En una casa de Arroyito vive un hincha de Central que eligió vivir como primera y única opción. En abril de 2013 a Pablo Semitiel una bala le estalló una vértebra y quedó cuadripléjico. No fue un accidente, quedó en medio de los tiros con los que un ladrón cubrió la huida de un robo, la bala era para el aire, para él, para nadie. Estuvo en el Hospital de Emergencias Clemente Alvarez sietes, uno de ellos en coma. Tiene 38 años y hace tres que aprendió a vivir de otra manera.
"Durante el mes en coma soñé que era un hombre verde, un sueño en el que se mezcló mi familia con gente que no conocía. Cuando desperté y sin que me lo dijeran supe que no volvería a caminar. No era un hombre verde, pero era ya era otro hombre". Es difícil contar el dolor, pero Pablo lo hace porque ese tiro lo dejó allí: en el dolor pero también en la vida.
Esa mirada. Los artículos de los diarios y él recuerdan la fecha exacta. "Fue el 16 de abril de 2013, a las 17.05. Fui a un negocio al que le vendía cotillón y después iba a ir a tomar un helado con mi hermana. Era lindo día y yo siempre disfruté de la vida. Tenía una rutina, me daba gustos, sacaba fotos profesionales y había vuelto de pasar unos años en España. Estaba viviendo una linda vida, era tan libre".
Esa tarde pasó por un negocio de Vélez Sársfield y Mar del Plata que estaba siendo asaltado. Cuando el ladrón salió del local Pablo lo miró y se quedó tieso. El asaltante también lo miró. "De esa mirada me acuerdo todos los días. Un tipo peinado a la gomina, cínico y con una sonrisa sádica como diciendo «a mí no me va pasar nada». Y disparó".
Pablo sintió un rayo y se desplomó. Su hermana María Emilia le tapó la herida con su remera hasta que llegó un móvil policial y lo llevó al Heca, donde lo operaron, le sacaron la bala y se la entregaron a su madre. Y nada más. Años después él supo que quien le disparó habría muerto en un robo.
Un sueño. Una nube oscura bajó sobre Pablo y él la convirtió en un sueño interminable. "Soñé que era un hombre verde, que me internaban en un hospital y me atendía un enfermero de bigotes. Mis padres venían todos los días y tenían un criadero de chihuahuas pero había que pagar el hospital entonces hablaron con mi madre y se hipotecó la casa y así pudieron pagarlo", cuenta como si hubiese sido cierto.
"Cuando me desperté les pregunté a los médicos si yo era un hombre verde. Me dijeron que no, que no iba a caminar más. Pero eso ya lo sabía en el sueño. Me desperté del sueño sabiendo que era un inválido".
De sus meses en el Heca guarda dos o tres recuerdos. "Un enfermero que se llamaba Juan, mi amigo Gustavo García, que fue mi masajista. El doctor Néstor Marchetti, los médicos y hasta recuerdo las reuniones que se hicieron entre médicos, psiquiatras, psicólogos y mi familia, entre ellos mi ex novia Valeria, para que yo pudiera volver a la vida".
Su cabeza se mueve lenta y aprendió a respirar con su diafragma. "Fui el primer paciente de Rosario que salió con un respirador del Heca y al tiempo me lo sacaron. Mis dolores son permanentes y tomo 26 medicamentos diarios. Ahora mismo tengo un profundo dolor en el hombro y es posible que pruebe con drogas alternativas. Todo ayuda".
Sobre la marcha. La pelea a diario y sabe que lo suyo no fue un accidente sino un intento de homicidio de un asesino que disparó para matarlo aunque no lo hizo. "El que me pegó el tiro me dejó preso de mi cuerpo. Miro televisión y vi en los canales que hubo en una semana cinco muertos. Entonces decidí ir a las marchas de Rosario Sangra. Esto es una locura es tierra de nadie, fui para que la gente se movilice, para que no sean indiferentes. Veía en las marchas que la gente no se sumaba como debería, ahora lo está haciendo".
Sólo pide que "los jueces juzguen como se debe juzgar, con condenas sin compasión, con la pena que merece quien mata, quien hiere, quien roba. Cuando yo estaba en el Heca conocí a un pibe que le habían dado 16 tiros, quedó parapléjico y me enteré que ahora roba en la silla de ruedas, se pone un arma bajo la pierna y sale a robar. Lamentablemente hay mucha reincidencia en el delito".
Otros colores. Pablo Semitiel debió inventarse nuevas rutas, salir del dibujo de un hombre atormentado y pintarse en otro espejo que le muestre su herida profunda con otro color.
Sostiene que lo suyo "fue un bolillero, algo que le puede tocar a cualquiera. ¿Por qué a mí? No hay secretos. A veces maldigo y al principio me enloquecí. Un amigo me dijo una vez: «No te van a dejar morirte, no te vas a poder matar. Si no comés te van a inyectar. Al río no te podes tirar y las manos no te las vas a atar porque no las podés mover». Así que sólo puedo vivir y tener proyectos", dice. Entonces mueve la cabeza y cuenta: "Siempre vendí cotillón, tengo una fábrica que ahora está parada pero tengo ganas de volver. Vivo de un subsidio estatal, la casa me la alquiló la Municipalidad y me ayuda mi familia. Con esto podría seguir, pero tengo ganas de arrancar de nuevo, a vender purpurina como lo hice siempre. Pero a menudo el dolor no me lo permite", dice como en una queja acostumbrada. Ese dolor no le deja escuchar música, lo desconcentra.
Antes de soñarse verde Pablo viajó mucho por Europa, fotografió los paisajes, estuvo a punto de casarse con Valeria. Otra vida. Cuando lo balearon nadie fue a verlo pero tuvo una asistencia formal. Hoy depende de amigos, enfermeros y de la tecnología que le permite comunicarse con el mundo. "Hay que usar la cabeza, es lo que tengo".
Ahora esta otra vida que volvió a elegir es una pelea constante. "Voy a la cancha, y aunque soy fana de Central a veces no me dejan entrar, son muy burocráticos para hacerte socio y eso. Allí conocí a Mariano, otro muchacho parapléjico, y me dijo que entre los rengos nos tenemos que ayudar, Lo hablamos con él y sé que esta es mi vida. Con enfermeros como Cynthia, Mai y Gabriela; con amigos y familia, con una psicóloga. Y viviendo".