Tener un mejor salario, conseguir un empleo, ser un orgullo para los hijos o seguir una carrera son algunas de las razones más nombradas por quienes trabajan y al mismo tiempo se deciden a terminar el secundario. "Es un sacrificio que vale la pena hacer", coinciden Hugo, Marco, Olga y Liliana, alumnos de la Eempa Nº 1.261 de barrio Rucci, al compartir sus historias de vida ante otra conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores.
Liliana Conde, Olga Ventura, Hugo Catalano y Marco Martínez están en el último año de cursado. De alguna manera, sus historias se repiten en las de los casi 300 jóvenes y adultos que cada noche asisten a esta secundaria, donde la mayoría trabaja, en empleos estables o haciendo changas, y abraza la meta de terminar la escuela obligatoria.
Olga es quien toma la iniciativa en la charla que se da en una de las aulas de Panizza al 2100. Trabajó desde muy chica y por más de 30 años en una zapatería, hasta que hace cuatro años la despidieron. Eso la obligó a terminar los estudios. "Se me hace difícil conseguir trabajo, la secundaria es un requisito que me piden. Ahora trabajo limpiando", repasa sobre sus razones para alcanzar el título pendiente. Olga tiene 47 años, un hijo de 20 y vive con su papá. "Pienso que todos tendríamos que estudiar, que es lo principal. Es cierto que es un poco sacrificado. Entre el trabajo y la casa, a veces llego muy cansada a la escuela. Pero vale el esfuerzo y se puede hacer", dice y recibe la aprobación de sus compañeros.
Liliana tiene 51 años y tampoco completó la escuela. "Me casé muy joven, tengo hijos, a los 41 años enviudé y tuve que buscar trabajo", sintetiza qué la movilizó a seguir su educación obligatoria. Hace suplencias de asistente escolar, pero para concursar el cargo necesita el diploma. Y si bien el motivo principal para anotarse en la Eempa fue ese, hoy asegura que sumó otros: abrirse a nuevos conocimientos, compartir buenos momentos con profesores y compañeros y ganar buenas amigas, como Olga. "Es como que se te abre la cabeza, tenés un panorama de cosas que no conocías. El sacrificio de estudiar y trabajar está bueno", admite.
A la distancia, Liliana reflexiona que dejó la secundaria cuando tenía 14 años por causas que hoy define eran de acoso escolar: "Pensaba que ahora no me iba a integrar o adaptar; pero me di cuenta que no había diferencias con los demás chicos, a pesar de las distintas edades". Los compañeros que participan de la charla con La Capital aprueban esta afirmación de Liliana sobre el compañerismo que gana las clases, además de la buena disposición de los profesores para atender la realidad de los alumnos adultos que además trabajan.
Hace nueve años que Marco se mudó de la ciudad de Córdoba a Rosario. Aquí se casó y hoy, a los 34 años, es papá de un nene de siete y una nena de tres. Trabaja unas nueve horas diarias como operario en una fábrica metalúrgica. Cada vez que se le ha presentado otra posibilidad laboral, para mejorar sobre todo en sus ingresos, la traba siempre fue la misma: no tener el título secundario.
Marco es hijo de una familia numerosa, pobre, una realidad que desde corta edad lo empujó a trabajar. La escuela pasó entonces a segundo plano. "Desde el año pasado vengo a esta Eempa. Me atraen el grupo de amigos que hicimos y los profesores que son todos unos genios. Además la escuela me ayuda a estar más distendido", opina sobre la oportunidad que le dan las clases de salir de las rutinas cotidianas.
Sentir orgullo
Antes de llegar a la Eempa Nº 1.261, Hugo cursó de 1º a 3º años en un establecimiento privado. Como las cuotas se les hacían muy costosas y tenía la posibilidad de cursar en esta escuela que le queda cerca de su casa y es gratuita, no dudó mucho en cambiarse. "Estoy en la etapa final, no voy a abandonar ahora", promete para el grupo, además de sumar otro desafío a sus estudios: ser profesor de historia.
Hugo es panadero. Trabaja desde las cinco de la mañana hasta terminar, eso puede ser a las once de la mañana o a las dos o tres de la tarde. Es una panadería familiar, algo que lo considera como cierta ventaja cuando debe pensar en el estudio y trabajo. Tiene 37 años y es papá de dos nenas, de ocho y seis años. "Esto lo hago más que nada por ellas. Cuando crezcan me gustaría ayudarlas con el estudio, ser más inteligente al hablarles, educarlas", revela como el principal motor de por qué cada noche asiste a aprender literatura, matemática o ciencias.
Para las tareas se organizan en los mismos horarios de clases, y sobre todo los fines de semana. Cada minuto libre es bienvenido para repasar y completar actividades.
La directora de la Eempa Nº 1.261, Stella Maris Tonelli, resalta que las historias de estos cuatro estudiantes son comunes a buena parte del alumnado. El 80 por ciento —dice— trabaja en empleos formales, pero la mayoría haciendo changas de todo tipo, y otra parte buscando trabajo. También hay jóvenes que estudian apoyados por el Plan Progresar. Dos de los profesores de cuarto y quinto años (se cursan en un mismo ciclo), Gladys Moreta y Alberto González, rescatan el esfuerzo por aprender y trabajar.
De los relatos de Olga, Hugo, Marco y Liliana se dimensiona el valor que representa para los adultos decidirse a cumplir la meta del estudio pendiente, además de trabajar. También lo clave que es recibir el apoyo de sus familias, profesores y compañeros. Una cadena de logros que consideran debe animar a otros a completar el secundario.