cago. Son dos caras de la misma moneda". Y
Nicolás largó la carcajada. "Velar es mi ejercicio" no es un ejercicio voluntario, profesional y
cotidiano; son "estados" de diversos grados de lucidez y emotividad en los que entro periódica y
espontáneamente. Son insoslayables. Aunque el aspecto "composición" es importantísimo en toda mi
obra escrita y plástica, el aspecto "inspiración", se la explique como se la explique, es
esencial.
—¿Qué correcciones has introducido respecto de las
ediciones anteriores de los poemas?
—En el período que abarca El Andariego las
correcciones son mínimas. En algunos poemas de Apuntamientos en el Ashram he regresado a la versión
original (la visión del conjunto 1944-1980 me llevó a ello). No así, por motivos que explicaré
oportunamente cuando se publiquen, en los poemas que van desde el 80 hasta ahora. Como pasó con
Canción de Viejo, que requirió varias reescrituras, estoy rescribiendo con gran satisfacción e
inspiración buena parte de los poemas de Parlamentos del viento, de los que, equivocadamente, me
había desprendido antes de tiempo, cuando eran todavía sólo materiales para posibles poemas
futuros. Serán publicados como segunda parte de El Andariego, también subdivididos en estaciones y
también con un título tomado del Yi King: La Merma.
—El poema "Pocas cosas" está dedicado a Juan Grela, a
quien señalás como maestro, junto con Arturo Fruttero. ¿Cómo fue tu relación con él?
—Mi relación con Juan Grela fue efectivamente la de
discípulo y maestro, pero no tanto en el sentido profesional, en el que fui más bien un laborioso y
perpetuo autodidacta, sino en el ético. Yo admiraba y sigo admirando su total honradez, su profundo
respeto por el otro, su generosidad, su deseo de ayudar y de apoyar, su bondad en una palabra. De
su obra y enseñanza me interesan las etapas donde se vuelca más directamente su extrema
sensibilidad. De las etapas "esquemáticas" elijo las obras que yo mismo bauticé como "flores
metafísicas", pintadas con lo que él llamaba la paleta cromática más baja: negro funcionando como
azul, tierra sombra tostada como rojo, tierra sombra natural como amarillo y todos los blancos y
grises cromáticos que se producen al trabajar con esa paleta. En este ciclo no se nota tanto un
importante aspecto del carácter de Grela con el que nunca pude coincidir: una cierta rigidez
volitiva, más o menos simplista y dogmática. Sólo que él jamás la impuso a los otros; se la imponía
a sí mismo; por ejemplo, cada dos años cambiaba sistemáticamente de estilo, sin dejar por supuesto
de ser él mismo.
—En tu horóscopo, según dijiste, "el arte está
sellado por el signo del ocultamiento y la postergación". ¿Se cumplió?
—Los episodios de "ocultamiento y postergación" que
descubrieron en mi horóscopo fueron casi constantes hasta después de los 60 años. Voy a mencionar
dos. A principios de la década del 50, Victoria Ocampo, que me conocía por mediación de Olga
Cossettini, me mandó una esquelita invitándome a pasar un día con ella en San Isidro. Como llovía,
me fue a buscar ella misma a la estación y compartimos un día entero en que las preguntas y largos
silencios de Victoria alternaban con la incomparable e inolvidable conversación de Ricardo Baeza.
Después de cenar me volvió a llevar a la estación. Yo tenía 16 años. Victoria escuchó muy
atentamente los poemas que Olga quería que le leyera y me invitó a llevárselos a Bianco con la
intención de que empezara a colaborar en Sur. Volví a Rosario conmocionado, pero nunca llegué a
pisar la redacción de Sur. Nunca supe si los hubieran publicado o no. No sabía si iba a seguir
escribiendo, ni cómo, ni qué, y no estaba seguro de sentirme cómodo en ese ni en ningún otro
círculo literario. Me parecía, y creo que no me equivoqué, que tenía muy poco que ver con ninguno.
Nunca me arrepentí. El otro episodio se relaciona con la plástica. Poco antes de mi segunda muestra
en Rosario, el ciclo Esfinges ( témperas sobre papel), Grela me dijo que eligiera 15 y se las
llevara a su galerista en Buenos Aires para que me fuera conociendo. Las llevé, las miró
cuidadosamente una por una y me dijo, más o menos: "Tuviste suerte. Me falló un artista y tengo un
hueco. Traeme las que faltan e inauguramos dentro de quince días". Pero en quince días yo tenía la
misma muestra en Rosario. "Ya está hecho el catálogo. Falta enmarcar y colgar. Así que no puedo, no
se las voy a dejar", le contesté. "Bueno, vos te lo perdés", me dijo. Tampoco me arrepentí nunca.
Ese era el tipo de conducta que yo admiraba en Grela. Esa y otras experiencias posteriores me
llevaron a desinteresarme de hacer una carrera plástica. Me dediqué con fervor y excelentes
resultados, al menos para mí, a la docencia y a pintar, aparentemente, para mí mismo. Con el
tiempo, se fue produciendo un fuerte reconocimiento. Actualmente, aunque no tengo ni quiero tener
galerista, mi mayor ingreso anual proviene de la obra que acumulé y que he mostrado con la ayuda de
instituciones y personas amigas.
—Tus obra, has dicho, no responde a un proyecto
literario pensado. ¿Cómo explicarías su notable unidad?
—La notable unidad de mi obra, según tus palabras,
también para mí es un misterio. Efectivamente, no depende de un sostenido proyecto literario ni
mucho menos. Cuando escribo poesía lo hago con plena independencia de criterio; casi diría que
escribo lo que se me antoja. Sólo que eso, aparentemente tan azaroso que brota es a la vez muy
sintético, muy estético, muy significativo y, por lo menos hasta los poemas del 80, efectivamente
muy coherente. La explicación más sencilla sería que se debe a que soy como soy y a que nunca he
tratado de parecer otro. Lo cual no significa que en todos los aspectos pueda sentirme a gusto con
eso. Un talentoso y querido poeta muy joven, Martín Rodríguez, escribió en su libro Vapor un verso
fuerte que viene bien al caso: "Nunca decir el animal que soy", y otro que también viene al caso
del mismo libro: "Siempre hubo una mediación animal".
—"La poesía se hace/ queriendo/ y sin querer", dice
uno de tus poemas: ¿podés distinguir lo que hay de deliberado y lo imprevisto?
—Lo deliberado y lo imprevisto, la búsqueda y el
hallazgo involuntario trabajan juntos pero lo involuntario e imprevisto aparece primero. La
voluntad y el azar, en mis poemas y obra plástica, son como la aguja y el hilo: trabajan
juntos.
—¿Qué lecturas de tu obra destacarías?
—Aunque su estilo de crítica, muy técnico y muy
poéticamente barroco a la vez, no es fácil de comprender, es probable que de todos mis numerosos,
generosos críticos, casi me atrevería a decir que Nicolás Rosa fue el que caló no mejor, sino más
profundo. Lo hizo en "Los órdenes de la belleza", ensayo que incluyó como último capítulo de su
libro Artefacto. Si nombrara a un crítico más, me vería, no por justicia sino por mera lógica,
obligado a una larga enumeración de personas, puntos de vista, estilos y como (aunque
indirectamente) todos recaen sobre mí, de agradecimientos. Hablando de mí, quizá sea conveniente
cerrar con unos versos que escribí hace mucho: "El peso de la vida —siempre yo—/ es un
monumento de agua, labrado en vilo."