El día en que el humano logró domesticar a los animales, encerrando en corrales a los ejemplares más dóciles y apacibles de algunas especies, comenzó su sendero de dolor. Esclavitud y explotación fueron las constantes que dominaron desde entonces y hasta la actualidad la vida de los seres no humanos. Puestos al servicio de los intereses y ambiciones de la especie convertida en amo su existencia perdió la condición de sujeto. La concepción de los animales como objetos, desprovistos de derechos se mantuvo, prueba de ello es que aún se conservan vigentes en nuestro Código Civil. Se consumó así un sistema basado en el especismo y el utilitarismo. Granjas industriales, experimentos desgarradores, vivisección. Y llegó el final, no por la voluntad humana sino por la simple evolución de los hechos. La explotación de los animales originó extinción de especies, modificación de los hábitats, epidemias y pandemias relacionadas con zoonosis y otras calamnidades que azotan el mundo. Sin embargo, los signos positivos hicieron eclosión en el siglo XX y se reafirman cada día. La conciencia de las nuevas generaciones está modificando este esquema. La industria de los alimentos crea nuevos productos obtenidos sin violencia contra los animales. Los vegetarianos y veganos han ampliado las posibilidades de este mercado, 40 países han prohibido la vivisección. La peletería pierde posiciones cada año y son muchas las regiones del mundo que por ley la han desterrado. Espectáculos de sadismo explícito como las corridas de toros y la doma pierden espectadores cómplices y dinero. Una nueva visión del mundo y de los animales se abre camino, pero debe desandar un proceso que se construyó durante milenios en el escaso tiempo que aún queda a nuestro favor. Respetar a los animales y a sus derechos ha dejado de ser una utopía, es una realidad que nos urge solucionar.