El fútbol argentino está atravesado por los mismos problemas culturales con los que convive la sociedad. Por eso no sorprende lo que ocurrió ayer en el Gigante de Arroyito en la previa al clásico. En la que una vez más, y como siempre, la víctima fue la gente. Sí, la que paga. La que con su esfuerzo sostiene el show. Y la que pese a ello padece el maltrato de quienes viven de ese aporte. Casi una burla del destino. Aunque ese destino sea una construcción colectiva en la que son muchos los que pierden y unos pocos los que ganan.
A esta altura en la que la tecnología resuelve hasta las organizaciones más complejas, que socios de una institución (con cuota, abono y hasta bono pagos) sean impedidos de ver un partido en su estadio por acción u omisión dirigencial es un absurdo. Hecho similar a que el portero del edificio o empleado de un hogar no deje entrar al dueño del departamento. En cualquier circunstancia el propietario tiene la potestad de sancionar o despedir, sin embargo en el club los representantes violentan los derechos de los representados. De manera inconcebible y sin ninguna consecuencia.
Porque más allá de las debidas disculpas que hoy expresaron los dirigentes de Central, un gesto mínimo y que sólo debería ser el primer paso para un resarcimiento ejemplar, ayer dejaron solos a muchos asociados a merced de un operativo policial que no se caracterizó por la amabilidad.
Socios que junto a la cuota debieron pagar en forma compulsivo un bono. Ese que se aplica con el mismo criterio de una cuota extra de patente automotor o cualquier otro impuesto. Porque cuando los números no cierran por mala administración, la solución es siempre la misma, cobrarle más a los contribuyentes.
Esas raras entradas
En este contexto, el origen del dislate que se vivió ayer está en el vicio estructural del fútbol argentino: las entradas de protocolo. O llámese de favor. Esas que no se pagan y las que no tributan. Las que no suman para las arcas pero que sí restan a la capacidad de un estadio.
Hasta que no se cambie el sistema de las entradas de protocolo, la distorsión y el perjuicio continuará. Porque la esencia de esos tickets es el uso diplomático con empresas patrocinantes. Sin embargo, con el mal uso y abuso se convirtió en una herramienta política y hasta en una malversación formalizada, porque las más beneficiadas son las barras, las que hace mucho ingresan blanqueadas con este método.
En el mientras tanto, los socios, que son los dueños de los clubes, seguirán quedándose afuera. Eso sí, con todo pago. Y con las disculpas que el protocolo impone. Pero afuera.