La vida por lo general es muy injusta, pero la muerte en estos casos es, por demás irrespetuosa. ¿Adónde estará ahora Juane Basso?, me pregunto. ¿Sobrevolando nuestra tristeza antes de partir para juntarse con el viejo y la vieja, y abrazarlos fuerte sin que nada o alguien pueda impedirlo? ¿Dándole unas últimas caricias a Juana, Pedro y Nadia, sin poder decirles qué tan tremendo será estar lejos?
Conocí a Juane hace casi 25 años. Nunca fuimos amigos entrañables, pero llegamos a ser hermanos. Cuando nos miramos cara a cara la primera vez pensé: “Este pibe tiene la mirada implacable”. Con el tiempo aprendí que no era eso, que miraba desde la eternidad del dolor reconvertido en decisión de lucha apasionada. Y con el tiempo aprendimos a confiar uno en el otro, pavada de aprendizaje en estos tiempos de agachadas.
Era discutidor, por momentos cabrón, no dejaba resquicio por explorar en pos de agotar cualquier tema. Nos reíamos mucho de ese rasgo, que nos emparentaba y nos hacía pensar todo un poco más.
“¿Estás bien?”, preguntaba antes que cualquier otra cosa si hacía un tiempito que no te veía. No era un cliché, le importaba. Y no hubo batalla pequeña para el tipo. Todas debían ser libradas y sin esquivar el bulto, ya fuera por cansancio o pereza. La lucha estaba ahí, y había que darla, sin más vueltas, qué carajo.
Se fue la noche del miércoles 3 de marzo. Ya había cumplido los 44, y esta vez no fue posible repetir esas juntadas de a muchas y muchos, compartiendo el pan y el vino, riendo a mansalva, alejando los demonios del terror que a cada quien ponen en jaque cuando la memoria sigue intacta. Cada fiesta de cumple en lo de Juane era con la copa en alto, las carnes en el fuego y las charlas largas como larga es la injusticia que las convocaba.
Se fue mientras jugaba un partido de fútbol con amigos, y nadie está preparado para la muerte, pero mucho menos la de un tipo como él, aferrado a la vida con uñas y dientes, entrelazado con la gente, mezclado con la multitudinaria marea de las marchas, enarbolada su voz cada anochecer de cada 24 de marzo, allá en el Monumento.
Se fue un hermano que no se cansó de buscar Memoria, Verdad y Justicia. Uno de los que quedarán en la historia como un ejemplo de que la lucha para lograr juicio y castigo a los culpables del terrorismo de Estado nunca, jamás conllevó un solo episodio de venganza colectiva o por mano propia. Se fue alguien que supo mostrar la diferencia entre los monstruos y sus víctimas, y que los dos demonios son una construcción infame urdida por cobardes.
En Rosario, Juane cofundó Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS), pero también integró el Espacio Juicio y Castigo, y fue un incansable luchador junto a Madres, Abuelas, Familiares y otras organizaciones de DDHH. A su padre, Emilio Feresín, lo desaparecieron en 1977, un día antes de que naciera este hermano que sigue acá, al lado mío, queriendo discutir hasta el título de estas palabras que se escapan amargas del teclado.
Decidió ser periodista, porque quería contar lo que pasó en el país del no me acuerdo. Cofundó El Eslabón en medio del último estertor del menemismo, fue editor y cronista irreemplazable en el diario digital Redacción Rosario, y también estuvo entre quienes decidieron fundar la Cooperativa La Masa, siempre en la frenética búsqueda de la esquiva verdad.
Hijo del amor y del dolor, padre feliz, amigo leal, compañero incondicional, lo voy a extrañar sin atenuantes. Pero es tan terco que no va a dejar que eso pase. Va a estar acá, yendo y viniendo, como hizo siempre, entrando y saliendo del infinito espacio de las luchas. Nunca antes de haberlas librado.