A Susana y a Noemí, a los 5 y 4 años, las enfermó la poliomielitis y las dejó en sillas de ruedas, con más o menos afecciones. Sin embargo, en la medida en la que fueron creciendo, entendieron que pese a todo, había oportunidades. Por caso, Susana, en eso, fue arrolladora de muros. Siendo adolescente ya trabajaba arreglando medias en un negocio familiar. Eso, que le iba dando otras perspectivas la llevó a querer estudiar, al tiempo que el deporte iba apareciendo en el horizonte como un regalo inesperado. A Noe, las cosas le costaron algo más porque aquella enfermedad le dejó más secuelas. Y porque les tocó atravesarlo en una época en que la discapacidad dejaba a las personas puertas adentro. Hizo la primaria con maestro particular y luego conoció el deporte. Miró un poco más, vio lo que hacían amigas como Susana y quiso seguir estudiando y conseguir un trabajo. La independencia con la que hoy se mueven a los 74 y 73 años es producto de aquella fuerza.
“Yo levantaba puntos de medias. Antes, las medias no eran descartables, a la gente se les rompían las cancán o las que fueran y las mandaba a arreglar. Yo hacía zurcido invisible, todo (…) De día trabajaba y de noche estudiaba. Una amiga discapacitada me invitó a estudiar. Ella había pedido permiso al Ministerio de Educación e hicimos el Belgrano de varones (Normal 3), de noche. Pedí el mismo permiso y pude hacer el secundario ahí”, relata Susana. Noemí acota: “Ellas me enseñaron todo” y señala con el dedo a su amiga, aunque es evidente, incluye a otras. Y sigue: “También quise estudiar, no faltaba nunca, imaginate. Y después también quise trabajar”.
Eso sí, para cuando Susana y Noemí estudiaban no había concesiones para ausentarse para los torneos, no importaba que se tratase de alto rendimiento o se representase al país. No las había. Así, cuando llegaron los Juegos Paralímpicos de Tel Aviv, los segundos a los que fueron estas mujeres, Susana optó por repetir de año. No se los iba a perder ni loca, mucho menos después de saber de que iba todo este asunto del olimpismo y de haberlo vivido en carne propia. “Sí, repetí, estaba convencida de mis posibilidades de medallas así que ni lo dudé”, ríe la extleta especialista en lanzamientos.
Aunque, primero lo primero. Aproximadamente dos años antes de que se realizaran los Juegos Paralímpicos de Tokio, Susana y Noemí se conocieron en el Club Rosarino de Lisiados, donde alguien un día propuso gestar actividades que tuvieran que ver no sólo con la cultura, sino también con el deporte. Que había una forma posible. El profesor Luis Pino, un ex saltador de GER que tras un accidente de moto perdió una pierna, apareció en escena. Se ofreció a entrenar a quienes quisieran hacer deporte. Fue el gran artífice de la idea y en el patio del Instituto de Lucha Antipoliomielítica y Rehabilitación del Lisiado (Ilar), al poco tiempo, empezaron los entrenamientos, hasta que se trasladaron al Estadio Municipal.
Llegaron los torneos nacionales y, cuando aún las atravesaba cierta inocencia por lo que podrían hacer, Susana y Noemí descollaron en una de esas primeras competiciones y ganaron su lugar en Tokio 1964, casi sin proponérselo: “Terminó el torneo (Nacional) un domingo y el lunes llamaron a la casa de unos vecinos y nos dijeron que teníamos las marcas para ir a los Juegos Paralímpicos. Imaginate la alegría. Era 13 de octubre y en noviembre ya nos íbamos. Hicimos una fiesta en casa. El viaje fue hermoso, duró como dos o tres días. Paramos en Brasil, EEUU y Hawai hasta que bajamos en Tokio”, recuerda Noemí sobre el inicio de la aventura de estas dos amigas que competían en categorías diferentes, pero casi todo lo hicieron juntas.
“Yo tenía un miedo… Tenía mucho miedo, todo era muy fuerte para mí, veía situaciones que me asombraban, nos colgaban cosas y no entendía mucho”, sigue Noe. Es que sí. Sólo tenía 17 años, nunca habían viajado en avión y eso que la asustó, lo que le colgaban, al final era un collar con palomitas de la paz. Luego todo se hizo más fácil, habitué en una cultura totalmente diferente a la Occidental y en un Japón que llamó a esos Juegos, los Juegos de la Resurrección, por haber podido ponerse de pie tras la Segunda Guerra Mundial. De hecho, cuando se celebraron los Juegos Olímpicos la llama olímpica de la inauguración fue encendida por Yoshinori Sakai, un chico que entonces tenía 19 años y que nació en Hiroshima el mismísimo día que arrojaron la bomba atómica.
Los Juegos de Tokio significaron, para estas dos mujeres, un puntapié. Susana ganó 9 medallas y Noemí 8. A las dos le esperarían dos Juegos más: compartieron Tel Aviv 1968, Noemí fue a Hendelberg, Alemania 1972, ahora en básquet de silla de ruedas y Susana bastantes años después, tras ser mamá, volvió para Seúl 88. Dicen que Susana Olarte levantó admiración por la fuerza que tenía y por la destreza. "Ni yo sabía que tenía tanta fuerza", ríe, mientras Noe aporta que era muy difícil tenerle la silla a su amiga, que tenía que ser un voluntario fuerte, porque ella sino, movía todo. En el mismísimo Estadio Olímpico de Tokio que, renovado, volverá a ser sede en los Juegos de 2020 (con lugar este año, por la pandemia), hacían fila para ver a Susi tirar. No por nada, luego sería la deportista paralímpica santafesina más ganadora.
—Escuchame, yo quiero que se sepa que Susana es la más ganadora—, dice Noemí.
—Bueno, no es tan así-, responde.
—Sí, de acá sos la más ganadora. Aparte, ¿sabés qué? En las noticias siempre aparecían nuestro nombres juntos: Susana Olarte y Noemí Tortul. Yo me sentía orgullosa pero eso es todo gracias a la humildad de ella. Susana era una supercampeona.
—Gracias, Noemí, pero vos también lo sos.
—Sí, estoy orgullosa, imaginate que gané el oro en sillas de ruedas, que es uno de los sueños más grandes del deportista, pero lo que vos hiciste Susana. Quiero que la gente sepa lo destacada que fuiste, porque te lo merecés.
Es mediodía y la charla sigue. Ya desfilaron por la mesa todo tipo de fotos, historias más chiquitas, otras más grandes. Ya se proclamaron fanáticas de todos los deportistas argentinos, pero especialmente de los rosarinos. Noemí pregunta preocupada si la tenista Nadia Podoroska ya está asegurada para ir a Tokio 2020. "¿Viste lo que es? Me miro todos los partidos, es bárbara, y en qué poco tiempo lo hizo... Qué lástima que perdió el otro día (hace referencia a un torneo reciente). ¡Encima es de acá!". Tranquilas, cuando corroboran que sí, preguntan por Yanina Martínez, la campeona paralímpica de Río de Janeiro 2016, la que en cierta forma le siguió los pasos. "Es una campeona increíble. Y la sonrisa que tiene", acota Susana. Yanina Martínez, en cierta manera, continuó el legado de ellas y rompió, tras Juegos y Juegos con sequía de medalla de oro paralímpica. Rompió la historia misma.
A la hora de evaluar la situación actual del paralimpismo local, son duras y autocríticas: "Está mal. En Rosario no se hace nada. Esa es la pena nuestra, porque no fuimos capaces de sostener el juego". "Eso para mí es una frustración, porque yo pienso que todos tenemos la culpa. Algunos fueron los que tuvieron la manija, que podían decir vení podes trabajar, las necesitamos, y no lo hicieron. Y nosotras no buscamos la iniciativa y esto se murió, no hay nada", lamenta Noemí.
Ahora sí, al tiempo que la entrevista se escurre y mientras los álbumes se van cerrando con paciencia y cariño:
-¿Qué piensan cuando ven todo lo que hicieron?
-Estoy orgullosa de haber vivido lo que viví. A pesar de que una tuvo un problema muy grande, porque es muy importante lo que nos pasa. No toda la gente hizo las cosas que hicimos nosotras por ser distintas y pudimos hacer mucho porque el deporte nos ayudo muchísimo. El deporte y el trabajo, porque el trabajo es también igual de importante, gracias a eso como jubiladas municipales. Sería lindo que la gente tome el ejemplo, pero no porque me tome de ejemplo a mí, sino para que le sirva a la persona que lo tome, ¿se entiende lo que quiero decir? Hacemos todo solas, viajamos, nos divertimos, pasamos cosas feas como todo el mundo, pero siempre salimos. Eso es lo que a mi me gustaría, que la gente que tiene un problema que se fije en nosotros y pueda salir adelante.
-¿Y vos Susana?
-Como dijo ella, yo también estoy muy orgullosa de la carrera deportiva que hice. Hemos luchado mucho, hemos practicado aún más, de noche mayormente, costaba. Estoy muy contenta porque me siento bien personalmente y se lo debo al deporte, a la lucha mía y de mi familia que me acompañó y me ayudó. Este es un logro que uno lo consigue también de acuerdo al carácter de la persona. Todo esto es gracias al deporte, porque nosotras estábamos siempre ocupadas por el deporte.
Desde una vitrina llena de recuerdos paralímpicos sobresalen los ojos fijos de una muñeca. Es una Geisha. Están tan fijos como los recuerdos de Susana y de Noemí. Tokio está allí. La vida está allí. En esos ojos y en esos recuerdos.
Números que hablan por sí solos
Tanto Susana Olarte como Noemí Tortul fueron paralímpicas en dos disciplinas: atletismo adaptado y básquet en sillas de ruedas. Los Juegos de este tipo, que habían tenido su primera edición en Roma 1960, permitían cosas así. Susana, la deportista local más ganadora, guarda entre sus lauros cuatro medallas doradas en atletismo. Noemí logró la gloria máxima en básquet.
c0192c04-f86d-4d20-b60b-34c99c928185.jpg
Susana ganó oro en lanzamiento de bala; plata en lanzamiento de clava y jabalina y bronce en disco en Tokio 1964; oro en clava, disco y bala; bronce en 4x40 metros en Tel Aviv 1968, más la presea plateada en básquet en sillas de ruedas.
Noemí, en Tokio, se quedó con el bronce en clava, jabalina y bala y en Tel Aviv fue plata en clava, disco, jabalina y bronce en 4x40, más la plateada también en básquet adaptado. Cuatro años después, en Alemania, consiguió el oro por equipos en esa misma disciplina.
a877da70-fe1c-4dc4-826b-9258a50b4cf7.jpg