El escándalo de los mensajes racistas, xenófobos y antisemitas de tres integrantes del equipo de Los Pumas dispara un interesante interrogante. Esos jugadores de rugby que hace varios años compartieron en las redes sociales tamañas bajezas ¿representan el pensamiento de una clase social, de los que practican ese deporte o de una parte de la sociedad?
Quienes están en el mundo del rugby aseguran que es un deporte íntegro y que la dureza, pero lealtad, en el juego nada tiene que ver con los valores humanos que se transmiten y se adquieren en los grupos que lo practican. A quienes lo vemos desde afuera, no deja de llamarnos la atención algunas acciones violentas que se repiten fuera de la cancha en distintos ámbitos.
Sin embargo, la polémica por lo sucedido con los discriminatorios mensajes en las redes de tres jugadores está más allá de la discusión sobre los valores de ese deporte. Es la expresión de un modelo de sociedad que se manifiesta en todas partes y no sólo en el rugby. Caso contrario no se podría explicar cómo esos mismos insultos denigrantes hacia los bolivianos, por ejemplo, se reproducen y aún con más ahínco en las canchas de fútbol donde las tribunas no están pobladas por la misma clase social a la que pertenecen los rugbiers. Tampoco podría explicarse por qué, entonces, cuando juega Atlanta se disparan hacia sus simpatizantes y jugadores una catarata de insultos antisemitas. Es poco probable que haya rubgiers entre esos agresores.
Sin duda que el público que asiste a un partido de rugby en algún club de San Isidro no representa al mismo componente social del que alienta o agrede a Atlanta en un estadio precario de la Primera B Nacional.
La conclusión es sencilla: no es solamente en el mundo del rugby donde existe esa mirada supremacista y denigrante sino que se la encuentra en parte de la sociedad argentina. Una sociedad que tiene un discurso en “off”, oculto, y otro en “on”, abierto y políticamente correcto pero que adscribe al racismo y la xenofobia aunque no lo admita. Muchos piensan como ese mensaje que escribió Pablo Matera, el ahora ex capitán de Los Pumas: “Hombre boliviano porta mp3 con auriculares de ipod. Prueba suficiente para encarcelarlo por robo”.
Los tres jugadores del seleccionado, sancionados y perdonados en apenas 48 horas por la Unión Argentina de Rugby, pecaron de omnipotencia adolescente al exponer hace varios años sus pensamientos (seguramente provenientes de su entorno familiar) en una red social donde la anarquía comunicacional es la que prevalece, la rigurosidad casi no existe, pero todo queda registrado.
A través de las lecciones que nos enseña la historia es posible interpretar cómo estos fenómenos están estrechamente vinculados a la educación. Cuando cayó el muro de Berlín y Alemania se reunificó en 1990, en el este del país se registraron los ataques más violentos contra inmigrantes yugoslavos, turcos o refugiados de Medio Oriente, que causaron varias muertes. La ex Alemania comunista de la República Democrática Alemana (RDA) era profundamente xenófoba y en el oeste del país, la República Federal de Alemania, la veían como un trágico recuerdo del nazismo.
Según explica la periodista franco-alemana Geraldine Schwarz en “Los amnésicos, historia de una familia europea”, los alemanes del oeste “tuvieron que rendirse a la evidencia: el trabajo de memoria del nacionalsocialismo, tan central en la construcción de su identidad, había sido ignorado en la RDA, dejando a la Alemania unificada una herencia explosiva”.
El proceso de desnazificación en el oeste alemán (educativo, pero no tanto en los cargos públicos que antiguos nazis ocuparon) no fue seguido en el este. “Nunca nos pedían que reflexionáramos sobre las razones por las que el fascismo había tenido éxito y por qué tanta gente se había convertido en «Mitläufer» (seguidores pasivos de la corriente). La ausencia de responsabilidad moral individual con respecto a otros crímenes racistas, asociada a la falta de contacto con otras culturas y otras etnias favoreció una visión del extranjero cargada de clichés, prejuicios y miedos. Los alemanes del este vivían en una burbuja dominada por el pensamiento único”, relata la periodista que en su libro recrea de una manera emotiva la historia de sus abuelos y padres durante esa época.
Es imposible pronosticarlo con certeza, pero si en la Argentina surgiese alguna vez un liderazgo político fuerte de ultraderecha que postulara abiertamente el rechazo al inmigrante y a los sectores sociales más bajos, tal vez ese discurso prendería en parte de la sociedad que mantiene internalizados esos nefastos pensamientos. Sucede en otras partes del mundo, desde la ilustrada Francia de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, hasta el motor de la economía europea, Alemania, donde incluso la derecha más recalcitrante tiene bancas en el Parlamento. ¿Por qué no en nuestro país?
Los tres jugadores de Los Pumas que ahora están en la escena de lo peor de la Argentina son sólo la punta de un iceberg y expresan lo que muchos argentinos creen y manifiestan en la calle, en una cancha de fútbol y en las relaciones de la vida cotidiana. No es sólo una cuestión de clase social ni vinculada al rugby en particular: es la aún no concluida tarea educativa que exalte la tolerancia, que admita las diferencias y advierta y enseñe con fundamentos que la discriminación, el racismo y la xenofobia han sido las peores lacras de la historia de la humanidad.