Redonda como una pelota. Así es la historia del volante Santiago Raymonda con el Club Centenario, de San José de la Esquina. Allí empezó el Pato Raymonda a patear la pelota; allí, a los quince debutó en primera, desde allí partió a Central Córdoba para empezar una carrera profesional que lo llevaría por 13 clubes del país y el exterior. Y allí mismo, a 126 kilómetros al oeste de Rosario, regresó hace cinco meses. A los 38 años se volvió a calzar la camiseta auriazul de su niñez para jugar en la liga Interprovincial, que arranca mañana su torneo de clausura.
"Volver no es retroceder ni en el tiempo ni en ningún sentido. Ya había cerrado mi carrera profesional hace dos años. Vuelvo porque el pueblo y el club son un sentimiento, siempre digo que yo no conocí a mis amigos en una plaza ni en la escuela: a Bruno, Fabián, Daniel, Alejandro, Leonardo y Juan Esteban los conocí en el club, por eso vuelvo a jugar, para agradecer, para dar una mano", le dijo Raymonda a Ovación, dando cuenta de esta vuelta a la redonda.
En Centenario, en el tradicional rival de Belgrano de San José de la Esquina, jugaron varios grandes. Además de Raymonda, Jorge Theiler, Facundo Bertoglio, Pablo Abdala, Ricardo Lunari y el árbitro Cristian Faraoni. Pero en estos tiempos es difícil caminar por el club sanjosesino y que las nuevas generaciones no conozcan al jugador que "volvió".
Después de probarse en Newell's y Central, jugar dos veces para los charrúas, pasar por Quilmes, Instituto de Córdoba, Arsenal de Sarandí, Tiburones Rojos de Veracruz (Mexico), Banfield, Argentinos Juniors, Quilmes, Chacarita, Oriente Petrolero (Bolivia), Boca Unidos, Talleres de Córdoba y Alumni de Villa María, volvió.
Sabe qué es el fútbol amateur y el profesional, qué es la primera A y la B, qué significa ascender y descender, qué es irse afuera y volver. "En todos esos momentos uno es el mismo siempre. Los jugadores parecemos bipolares: nos codeamos con el triunfo y la derrota, a veces en un mismo partido. En mi caso traté de jugar con la misma intensidad en estadios con 30 mil personas o con 200, donde el insulto y el aliento se escuchan más cerca, pero donde el fútbol es el mismo. Desde que volví a mi club, soy uno más en el equipo. Me costaba más arrancar a mí que al resto, pibes de entre 20 y 25 años. Conocía más a sus padres que a ellos, que cuando me fui del club tenían alrededor de cuatro años", calculó.
Pero están los que todavía se acuerdan de él en esos tiempos en que era pibito y arrancaba. "Es como un hijo, es que justamente con mi hijo Bruno comenzó a jugar y ahora se volvieron a encontrar en el club. Cuando pasó al banco de primera, a Santiago lo entrenaba yo. Siempre tuvo talento, era distinto, por su calidad de juego y su carácter: explosivo, no se achicaba nunca, era siempre ganador y ahora a sus 38 lo sigue siendo", dijo José María Lastra, quien dice que se le pone la piel de gallina cuando le preguntan qué sintió cuando vio a Raymonda nuevamente en cancha de Centenario.
"Es un lujo tenerlo de vuelta: es un referente del equipo", dice el padre del arquero del plantel.
Lastra contará que en 1997, cuando la quinta de Centenario salió campeona, Jorge Griffa, mandó a llamar a seis chicos para que se probaran en Newell's.
"Fueron compañeros de la Fiera Rodríguez. Todos jugaron un tiempo pero Santiago a los tres meses se volvió al pueblo, él quería jugar, no que lo hicieran correr", recordó. Una anécdota que podría retratarlo como irreverente, pero no. "Santiago siempre fue un pibe tranquilo, eso sí, adentro de la cancha es calentón, nunca le gustó perder a nada", agregó Bruno Lastra.
Después de ese primer retorno y de la mano del técnico de Central Córdoba Ricardo Palma volvió a Rosario. "Los charrúas tenemos un muy buen recuerdo de él, porque vino en dos etapas, en una (2001/2002) Central Córdoba descendió pero hizo un buen campeonato y la mayoría de los jugadores siguieron una buena carrera, él se fue a Quilmes y ascendió. Y en la segunda etapa (2012) nos quedamos con ganas de más: era muy bueno", dijo el hincha e historiador del Gabino Sosa, Julio González.
Así, reconocido por propios y ajenos, lejos del profesionalismo pero no de sus afectos, el Pato volvió de donde partió. Una historia redonda.