Cuando el cine se convierte en el eje de la conversación, un inocultable brillo en los ojos lo delata: es la pasión de su vida. No importa si se está hablando sobre Fellini o algún western spaghetti, si el tema es la resplandeciente Nouvelle Vague francesa o cualquier vil producto de la industria: de inmediato su entusiasmo se activa, su memoria vastísima despierta y entonces surge el comentario certero, el dato fino, la mirada del conocedor.
Mario José Muniagurria Paz llegó a Buzios, en Brasil, cuando la idílica localidad aún era un secreto muy bien guardado. Integrante de una tradicional familia rosarina (su fallecido hermano Marcelo fue vicegobernador de la provincia y su hermano Alberto, tan cinéfilo como él, es un reconocido médico), siguiendo los impulsos de una búsqueda tan intensa como personal sus pasos lo llevaron a lo que todavía era un pueblito junto al mar, a 170 kilómetros de Río de Janeiro. Y allí se quedó para siempre, tras crear una legendaria posada —Vila do Mar— y añadirle nada menos que un cine.
“Estaba viajando por Europa y había pasado un tiempo en Ibiza, que tiene parentesco con Buzios —cuenta, con voz firme y apostura de galán maduro—. Y llegué acá detrás de un amigo, Manolo Molinari, que regenteaba una posada. Y fue acá donde por primera vez entré en contacto con la belleza sin necesidad de intermediarios. No lo dudé y me quedé”.
Venía de una separación matrimonial y con el título de abogado bajo el brazo, aunque nunca ejerció la profesión. Se acuerda con gran cariño de su fallecido hermano Marcelo: “Con él teníamos un proyecto compartido, íbamos a trabajar juntos. Pero cuando le conté lo de Buzios, él —que acaso era el único que podría haberme hecho cambiar de decisión—, en lugar de pararme, me acompañó al aeropuerto”.
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La estatua de Brigitte Bardot en Buzios.
Su mirada, entonces, se pone nostálgica y viaja al pasado. Directo a su infancia en pleno centro rosarino: “Vivíamos en una gran casa en el actual pasaje Álvarez, frente a la plaza Pringles. Allí habitaban junto con nosotros nada menos que once personas de servicio, a la que mi querida madre nos enseñó a respetar profundamente. Y esa gran casa estaba llena de umbrales. Por eso siempre digo que yo quise cruzar los umbrales”.
En su charla el relato de los acontecimientos está matizado por oportunas reflexiones. Cuenta su deslumbramiento por el paisaje buziano: “Tengo mi posada y mi cine exactamente en el mismo lugar donde decidí que no me iba más de acá”. El cine, nada casualmente, se llama Bardot, en homenaje a la bellísima actriz francesa, sex symbol de épocas pasadas. Fue ella quien “descubrió” Buzios y le dio popularidad.
Mario José también supo ser actor. “Yo era James Bond cuando estaba en el cine y seguía siendo James Bond cuando salía. No renunciaba a vivir mi fantasía”, enfatiza.
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El cine surge entre la vegetación buziana.
—En Buzios parece que vivir fuera fácil —señalo.
—Bueno, depende de qué lado del mostrador estés —contesta, veloz como el rayo.
Sigue contando los secretos de su amor por la pequeña localidad, que por cierto ya no es tan pequeña: “Acá no necesitaba ponerme uniforme para ser serio. Y yo siempre fui serio, en el sentido de respetar los códigos”.
—¿De dónde te viene esa pasión enciclopédica por el cine?
—La cuestión es correr detrás del sueño. Y el que realmente quiere viajar no pregunta el precio del pasaje. Yo no puedo vivir sin ir al cine. Es mi alegría, mi referencia. Yo dialogo con el cine, en el cine están mis respuestas. Y en este lugar, donde decidí quedarme, no había cine. Entonces, tuve que hacer uno. Y el cine me trajo experiencias, vivencias, amigos de todas partes del mundo… hasta dinero.
—¿Recordás las salas de la que fue tu ciudad, Rosario?
—Todas… El Palace, por Córdoba. Y el Radar. Doblando por San Martín el Capitol. Después el Monumental (que aún está allí), el Gran Rex. El Astral, el Empire, el Imperial, El Cairo (otro sobreviviente), el Broadway. Y el América, el Ambassador, el Urquiza, que fue la base de mi futuro.
8
Mario José con su gran amiga Graciela Borges.
—Si tuvieras que nombrar un par de películas que te hayan marcado, ¿cuáles serían?
—Me cuesta responder. Pero la que me marcó a fondo fue “The Man Who Shot Liberty Valance” (“Un tiro en la sombra”), de John Ford: con John Wayne, James Stewart, Lee Marvin, Vera Miles. Y otra es “Blade Runner”, de Ridley Scott. Qué bien que está Harrison Ford en esa película.
—¿Y de qué actrices te enamoraste?
De Julie Christie. Y de Sofía Loren.
Mario José no se detiene. El Bardot es una magnífica y a la vez íntima sala, llena de detalles que muestra con alegría. “El cine hace falta para tener calidad de vida. Es por eso que está el Bardot acá. Yo sin cine no puedo vivir. Y además, el Bardot es el único cine que dio origen a un festival. Ya van veintiséis festivales”, relata, con inocultable orgullo.
“Muchos nos cuestionan porque no proyectamos películas nuevas —acota—. Nuestro criterio es que aquí pasamos cine arte. Entonces, ¿el arte, para los que nos critican, es una cosa vieja?”, lanza, implacable, y se ríe.
Su colección de DVD’s con películas es envidiable. Obsesivamente ordenada, exhibe los intereses múltiples de su hacedor.
“Queremos que la gente venga al cine a aprender. El Bardot no intenta atraer turistas. Yo dormía en el cine con mis hijos. Les decía que en el cine había que despertarse, no dormirse. Porque el cine es para despertarse. Creo que yo desperté con John Ford, por ejemplo”.
Feliz con su destino, orgulloso creador de una vida propia llena de sentido y también de una familia a la que ama, Mario José Muniagurria Paz abre sus brazos en Buzios a todos los amantes del sol, del mar y del cine. La película está lejos de haber terminado.