“Gracias a la policía, estoy vivo”, exclamó J. G. en el mediodía de ayer, con el susto
aún pintado en el rostro. Ya hacía casi doce horas que había vivido con su esposa una pesadilla.
Ayer a la madrugada había peleado con dos muchachos que intentaron asaltarlo en un cruce del barrio
Empalme Graneros. Tras zafar de los maleantes, él y su mujer escaparon corriendo y, cuando habían
recorrido una cuadra, escucharon una detonación de un arma de fuego.
Era de una joven agente de la Patrulla Urbana, con seis meses de
antigüedad en la fuerza, que intervino para impedir el atraco. Había gatillado su arma
reglamentaria, según una fuente policial, para defenderse del ataque de un adolescente que
integraba el dúo de atacantes.
De 16 años. Un proyectil atravesó el abdomen del ladrón, que murió cuando era
trasladado al Hospital de Emergencia. Por la tarde fue identificado. Se llamaba Claudio Alberto
Ogolma. Vivía en Colombres al 1000 bis. Tenía 16 años.
El ladrón, armado con una botella rota, actuó con agresividad. No
llevaba un arma de fuego. Según la Jefatura de Unidad Regional II, atacó con un impulso enloquecido
a la empleada policial, que según la fuerza no sufrió graves consecuencias gracias al chaleco
antibalas que llevaba puesto.
Ocho puntos. J. G. parece preocupado. Es mediodía y apenas si pudo descansar.
Llegó a su casa a las 9 de ayer después de declarar en la comisaría 20ª acerca del suceso que
protagonizó. Sus dos hijos dormían y todavía ignoraban lo que les había pasado a los padres. El
dueño de casa tiene un vendaje en el mentón. Los médicos debieron aplicarle ocho puntos de sutura
por las heridas que le provocaron los maleantes. En su mano derecha tiene otro vendaje. Su esposa,
C.J., de 44 años, escucha el relato de su marido con la mirada clavada en el suelo y no pronuncia
palabra.
El hombre se sienta en el living de su casa y comienza el relato. A las
2.15 de ayer, J. G., de 47 años, y su mujer regresaban a su casa de la zona noroeste de la ciudad.
Habían cenado con unos amigos y, como el clima era agradable, decidieron volver caminando.
Cuando se acercaban a la esquina de Garzón y Juan José Paso, fueron
emboscados por dos muchachos, que parecían extraviados. Uno de ellos esgrimía una botella que,
cortada a la altura del “pico”, era un arma punzante . El hombre y su esposa se
inquietaron porque creyeron, acertadamente, que estaban en problemas. Lo constataron cuando uno de
los ladrones, al quedar frente al matrimonio, giró su cuerpo bruscamente e inmovilizó a la mujer
tomándola del cuello. “Dame la plata”, le gritó a C. J.
A trompadas. La mujer quedó inmóvil mientras el otro maleante llevó su mano a la
cintura, en un ademán como para exhibir un arma, pero sus víctimas no pudieron observar si llevaba
una. El hombre temió lo peor cuando se percató de que su esposa corría peligro. “Pensé que
aunque les diera la plata me iban a lastimar”, recordó J. G.
Ante eso el hombre se arrojó contra ellos y empezó a pelearse a las
trompadas. Fue una gresca fugaz: mientras J.G. intercambiaba puñetazos con los ladrones, un móvil
de la Patrulla Urbana llegó al lugar. Uno de los ladrones advirtió al patrullero y se esfumó por
Garzón.
El otro joven todavía sujetaba a la mujer de los pelos en el suelo.
Cuando la puerta del móvil se abrió, el asaltante también emprendió el escape. La agente Laura S. y
su compañero salieron tras sus pasos. Desesperado, J.G. levantó a su mujer y corrieron por Paso.
Cuenta que sentía un tremendo ardor en la cara, pero eso no le impidió seguir corriendo, a pesar de
los cortes que le había asestado con la botella uno de los ladrones.
Un balazo. El hombre y la mujer recorrieron una cuadra y escucharon un estampido.
La joven agente había gatillado su pistola nueve milímetros y un proyectil perforó el abdomen del
maleante al que perseguía. ¿Tenía un arma de fuego el ladrón contra el cual la empleada disparó?
Ninguna fuente policial consultada pudo responderlo. Sí replicaron desde la Unidad Regional II que
la mujer reaccionó para protegerse del ataque del ladrón. “El la agredió con la botella y le
provocó cortes en el chaleco antibalas”, señaló el vocero consultado. El ladrón fue
trasladado al Heca, pero murió en el camino.
Asustados, J. G. y su mujer se alejaron del lugar sin advertir que la
uniformada había ultimado al ladrón. Fueron hasta la vecinal Empalme Graneros —situada en
Juan José Paso al 2400— en búsqueda de ayuda. De allí, lo llevaron al hospital Alberdi. En
este centro asistencial no lo pudieron atender porque “no había un cirujano” y
finalmente los médicos del Políclinico Eva Perón le curaron las heridas.