"Es algo alucinante para mí", resume María Elena Fantini (70), una mujer que terminó la secundaria, se casó, tuvo hijos, trabajó en un colegio y, después de jubilarse, se puso a pensar qué desearía aprender el resto de su vida. "Y ahora disfruto de hacer lo que me gusta, que encima me mantiene hiperactiva", dice. Por eso el de este año no es su primer curso en la UNR. La elección actual apuntó al Taller de Creación Textil, donde experimenta con "intervenciones sobre telas" a través de técnicas como el batik, shibori (pintado y teñido) o sublimado.
"No es solamente lo que hacés en una clase, sino toda la semana, que te pasás atrapada buscando materiales, leyendo por internet, mirando diseños", explica.
Su compañera Amparo Fernández, arquitecta (60), comparte que la actividad "es divina" y le "llena el día". Antes aprendió mosaiquismo, curso donde además ganó amigas, con quienes se sigue viendo.
"Hay muchas cosas que con tu profesión te van quedando en el tintero", admite, y así, como quien no quiere la cosa, "un día venís y decidís hacer poesía". Y a una edad donde las obligaciones laborales aflojan, aparecen otras vetas que estaban escondidas. "Ganas de viajar, de aprender idiomas, de cuidar tu salud, de saber sobre emociones".
Amparo señala otra dimensión. Que no es menor, ni tan frecuente en otros lares. "¡Y son cursos gratuitos, cuando uno particular, por ejemplo de mosaiquismo, no baja de los mil pesos!", advierte.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Buscar más vida
Escaleras arriba se va despoblando otro curso. Este, dedicado a la lectura de poesía bajo el sugestivo nombre de "La palabra desnuda".
"Está muy bueno ese título, la palabra desnuda, porque sos vos el que viste las palabras cuando leés", larga, como al pasar, Francisca Auci (66), una docente jubilada de primaria que adora escribir y leer poesía, pero que también incursionó antes por el promocionado universo de las neurociencias.
A su lado Adelina Yuvone (que tiene "sus años", admite, aunque no los dice) cuenta que es pianista y eligió la poesía porque se trata de otra forma de música. Y porque además el curso la ayudó a salir de un pasado reciente duro. "Me dio un poco más de vida", asegura.
En el salón quedan los "profes", nada menos que María Cristina Renard y Jorge Isaías, dos enamorados del trabajo que desarrollan en estos grupos de adultos mayores, con una abrumadora supremacía femenina.
La libertad para enseñar y aprender, demorarse en autores, no seguir cánones, charlar, intercambiar miradas y sentires, disfrutar de un "lugar manso" (como definió una alumna a la clase), también forman parte de esta "otra universidad" adentro de la propia universidad. Un lugar del que, parece, disfrutan todos.