Hay momentos que marcan quiebres. Que detonan muros y a partir de lo cual ya no existe vuelta atrás. El deporte argentino sabe mucho de ello, le sobran los ejemplos de esos tiempos que marcaron un antes y un después. Y por caso, varios de ellos quizás ni tengan que ver con una medalla o un podio, simplemente con abrir las puertas. En este contexto se entiende y se celebra el recibimiento que tuvo la selección argentina femenina de fútbol, eliminada en la primera ronda del Mundial de Francia, pero gloriosa al fin, que puso a Ezeiza patas para arriba. El premio de esta generación que volvió a una cita ecuménica tras 12 años es el legado que dejará. Todo, a partir de hoy, no puede ser menos que crecimiento. De los tiempos vergonzosos y paupérrimos producto de las gestiones dirigenciales de la desconsideración parece haberse tomado nota. Estas chicas y esta selección son las protagonistas de un momento crucial de este deporte. Cualquier niña puede fantasear hoy con jugar un Mundial. Con una certeza: ya no serán ni locas ni soñadoras detrás de imposibles. El fútbol femenino es una realidad expresada en todo el afecto recibido ayer muy temprano en el aeropuerto y lo será en el futuro inmediato. Las chicas marcaron la cancha. Muy en serio. Entre ellas estuvieron las rosarinas Virginia Gómez, Vanina Correa y Belén Potassa, de Cañada Rosquín.