Tras el asesinato de Miguel "Peladito" Ramírez en el barrio Empalme Graneros volvió a asomarse la disputa por el comercio de drogas. Un conflicto que tiene al menos a dos bandas enfrentadas y que sumando a Ludueña y Larrea acumula 29 homicidios en lo que va del 2022. Hace una semana organizaciones sociales y escuelas de uno de estos barrios hablaron de un "escenario de guerra" para alertar sobre la situación del noroeste de Rosario.
En lo que va de 2022 hubo 29 homicidios en esos tres barrios: 11 en Empalme Graneros, 15 en Ludueña y 3 en Larrea. Entre ellos se cuentan un doble crimen en el que fue asesinado un policía, un triple crimen en el que mataron a un nene de 1 año, dos homicidios en una misma cuadra con pocas horas de diferencia, algunos casos de víctimas que fueron baleadas de rebote y muchos otros en lugares identificados como puntos de venta de drogas.
Sobre el homicidio de Ramírez se supo que en el barrio lo conocían como "Peladito". "El loco vendía. Estos son todos narcos pero no sirven para nada. Venden para ellos, para drogarse, pero no son nadie", sostuvo un muchacho que habló con La Capital este martes. Luego, tan solo con un comentario, dio contexto al crimen: "Otra cosa es Francisco, que está en otro mambo, está con una de las bandas".
Se refería a Fran Riquelme, actualmente preso por balear a una de las testigos principales en la causa contra Esteban Alvarado, líder narco al que este joven de Empalme Graneros respondería como encargado del comercio de drogas en parte del noroeste rosarino. Desde hace meses, en las calles de Empalme Graneros, Ludueña y Larrea se habla de una disputa entre la facción de Riquelme y la que comandaban Mauro Gerez y Cristian "Larva" Fernández, vinculados a "Los Monos". El primero fue detenido e imputado a principios de junio como miembro de una asociación ilícita dedicada a cometer balaceras, mientras que Fernández fue asesinado en abril pasado en el marco de esta misma saga.
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A su vez ocurrieron en un período de tiempo en el que la comisaría 12º, de Solís y Casilda, quedó en medio de distintas polémicas. La primera fue en febrero pasado cuando la seccional fue baleada horas después de un crimen ocurrido a pocas cuadras de ahí. A mediados de mayo vecinos del barrio se manifestaron para reclamar seguridad en la puerta de la comisaría luego del asesinato de Mauro Fleitas, un joven baleado al salir de la casa de su ex novia. Dos días después el fiscal Pablo Socca ordenó una inspección en la seccional tras el rumor de que Mauro Gerez había pasado por ahí sin que quedara rastro alguno.
En ese marco la 12º quedó en la mira de un vecindario ya desconfiado de la policía de su propio barrio, sobre la cual en distintas oportunidades recayeron acusaciones de connivencia con una de estas bandas que controlan el comercio de drogas en la zona. "¿Por qué la tirotearon? porque cuando mataron a una gente de Gerez, como la policía no cumplió con el respaldo fueron y le balearon toda la comisaría", dijo en una de esas ocasiones un vecino a La Capital. Ahora, con Mauro Gerez ya detenido e imputado como parte de una asociación ilícita y sospechado de estar detrás de varios de los crímenes ocurridos en esta zona, volvió a ocurrir un homicidio que puede dar cuenta de la continuidad de una disputa más allá de la caída de los nombres propios que protagonizan los relatos conocidos sobre estas historias.
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Hace una semana varias organizaciones sociales e instituciones escolares de Ludueña difundieron un comunicado en el que hablaron del barrio como "un escenario de guerra". "¿Cuándo nos tocará? ¿Cómo protegemos a los chicos dentro de la escuela? ¿Y a los que no pueden salir de sus casas por amenazas o por miedo?", sostuvieron en un pasaje del documento en el que también hablaron de "barrio tomado".
Otro aspecto que contextualiza la situación que atraviesan estos tres barrios lo brindó la pura casualidad. Para esta nota hablaron con La Capital dos jóvenes de distintos puntos de Empalme Graneros. Uno de ellos, que vive a metros de donde este lunes mataron a Miguel Ramírez, tenía al menos dos balazos en el portón de su casa que correspondían a dos conflictos anteriores desvinculados uno de otro. El otro, más cercano a la zona en la que vivía la víctima, se levantó el buzo para mostrar la secuela de uno de sus líos: una cicatriz vertical desde la boca del estómago a la ingle por un balazo del cual todavía se está recuperando.