Las imágenes transmitidas por 104 cadenas de televisión de 64 países fueron el detonante. El domingo 27 de marzo de 2005 el sumo pontífice de la iglesia católica Juan Pablo II quiso dar la bendición Urbi et Orbi en el Día de Pascuas en la plaza San Pedro de la Ciudad del Vaticano y no pudo. Con 84 años y gravemente enfermo, falleció el 02 de abril. La tradición de esa religión le impone a su líder un mandato que sólo revocará la muerte, con una conocida excepción. La explicitación de su decadencia física hizo que un periodista llame a Karol Wojtyla “el papa pornográfico”, como una nueva revelación, a pasos del fin de su vida, de su carácter revolucionario. Se trataba del papa de detrás de la Cortina de Hierro, del peregrino, del baleado, del pacifista a ultranza, de quien debió lidiar con el Fin de la Historia. Y como si todo eso fuera poco, le enrostraba a la sociedad de la imagen lo inevitable.
Ese mismo ideario moderno entronizó al Hombre como principio y fin del Universo y su antropocentrismo dejó marcas indelebles en las culturas occidentales, como por ejemplo en el Renacimiento italiano. Cuerpos anatómicamente perfectos sirvieron de modelo para una contemporaneidad que rinde culto al cuerpo, a la belleza (blanca y centroeuropea, claro está) y a la juventud. En oposición, la corrupción del cuerpo biológico y las condiciones sociales de existencia, deben, invariablemente, ser parte de ese mundo íntimo. Ergo: ni la vejez, ni la enfermedad, ni la muerte son parte del show. Vade retro al impúdico paso del tiempo.
De eso no se habla
La emergencia sanitaria vino a trastocar ese orden naturalizado, y puso a la enfermedad y a la muerte en los titulares de los medios de comunicación abriendo un sordo debate sobre qué deben y qué no deben mostrar esos medios, o peor, qué deben o no ver sus audiencias. Los silencios también hablan de las elecciones editoriales y pareciera que, hasta aquí, el virus sólo cobra números y no vidas.
Escondidos en sus hogares, invisibilizados por la prensa y olvidados por las autoridades, los adultos mayores forman parte de eso que está, o siempre estuvo, pero no debe verse. Y si ya constituían un problema social, ahora la pandemia les ha puesto otro rótulo, como mínimo despectivo: grupo de riesgo. Los adultos mayores son hoy “exactamente el grupo de riesgo, ya que el 85 por ciento de los muertos por coronavirus en Argentina y en el mundo tienen más de 70 años”, configura Florencia O’Keeffe, periodista especializada en temas de salud del diario La Capital.
Según la reportera, la sociedad actual “tiene al goce puesto en el cuerpo” y como no hay “un cuerpo a cuerpo” por la falta de convivio, aparecen o se profundizan problemas de larga data como la inhibición a mostrar un cuerpo no joven, la falta de contención, la soledad y también la abstención de sexo. Aunque para O’Keeffe eso no sea lo peor del panorama sino el silencio: “No hablar de esos temas o soslayarlos es de alguna manera ocultarlos y, junto al problema, también a sus protagonistas”.
La palabras de los mayores
El proyecto Palabras Mayores, empeñado en “construir una visión más inclusiva de las vejeces y tirar abajo prejuicios”, tiene por objetivo darle voz a un silenciado sector de la sociedad. Georgina Paladino, creadora del espacio, cuenta que la iniciativa es bien tempranera: “Primero porque mis papás me tuvieron de grande, mi padre tenía 60 y mi mamá 40 y me crié en un entorno de gente mayor. Fui testigo del envejecimiento de mis padres y los acompañé. Ambos fallecieron en 2014".
Y observa: "Cuando me relacioné con el ámbito de la salud y los adultos mayores me enojé mucho. Entonces me acerqué al geriátrico en el que estuvo mi mamá antes de morir y le propuse hacer un taller de literatura. A raíz de eso creé Palabras Mayores”, como una página en Facebook, del mismo nombre, con "los relatos de estas personas, anécdotas, historias de vida, pensamientos”. Luego de acabada la experiencia en el geriátrico, Paladino siguió nutriendo su página web con relatos y newsletters.
En ese marco, el proyecto ideó una campaña de concientización a través de un video coral con la palabra de los involucrados. Allí se da cuenta escueta pero contundentemente de palabras pocas veces asociadas a determinadas edades, tales como deseo, sexo y falta de impedimento.
https://graph.facebook.com/v8.0/instagram_oembed?url=https%3A%2F%2Fwww.instagram.com%2Fp%2FCGn40JDBaZP%2F&access_token=EAAGZAH4sEtVABANZAZAnZC6xtIRJa7oTIWQzGOiBKdxq1CVptVdfuXLBIYGYdTHI6no69VdpA5sd7DEBEZCZCniTPekgmR9eZCItWGsnVYJKHMTeviDZB77ZBHzAdt5pnX3uK1s7TDkpd8phzLvKZCwY2oBBcVufnUIEzBOK1jwda5ea2cPraVGN4x
El sexo a los 70
Después de enviudar, Marta, de 73 años, decidió seguí adelante y le pidió al universo una pareja honesta, compañera y que le gustara. "Y apareció, de golpe, me pidió el teléfono, me dijo de ir a tomar un café y me revivió como mujer, era todo lo que había pedido", cuenta Marta. Sin embargo, después de un tiempo, se dio cuenta de que no había atracción sexual, "no había piel", sostiene, motivo suficiente para que decida terminar la relación, ya que para ella "el sexo es tan importante como ir al cine o ir a cenar". Por supuesto que no existe la misma asiduidad que a los 20, pero a esta edad hay una gran libertad, una gran entrega, sin dudas mi sexualidad mejoró con el paso el tiempo", relata.
Por estos motivos, Marta asegura que el imaginario popular que sostiene que los adultos mayores no tienen deseo, sexo ni orgasmos, "es un mito correlativo a ciertas edades porque hubo mucha represión sobre el sexo. Pero a medida que pasa el tiempo, con trabajo de terapia, uno puede ir soltando esos prejuicios".
Como está soltera, Marta recurre a la autosatisfacción: "Hay noches en la que me despierto con una sensación de mucho deseo, entra en funcionamiento mi fantasía mental y me masturbo, es lo más natural del mundo". Pero a la vez, admite que le hace falta un hombre la acaricie, la abrace y le diga cosas lindas. "En este momento no tengo trabajo ni hijos para atender, estoy libre de todo así es un momento perfecto para tener una pareja. La vida sigue y tengo muchas ganas de vivirla. Ahora tengo ganas de conocer a alguien. Incluso estoy hablándome con un vecino con el que tenemos onda", confiesa.
Liliana afirma: "Los adultos mayores tenemos sexo, nos masturbamos y sentimos placer". A sus 65 años observa que "el abuelito se sigue dando vuelta a mirar a tetas y culos, al igual que la abuela sigue mirando hombres. La sexualidad es lo último que se pierde, porque no es solamente lo relacionado con la genitalidad, sino porque somos seres sexuados hasta la muerte. El deseo muere cuando te morís". Y cuenta: "En mi caso, estoy casada desde hace más de 30 años y el gran cambio de la sexualidad fue cuando nuestros hijos se fueron de casa. Ahí volvimos a estar de novios con mi marido. Siempre sentí mucha libertad sexual".
En relación al cuerpo de los jóvenes, Liliana reconoce que en las novelas o películas no se ven adultos mayores teniendo relaciones. Sobre el estándar de belleza y la exposición del cuerpo en la tercera edad, ambas coinciden en que no sienten pudor de mostrarse y reconocen que en ninguna película se ven escenas de gente mayor teniendo relaciones, "salvo en algún filme europeo".
En cuanto a la negación y el tabú en relación al placer, Liliana dice que a su edad el deseo no disminuyó pero que "las hormonas se modifican. No sigo teniendo sexo como a los 30, ni sintiendo las mariposas en las panza de los 20, pero sí sigo teniendo sexo". A la vez relata que no cree en las frecuencias y hay que derrumbar esos mitos porque, según argumenta, "uno puede tener una buena cama cada 15 días o sexo malo todos los días".
Liliana asegura que con la edad disminuye la potencia pero no el deseo. El placer sigue existiendo, es el motor de una pareja: "En el imaginario, el sexo se deja para los adolescentes o los jóvenes, y pareciera que los adultos están imposibilitados. Pero no es lo que sucede. El Viagra fue muy bueno, realmente funciona". Sin embargo, detalla que los mayores consumidores de Viagra son los jóvenes, "porque vivimos en una sociedad muy exigente".
Toda segregación es política
Como situación excepcional, se ha evidenciado “el uso político de la pandemia para maniobrar sobre el goce de diferentes sectores de la sociedad”, advierte Ángel Fernández, licenciado en Psicología y docente de la Facultad de Psicología (UNR), y psicoanalista. Y “ha sido utilizada para poder orientar la satisfacción hacia un lugar u otro”. Un ejemplo es “el tironeo discursivo en los medios de comunicación” sobre las estrategias de propagación o mitigación de los contagios.
La emergencia sanitaria ha sido disparadora de algunos comportamientos relacionados algunas perversiones. “El exceso, lo obsceno, nunca es propio y siempre está puesto en el otro. El Norte y Sur de Italia se miran con los mismos ojos. Para unos, el perverso es el otro". Y la pandemia “es un momento en el que ha sido reforzada la segregación”, alerta el también experto en Política, Cultura Popular y Psicoanálisis.
Preguntado acerca de la concreción real de esa actual disociación, Fernández no duda en ponerlo en “la demonización del trabajador y de la pobreza, colocando un goce obsceno en el que trabaja o es pobre”. Para el psicoanalista, “hay un trabajo ideológico para demonizar la demanda social, así los reclamos populares son puestos en un lugar ilegítimo, como si hubiera algo pornográfico en ellas”.