El problema histórico de la producción argentina son las malezas. Tenemos uno de los mayores ambientes agrícolas del mundo, pero así como están bendecidos nuestros cultivos, también están bendecidas las malezas. ¿Saben lo que es para un productor ver casi el 90 por ciento de un lote perdido por malezas como el yuyo colorado?
Porque según cual sea la maleza, las pérdidas de rinde van desde un 35 por ciento hasta más de un 90 por ciento del lote. Ya no hay como combatir las malezas sin tecnología. El error de pretender volver a la mecanización como sistema de producción, no solo no soluciona el problema puntual, sino que lo agrava ante la pérdida de los logros en estructura física, química y biológica del suelo y la reaparición del banco de malezas. Los paquetes químicos que estamos usando no sólo no están siendo eficientes, sino que son caros y nos sacan de toda competitividad; sin mencionar que sería inviable por el costo de los combustibles.
En los últimos ocho años las malezas se cuadruplicaron: hoy hay más de 24 biotipos de malezas resistentes en nuestro país, la creación del programa REM (Red de Malezas Resistentes, encabezado por Aapresid con la participación del Inta, las Universidades y las técnicas) es la respuesta que hemos dado desde la producción.Las malezas implican mayores costos de producción, y menores rindes.
Las pérdidas en rindes por malezas resistentes representan hoy u$s 7.000 millones por año, los costos en herbicidas rondan en promedio los u$s150 por hectárea, y los tratamientos requieren además el uso de mayor cantidad de productos. Cada año, los productores entierran más de u$a 3.000 millones en combatir malezas, algunos paquetes químicos cuyos orígenes se remontan a los años 40, sin resolver el problema.
Como productor ¡no entiendo como llegamos a esto! Esta pérdida de competitividad ya tiene precio: u$s 10 mil millones por año, sólo por un problema y tenemos más.
Si el problema es que algunos representantes están preocupados por una supuesta excesiva rentabilidad de las empresas semilleras, deberían colocar en la balanza los beneficios que los eventos biotecnológicos pueden generar a la economía del país, comenzando con el ahorro de los u$s 10 mil millones.
Debemos recalcular como estamos evaluando los costos y los beneficios, y que valor ocupa el precio de la tecnología.
No estamos alcanzando el nivel potencial de producción y estamos perdiendo competitividad frente a nuestros vecinos como Paraguay, cuyas exportaciones agrícolas aumentaron 13 veces o las de Brasil 8, mientras la Argentina no acompañó estos crecimientos.
Llevamos años debatiendo modificaciones a la ley de semillas, lo que nos condujo a un estancamiento tecnológico. Ya hoy los productores argentinos no cuentan con las mismas oportunidades que los vecinos, porque ya no llegan las semillas que tienen los productores norteamericanos ni las que estan por tener Paraguay y Brasil. En síntesis, el tan temido apagón tecnológico ya se está dando.
Estoy preocupado ante la cancelación del lanzamiento de una nueva tecnología, XTend de Monsanto, basado en resistencia de los cultivos al herbicida Dicamba. Y que otra, teniendo una tecnología ya aprobada no la vuelque al mercado, Enlist de Dow, resistente al herbicida 2,4D; 2 auxinas de vieja historia y alta efectividad. Son las tecnologías que permitirían ayudar a controlar estas malezas que hoy son un problema. Ni que decir de una empresa argentina como Bioceres, que junto con el Conicet desarrollaron el gen de la tolerancia al stress hídrico, al que posiblemente accedan primero los productores americanos, paraguayos, brasileños, uruguayos, antes que los argentinos.
Somos muchos los productores en la Argentina que queremos acceder a las nuevas tecnologías, estamos dispuestos a pagar por su uso para continuar con una agricultura sustentable de alta producción.
Cuando hay que pagar 150 dólares por hectárea para combatir malezas, la discusión por el uso propio es inconducente. Por favor, legislen para todos, no perdamos alternativas y opciones que forman parte de un paquete de buenas prácticas agrícolas.
Confiemos en el buen criterio del productor: si la tecnología no le cierra en los números y en la eficiencia de la misma, no la va a usar. Conclusión, sería un error legislar para aquellos que la quieran usar sin pagar, porque nos condenan a todos a estar sin tecnologías.
Como representante de productores preocupados en progresar, aumentar su producción de manera sostenible, invirtiendo todos los años, independientemente de la condición política del país y al ingreso genuino de divisas, camino que con la biotecnología nos va a permitir cumplir con el objetivo común de generar producción con valor agregado: no frenen la tecnología, el futuro es hoy.