Tengo para mí que es un compromiso ciudadano dejar fijadas nuestras posiciones. Aún a riesgo de que a otros no les interesen demasiado.
Asistimos al último tramo del debate, y estamos ante la sanción o el rechazo de la ley de interrupción voluntaria del embarazo. En este sentido, todo ha sido dicho ya. He leído y escuchado consistentes posiciones de apoyo y de desaprobación. Muchas, las más, fundadas en sólidos andamiajes científicos, éticos, culturales, ideológicos y, por decirlo de alguna manera, enraizadas en lo que en la vida a cada uno le ha tocado.
No queda mucho por agregar. Quizás repasar presentaciones muy sólidas, sintetizando en algunas —como las de Aída Kemelmajer de Carlucci o de Luis Contigiani, en las antípodas—, incontables exposiciones.
Me siento identificada con quienes han resistido la tentación de sobreactuar sus argumentos, ayudándonos a pensar en el marco de una ley con la imaginación que la realidad demanda. El debate de ideas nos ha hecho, sin duda, mejores: estamos tomando conciencia colectiva.
Sólo estas líneas para definirme, como mujer, en un tema complejo que atraviesa variables demasiado profundas para que las juzguemos con dogmas o con dureza.
Desde hace años tengo posición respecto del tema, la tuve como adolescente, la mantengo en la adultez y la sostengo como política. El derecho al aborto legal, con todo lo que esto implica, es impostergable. Ya se ha dicho mucho del aborto seguro y gratuito, pero prefiero sintetizarlo en el concepto de legalidad porque éste contiene todo lo demás y comprende, por legitimidad, la aceptación social. Una mujer, o una pareja, que se ha sometido a un aborto lo ha vivido sin ninguna duda como una estigmatización. Sentirte deshonrado transforma.
En un país que suele desenvolverse más cómodamente en las fisuras que en los consensos, no deberíamos castigarnos por disentir. Se trata de una cuestión tan íntima, tan profunda, tan de razones ancladas en la subjetividad de cada uno, que parece una frivolidad inaceptable que alguien se atreva a decir "que tenga el niño y lo dé". Cómo si se tratara de "una limosna", "una propina", "un regalo", o lo peor: "de deshacerse de un peso".
Nadie elige un aborto, es una dolorosa opción ante un embarazo no deseado, sea cual fuese la razón. Poder cursarlo rodeado de seguridades médicas y jurídicas, de afecto, de apoyo psicológico, de aceptación, tiene que ver con la dignidad humana que toda mujer o pareja se merecen.
No condenemos, concedamos.
Seamos capaces de dejar salir a la luz lo que hoy hacemos en la sombra. Los abortos se van a seguir practicando, sin ley o con ley. Es hora de abandonar la clandestinidad.
Seamos capaces de entender que en ambas posiciones hay convicciones profundas, y de lo que se trata es de legalizar y legitimar el derecho a la elección, que es en definitiva el derecho que debemos tener los seres humanos libres.
Seamos capaces de comprender que la ley no obliga, la ley habilita.
Que nuestros representantes quieran QUE SEA LEY, para que todas las argentinas y los argentinos que hoy no tenemos este derecho podamos decidir.