El politólogo Federico Zapata cree que el anuncio de Cristina Fernández de Kirchner de que no será candidata a nada en 2023 no es un retiro de la política sino simplemente un impasse a la vorágine en la que la había metido el peronismo. Para el director de la consultora Escenarios, con esta jugada la vicepresidenta “abre un espacio de negociación” hacia el Frente de Todos (FdT), que se encamina, si no mejoran las variables económicas, hacia una dura derrota electoral.
En diálogo con La Capital, Zapata, también responsable de la sección Economía Política de la revista Panamá, analizó el impacto en la opinión pública de la sentencia en la causa Vialidad, las opciones de Cristina en ese escenario y el impacto tanto en el peronismo como en Juntos por el Cambio (JxC) de su intención de correrse de escena.
—No veo un gran impacto, porque tanto quienes creían que era inocente como quienes la consideraban culpable no iban a cambiar su posición en función del fallo. Lo que sí vemos es que desde el 2019 el porcentaje de quienes la consideran culpable es mayoritario: representan un 60 por ciento, frente a un 20 por ciento que no tiene opinión y un 20 por ciento que la cree inocente. El fallo se enmarca en un estado de opinión pública adverso. Ella ha ido perdiendo la batalla de la opinión pública, probablemente al calor del fracaso de la experiencia gubernamental. El segmento que cree que es inocente coincide más o menos con lo que conforma su núcleo duro electoral. En todo caso, hay que ver cómo se mueve en los próximos meses ese 20 por ciento que no tiene opinión formada. Sin embargo, es difícil construir una agenda política en torno a causas judiciales. Para el cristinismo ha sido un problema muy serio en el deterioro de su relación con la sociedad. La gente ve que una cuestión de Cristina ha colonizado la agenda del Frente de Todos.
—Cristina responde el fallo con la reunión de Lago Escondido, ¿sirve ese hecho para movilizar más allá del núcleo duro?
—Su respuesta sobre el episodio del Lago Escondido tiene dos dinámicas. Por un lado, intenta fidelizar ese sector de la sociedad que cree, sin matices, que la Justicia efectivamente está actuando como una mafia. Por otro, intenta disputar este 20 por ciento que tiene una mirada todavía alejada del proceso. Le auguro éxito en el voto de los fieles, y escaso éxito en el resto de los votantes. Cuando empezás a bucear más en el fondo encontrás una crisis con la política. Este escándalo refuerza eso: se ve que la política tiene su propia agenda y su propia dinámica, que es independiente de la sociedad. Este escándalo refuerza esa mirada: que la política es como una especie de casta. Que se junta, se va de viaje, se toma un avión privado. Este caso puede afectar más a Juntos por el Cambio, pero el sector alejado de la política ve, por un lado, a un sector Juntos por el Cambio con relaciones promiscuas con un sector privilegiado del poder, y por el otro, a una dirigente tomando la agenda de la coalición de gobierno para defenderse de una causa penal.
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—¿Qué cree que buscó Cristina al anunciar con tanto tiempo de anticipación que no va a ser candidata?
— Lo primero es que fue algo pensado, no es algo que se le ocurrió en el momento. Ella está tirando del mantel del sistema político. Esto tiene dos dinámicas. Una es al interior del Frente de Todos. La centralidad la estaba colocando en un lugar de mucha responsabilidad anticipada. Desde el punto de vista electoral, en el marco de un proceso en que los gobernadores se estaban desacoplando, era colgarle las listas de diputados y senadores y mandarla sola a la que puede ser, si se mantiene esta dinámica política y económica, una de las peores elecciones del peronismo. Lo que está haciendo es tomar como excusa el fallo para poner en pausa esta situación y correrse del centro. Lo paradójico es que desde el 2019 Cristina ha tenido una pelea permanente con su centralidad. Es como una especie de pelea contra sí misma, donde Alberto es parte de esa saga.
—¿Cómo es eso?
—Es como en la película El Padrino, cuando Michael Corleone dice “cuando quiero salir, me vuelven a meter”. Ella ha querido salir, pero su pasión por la política la lleva a meterse. Ella ha invertido en construir una especie de sucesión generacional con La Cámpora. Ha invertido recursos, tiempo, cargos, y sin embargo eso no termina de dar frutos. Lo que hay es un inmenso vacío: al no estar ella competitiva cuando se corre se produce una crisis, seria y bastante sistémica, en esa sociología electoral. Esa es la primera dinámica. La segunda es que también le genera un problema a Juntos por el Cambio. Cristina funciona como un incentivo a la cooperación en la oposición. Si no está, ese incentivo desaparece. Si ella no juega para ningún cargo la oposición va a tener que encontrar otro incentivo para cooperar. Va a tener que hallar una agenda positiva para ordenar esa cooperación que ya no es tan fácil. De todos modos, hoy todo es potencial, porque hay que ver lo que los políticos hacen, no lo que los políticos dicen. Hay que esperar a ver qué pasa el año que viene.
—¿Hay que creerle a Cristina? ¿O puede ser parte de un operativo clamor?
—Del 2019 para acá ha peleado sistemáticamente contra su centralidad, pero también ha sido antagonista de cualquier intento serio y profundo de cuestionamiento de esa centralidad. Es una relación muy contradictoria con su rol en la política. Esto claramente es una pausa en la dinámica en la que el sistema peronista la había metido: la había embarcado en una candidatura a algo para el año que viene. Ahora ella pone una pausa, y abre un espacio de negociación. No creo que esté firmando un acta de retiro del sistema político. Lo que está haciendo es detener esa vorágine en la cual la había metido el sistema peronista. Se han construido como consumidores de poder, ninguno produce ninguna alternativa. Frente a la posibilidad de una muy mala elección del peronismo ella se baja del caballo, desensilla y vuelve a negociar.
—Supongamos el escenario de que Cristina efectivamente, no es candidata. ¿Desbloquea el escenario para el peronismo para que aparezcan otras figuras o lo complica?
—Por lo pronto, el único que podría llegar a beneficiarse de todo esto, y si logra ordenar un poco la economía en los próximos tres o cuatro meses, es Massa. Si acomoda, puede implicar una corrida política a favor de él. A partir de la gestión ha mejorado un poco. Cristina tiene el doble de piso, pero Massa tiene el doble de techo que ella. En ese sentido están parejos. Massa depende de que le salga bien la apuesta, pero la tiene muy difícil. Hoy el gobierno es Massa. El albertismo está completamente retirado de las funciones gubernamentales y el cristinismo incluso abandonó la posición de sommelier de las medidas. Con Guzmán y Kulfas el cristinismo estaba en una especie de torneo a ver quién le pegaba más, y con Massa está siendo muy prudente, muy sigiloso. Es difícil imaginarse cómo este gobierno existiría sin Massa. La primera dinámica que hay que seguir con atención es la relación de Massa con la capacidad gubernamental y si eso puede generar una especie de sucesión pacífica en el liderazgo del peronismo. Si eso no funciona, o incluso si funciona, puede aparecer otra variante: que Cristina defina avanzar en una reconfiguración del Frente de Todos en clave Unidad Ciudadana. Armar una especie de Podemos, que le permita perder pero sosteniendo una cuota de poder político muy sólida en las Cámaras después de 2023. En ese caso puede buscar la variante Kicillof, el que mejor fideliza sus votos, o ir por un experimento al estilo Wado de Pedro.
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—A Alberto se le terminó yendo el Movimiento Evita, la CGT tomó distancia, ¿Cómo queda este Fernández flotante en este nuevo escenario?
—A Alberto le queda margen para hacer pequeñas travesuras, todavía conserva una pequeña capacidad de daño, pero su experiencia está políticamente terminada. Lo del Evita es es el último capítulo de la saga del proceso de deconstrucción de algo que nunca terminó de nacer. A Alberto le dieron la pelota para construir un liderazgo y la pinchó. No es que uno decide construir poder y liderazgo cuando uno quiere. Hay ventanas históricas en las que uno puede hacerlo. Y el momento en que la historia le dio esa oportunidad él definió no hacerlo. Es un proceso político absolutamente terminado. No le veo un rol protagónico, para nada.
—Pasemos ahora a Juntos por el Cambio. Dice que si Cristina se corre de la escena se debilita ese incentivo a la cooperación, ¿cómo imagina el juego de los distintos sectores del PRO y del radicalismo en este panorama incierto que se abre?
—Va a depender de cómo ellos terminan procesando el problema de liderazgo. Lo novedoso es que la polarización del sistema, que antes estaba marcada por el macrismo y el cristinismo, está asumiendo dos rasgos diferentes. El primero es la polarización entre la sociedad y la política. Es algo que está muy presente y hay que monitorearlo porque la sociedad está absolutamente frustrada y hastiada de la política. Lo segundo, y la salida de Cristina lo refuerza, es la tendencia a que la polarización del sistema también se introduzca al interior de Juntos por el Cambio. Este debate, para simplificarlo, entre halcones y palomas, es una pulseada entre una especie de nuevo centro mayoritario versus una especie de derecha reformadora o modernizadora. Ordenar eso implica un nivel de coordinación y de ajuste muy delicado.
—¿Por qué?
—Es cirugía fina. Si no lo lográs hacer muy bien ante un eventual triunfo de un centro mayoritario probablemente se te dificulte contener los votos más radicalizados, propensos a ir hacia Milei. Y puede ocurrir que ante un triunfo de la derecha reformista un sector del radicalismo se vaya de la coalición o incluso el votante más de centro evalúe también otras alternativas. Ahí hay que ver qué pasa con la capacidad del sistema de producir una alternativa diferente. Si el escenario opositor es complejo, sin Cristina se complejiza todavía más, porque se les exige un nivel de acuerdo y una cuota de liderazgo mucho más importante. Así como Massa tiene tres o cuatro meses muy importantes, la oposición también.
—Hablaba recién sobre los liderazgos. Hay que ver qué sucede con Cristina, también con Macri, que se mueve en espejo con ella. ¿Ve posibilidades de una renovación de los liderazgos y de una oxigenación conceptual, por así decirlo, de la política argentina a partir del 2023?
—Quiero ser muy cauto con eso, porque a un año del traspaso de mando vemos un déficit alarmante de liderazgo del sistema político. Un escenario donde los dos principales liderazgos no estén compitiendo, que son básicamente Macri y Cristina, aunque estén golpeados y achicados demográficamente, no necesariamente es un preludio de un ordenamiento del sistema. O sea, para que el ordenamiento del sistema se genere, es necesario otros liderazgos. No es que un liderazgo se produce porque alguien se siente en el sillón o tenga la lapicera. El caso de Alberto Fernández lo representa muy bien: él tuvo eso y, sin embargo, fue un gobierno absolutamente carente de liderazgo y de capacidad de reformular el sistema político. Si los actores apuestan a que la sola no presencia de Macri y Cristina en la oferta electoral ordene los liderazgos, estamos en un problema. Lo que el país necesita y está demandando el sistema político es un exceso de liderazgo y lo que tenemos es un déficit de liderazgo más allá de estos dos actores que están en declive.