La Argentina atraviesa un momento histórico difícil. Un gobierno voraz, y también rapaz, se aprovecha de la insólita legitimidad que le confirió el voto popular para destruir los fundamentos de la industria nacional.
La Argentina atraviesa un momento histórico difícil. Un gobierno voraz, y también rapaz, se aprovecha de la insólita legitimidad que le confirió el voto popular para destruir los fundamentos de la industria nacional.
En el crucial terreno de la cultura, el nuestro —que cada día que pasa, es menos nuestro— supo ser un país floreciente. En épocas tan doradas como lejanas, los libros publicados en estas tierras le permitían leer a todo el orbe de habla hispana. Ediciones y traducciones argentinas formaron a García Márquez, Onetti, Carpentier, Vargas Llosa o Rulfo. Sellos de proyección continental, como Siglo XXI, verificaban qué se leía en este remoto sur antes de lanzar una obra. Editoriales legendarias como Eudeba o el Centro Editor de América Latina (y en Rosario, la emblemática Vigil) inundaban los quioscos de diarios con libros de alta calidad, que eran consumidos ávidamente por un pueblo participativo y politizado. Autores nacionales, y de todos los países latinoamericanos, eran la primera opción de un público informado y lúcido.
Esa Argentina fue barrida por la feroz represión política y las políticas económicas neoliberales, implantadas tanto por la dictadura genocida como por la democracia claudicante, a partir del año 1976. La excepción a tan siniestra norma estuvo dada por el interregno de Bernardo Grinspun como ministro de Economía durante el gobierno de Raúl Alfonsín, y las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner.
Pero el panorama hoy, bajo el mando de Mauricio Macri, es diametralmente opuesto. De acuerdo con un reciente informe difundido por la Cámara Argentina del Libro, "la situación en el mundo editorial y librero es alarmante: todos los números dan negativos y la caída parece no tener fin. Descienden estrepitosamente las ventas en librerías y ferias, disminuye la producción editorial en un mercado en retracción y se suceden, de manera preocupante, los cierres de librerías. La abrumadora mayoría de las editoriales —especialmente las pymes y editoriales universitarias (éstas se encuentran prácticamente paralizadas)— han recortado o suspendido sus planes. También han realizado reducción de personal. A estos despidos directos en la planta editorial, administrativa y comercial debe sumarse la merma de trabajo para contratados: correctores, diseñadores, traductores, ilustradores".
A la vez, en junio de este año Juan Carlos Sacco, presidente de la Federación Argentina de la Industria Gráfica (Faiga), denunció la pérdida de cinco mil empleos, lo que es adjudicable a la baja del consumo y la importación de servicios gráficos (libros argentinos impresos en el exterior por la eliminación de barreras aduaneras) y de libros de saldo español, ingresos ahora atenuados por la brutal escalada del dólar.
Los números se presentan como categóricos: mientras en el primer semestre de 2016 se publicaron más de diez millones y medio de libros, en 2018 apenas superan los seis millones de ejemplares. Esta caída de más del cuarenta por ciento de la producción en tres años se agrava si se lo cruza con otro dato alarmante para el ecosistema del libro: la creciente concentración editorial.
Para Ecequiel Leder Kremer, titular de la prestigiosa librería porteña Hernández, una de las mayores del país, "desde 2014 la caída de las ventas varía entre cuarenta y cinco y treinta por ciento en unidades, según el punto de venta. A esto hay que sumarle que los aumentos irracionales de servicios y costos de gestión potencian la caída. Además, las editoriales no pueden o no se animan a acompañar la inflación con aumentos acordes porque significaría potenciar aún más el desmoronamiento de las ventas. En resumen, la rentabilidad específica del libro se derrumba".
La respuesta del Estado ante la crisis fue reducir o suspender la compra de libros escolares y para planes de lectura. La Conabip (organismo de la Secretaría de Cultura de la Nación que asiste a unas mil quinientas bibliotecas populares) hace dos años que no realiza su tradicional compra centralizada.
Poco es lo que hace falta agregar a datos tan contundentes. La derecha que gobierna el país, heredera de una clase social que en otros tiempos produjo a un Borges, una Victoria y Silvina Ocampo, un Bioy Casares o un Mallea, por citar sólo ciertos nombres, se diferencia de aquélla, entre otras cosas, a partir del profundo desinterés que manifiesta por todo aquello que huela a cultura. De hecho, está liderada por un presidente cuya principal preocupación en estos arduos días aparenta ser el resultado del duelo entre Boca Juniors y River Plate por la final de la Copa Libertadores. Conferirle status ideológico a acciones tan francamente destructivas emanadas de su gestión no resulta sencillo, a menos que también se lo conceda a las que protagonizaron en el continente americano, largo tiempo atrás, Henry Morgan y Francis Drake, a quienes nada casualmente la corona británica otorgó, agradecida, el rango de caballero.
En tanto, y mientras el trabajo nacional se destruye, muchos argentinos continúan "bailando por un sueño" y contemplando la sonrisa de Marcelo Tinelli. Parecen no haberse dado cuenta, aún, de que el sueño se ha convertido en pesadilla.