Tanto en mi lugar de docente —profesor de literatura— como en mi oficio de escritor, trabajo todo el tiempo con la ficción. Muchas veces los hechos y las manifestaciones de la realidad me remiten a obras literarias o películas, que en su momento nos han advertido de la tragedia humana o, por el contrario, han puesto en valor esa humanidad que a veces nos negamos.
Después de escuchar sobre el proyecto de ordenanza para sancionar los cortes de calle y otras protestas sociales, recordé una película de terror. Soy un fanático del género; me resulta imposible no recurrir al catálogo cuando escucho algunas cosas. La película es "La tienda de los deseos malignos" (1993), dirigida por Fraser Heston, una transposición de la novela de Stephen King, "Needful Things" (1991). Gaunt Leland (Max von Sydow) es un abuelo simpático que abre una tienda de antigüedades en un pueblo pequeño de Estados Unidos. La gente enloquece con las cosas que vende, siente como una especie de hipnotismo por los objetos. Gaunt aprovecha ese deseo material para manipularlos. No les pide dinero, pero a cambio les exige determinados "favores", que no son otra cosa que hacerles daño a otros vecinos del pueblo, generando así un espiral de violencia que terminará, eventualmente, en una tragedia.
Pobres contra pobres. Cabalgar sobre lo peor de nuestro sentido común es fácil y cómodo, y como todo lo fácil, tiene un precio alto. Uno de los interrogantes más incómodos de la democracia es cómo puede afectar en el ejercicio de nuestros derechos, el reclamo por el derecho de otros. Los "piquetes" son un ejemplo. No voy a eludir el debate, yo tengo una posición tomada sobre esto, como usted, lector, la debe tener. Pero entre las tensiones que provoca esta discusión, quienes tienen la mayor responsabilidad política tienen que encontrar soluciones por encima de los intereses de uno o de otro, míos y suyos, sin generar violencia o aplicarla.
En lugar de eso, de buscar un espacio para el debate y ofrecer una solución sin recurrir a la bronca de la gente, sin apostar a dividirnos, este proyecto y sobre todo, la retórica que lo acompaña, optan por potenciar ese odio. Ese odio que, paradójicamente, junto con la precariedad económica y el malestar que esto provoca, es generado por la política económica aplicada y defendida por el partido de los concejales autores del proyecto. Un trabalenguas. Es como mandar a la cama sin comer a nuestros hijos porque se portan mal, y después castigarlos porque no comen. Justo el día que los concejales macristas recorrían la prensa hablando de este proyecto, los medios nacionales anunciaban que ya no se les devolvería a los jubilados el 15 por ciento del IVA. Cada vez más pobres, cada vez más desocupados, los ricos cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres.
Este cinismo desenfrenado tiene un por qué. Nadie es malo o bueno, no es como en las películas, aunque uno siempre las recuerde. Es un año electoral y se desnudan los objetivos del discurso estratégico. Detrás de cada anuncio o rueda de prensa, hay una segunda intención, hay que estar atentos. No les importan los cortes de calles, ni la gente que no tiene para comer, ni que usted no pueda llegar a tiempo a su trabajo. Lo que les importa es lo que sentimos frente a esto, esa bronca, que en definitiva, no sólo surge del piquete que tenemos frente a la trompa del auto, sino que arrastramos desde el mes pasado porque no podemos pagar la luz, el gas, las expensas o los remedios que nuestros viejos tampoco pueden comprar. Generado todo esto, ya lo dijimos, por los mismos que hoy quieren aprovechar ese malestar para ganar elecciones.
Prometido y no cumplido aquello de cerrar la grieta, seamos nosotros, los ciudadanos, los que empecemos a achicarla. La grieta que nos separa en lo que pensamos y la peor, la más difícil de salvar, que es la que separa a los que tienen muchísimo, de los que tienen muy poco.