Con respecto a la charla en el Café Del Bajo del pasado 29 de enero, quiero manifestar mi desagrado por las expresiones respecto del adolescente que asesinó al quiosquero Muñoz. Precisamente el nombrarlo "ente" me parece despectivo y descalificador de toda consideración humana. Acuerdo en que no hemos visto aún que se tome conciencia ni decisión seria y efectiva acerca de tantos niños y adolescentes marcados por la droga, la violencia y el delito. Parecería que los mismos que provocaron su caída, luego se desentienden del problema y sólo piensan en su penalización. No conocemos aún instituciones serias donde el Estado haya puesto interés e inversión en la socialización de estos niños y jóvenes. Los institutos para menores transgresores y los penales son verdaderas escuelas de perversión y de aprendizaje delictivo. En esos ámbitos se reproduce a escala insospechada la agresión a la dignidad humana. También se provoca la misma violencia que se trata de erradicar. Quienes transitamos estos ámbitos intentando prácticas educativas advertimos el latido de lo humano en estas personas abatidas por el sufrimiento del abandono, la violación y la culpa. Repetidas veces los hemos visto llorar por sus vidas malogradas, sus errores y sus familias. Quien no fue cuidado y no pasó por la experiencia de la confianza básica y la atención de sus necesidades más elementales, carece de autoestima, no puede valorar su propia vida y ni qué hablar de la vida ajena. Por tres generaciones no vieron trabajar a sus padres, salvo en el cirujeo o en trabajos de esclavos. Sus historias fueron cruelmente excluidas de los circuitos sociales. ¿Qué pueden significar para ellos la vida y la muerte? Algunas veces los escuché decir que esperan morir jóvenes, que ya no soportan sufrir más. ¿No está claro por qué se drogan? Aún no hemos tomado en cuenta los suicidios de adolescentes y jóvenes en los últimos años. La muerte y la droga son las amigas inseparables para mitigar tanto dolor y tanta indiferencia social. La jueza Musa confirma en estos días una cifra que nos espanta respecto de menores que delinquieron bajo los efectos de la droga. Otra expresión que quiero descalificar es cuando dice "no son personas, tal dignidad les ha sido quitada por el sistema". Son personas. Nada ni nadie puede quitar este don de Dios. Son su imagen y semejanza a pesar de los quiebres y caídas. Son los Cristos de hoy, crucificados por acción y omisión de políticos, jueces y también representantes de grupos religiosos que bien saben mirar para otro lado. Ese Dios supremo los confirma permanentemente en su humanidad y, por ende, en su dignidad, y está esperando que abandonemos nuestras hipocresías para bajarlos de tantas cruces. Seamos honestos y convengamos que cualquiera de nosotros, nacidos en el lugar de estos chicos, seríamos igual que ellos. ¡Qué difícil es amar al otro! Sobre todo amarlo en su necesidad. La sangre del señor Muñoz y la mano del adolescente que levantó el puñal están reclamando justicia, el primero como víctima y el segundo como el victimario que esconde otra gran víctima. Por eso el listado de culpables que menciona la nota y la sociedad en su conjunto deberíamos reclamar más por vida digna que por condenas, más por socialización y salud que por reclusión. Como docente sigo apostando a un cambio posible. ¡Manos a la obra!