Nadie podría desconocer que juntar la basura es un trabajo duro. Cualquiera que haya visto a los encargados de la higiene urbana en acción nota que es un oficio que requiere destreza física, cierta insensibilidad ante olores repelentes y coraje para meter las manos donde no muchos se animan. Sin embargo, los que la llevan a cabo afirman sentirse a gusto con la tarea que realizan.
Es que dentro del esfuerzo de una tarea tan dura, también hay lugar para la sorpresa. Los obreros cuentan que en la basura se encuentra de todo: ropa, dinero y hasta joyas. "Hay gente que tira objetos de un familiar que falleció sin revisarlos, y así puede pasar que uno encuentre un fajo de billetes que estaban «encanutados» en una campera o dentro de una cajita", detalla Luis Cardozo (51), que es barrendero hace 15 años y trabaja en la empresa Lime. Lo importante en esos casos, cuentan, es meter rápido el afortunado botín en el bolsillo y contarlo en casa.
"Una vez salió una mujer de un edificio y le dio de todo a un compañero: ropa, carteras, incluso un anillo. Se había separado del marido y no quería tener nada de lo que le había regalado", rememora.
También afirman que es normal que encuentren documentos, tarjetas y credenciales que luego son devueltos a sus dueños, producto casi siempre del descarte de los ladrones luego de cometer un robo. Aunque no todos son hallazgos felices: a más de uno le ha pasado de encontrar en los contenedores un feto humano (tienen deber de denunciarlo), o animales muertos como perros, gatos o hasta caballos.
En ese sentido, Julio Cambero, que tiene 46 años y hace 25 que es recolector, indica que es común que los vecinos desechen cosas que no corresponden y no se pueden cargar, lo que les dificulta la tarea y a veces rompe alguna compactadora. "Tiran escombros, ramas o muebles, cualquier cosa", se indigna, y advierte que para ese tipo de residuos especiales pasa otro camión cierto día de la semana.
Cortes y cicatrices
Por su parte, Cardozo dice que, sobre todo en los tachos públicos, se arrojan elementos cortantes, como vidrios o jeringas, que lastiman a los barrenderos que los vacían y suman otro peligro a los roedores e insectos con los que deben lidiar. De todos modos, dicen que es común en la tarea: todos exhiben en los brazos las cicatrices de algún evento desafortunado. "Acá me corté con un sifón de vidrio que alguien había tirado en un tacho cuando no tenían bolsa y había que sacar todo a mano", dice Miguel Angel Octavo, mientras muestra una profunda herida en una de sus manos. Tiene 67 años y se jubiló hace unos algunos meses luego de desempeñarse desde los 18 en el sector, mayormente como chofer.
En tanto, comentan que si bien la relación es buena con la mayoría de los vecinos, otros son maltratadores: "Ven que estás barriendo el cordón y salen a tirar mugre al lugar por el que acabás de pasar. «Para esto te pagan», te dicen a veces. Uno se calla la boca y sigue trabajando. Los que se perjudican son ellos mismos, porque ensucian la puerta de su casa", avisa el barrendero. No obstante, asegura que "antes éramos los basureros, despectivamente, pero hoy mucha gente nos reconoce y nos respeta".
También indican que al tener zonas fijas, muchos vecinos los esperan para ofrecerles algo de comer. En Navidad les regalan pan dulce, sidra y budines. "No compramos más nada, nos dan todo", aporta Cambero. Su sonrisa delata que es uno de los aspectos que más valora de su trabajo, que tras muchos años de sacrificio hoy vuelve a sentir digno.