No caben dudas que el fenómeno Milei ha desarticulado por completo a los ex Juntos por el Cambio. La fuerza que durante dos años –post triunfo legislativo de 2021- creyó que tenía la presidencia al alcance de las manos, salió tercera en una mala elección, y luego voló por los aires, lo que delató lo endeble de su estructuración.
Esos retazos son prácticamente imposibles de recomponer, en parte porque se sinceraron las diferencias ideológicas y metodológicas, y en parte por la lógica del cálculo político. La UCR es el partido territorialmente más grande, pero no competitivo en una presidencial. El PRO es el más importante nacionalmente, pero se ha astillado. La Coalición Cívica depende de las ocurrencias de Carrió. Por último, la fuerza más nueva –Encuentro Republicano- puede estar destinada a cumplir un rol definitorio con esta composición parlamentaria, de la mano del siempre hábil Miguel Angel Pichetto.
Pero obviamente las miradas se centran en el PRO porque es la más conflictuada y la que tiene más rating en la atención pública. Son varios los factores que han influido sobre la crisis estructural que padecen, más allá de la llegada de Milei a la presidencia:
1. La doble apuesta de Macri por Bullrich y Milei al mismo tiempo en el proceso eleccionario.
2. La errática campaña electoral de cara a la primera vuelta.
3. Un descuido en los desacuerdos internos durante la primaria.
4. Un giro estratégico de parte del expresidente al sacar sus propias conclusiones –sin autocrítica- respecto a cómo debería ser el mentado “segundo tiempo”.
5. La conducción del partido en manos de una “migrante”, no una originaria.
Cuando se produjo el triunfo electoral de la coalición, con candidatos del PRO a la cabeza, muchas de esas fracturas y malos manejos internos quedaron barridos debajo de la alfombra. Sin embargo, tarde o temprano algo negativo iba a suceder. Ahora están las consecuencias a la vista.
Patricia tomó nota tarde del “sistema de conducción” de Macri. Es evidente que nunca se sentó a pensar que las maniobras contra Horacio Rodriguez Larreta también podían aplicársele a ella, y que los beneficios de corto plazo –apoyo en la interna- podrían desembocar en perjuicios a la hora de la general. A esto se le debe agregar el factor que citamos en segundo lugar: los errores estratégicos que ella aprobó, sumado a una desorganización notable, comidilla habitual en esos días de furia entre la propia dirigencia.
Bullrich no solo no es originaria, sino que además le echó a la culpa al líder principal de su fracaso. Su propia responsabilidad es indiscutible, pero en todo caso si el otro juega ambiguo, hay que prever y anticiparse. En una actitud soberbia, ella se movió muy solitariamente y eso no la ayudó en la pelea cuerpo a cuerpo que debía dar.
Macri está donde está en la política argentina precisamente por no ser tonto. Es muy astuto, un buen negociador, disciplinado jugador de bridge, que ve cosas antes que los demás. Repasemos: fue presidente de Boca, diputado nacional, dos veces jefe de gobierno de la CABA y presidente de la Nación, casi sin interrupción. Perdió en 2019, recuperándose del papelón de las PASO. Ella nunca ganó ninguna elección para cargo ejecutivo. Fue legisladora y ministra 2 veces –antes de este gobierno. Ergo, nunca tuvo la estatura de liderazgo de su ¿ex? jefe político.
La crisis con Chubut / Nacho Torres dejó al desnudo la relación de fuerzas internas. Ella se puso al hombro la embestida como representante presidencial, pero la enorme mayoría de la tropa amarilla jugó con el gobernador… avalado por el silencio macrista. Esto fue así por los siguientes factores:
1. El ex presidente detectó que el fastidio de los mandatarios provinciales propios era imparable, y entonces ¿para qué meterse?;
2. Eso implicaba además que los líderes territoriales iniciaran un trabajo de desgaste sobre Milei (“y… fueron ellos, no yo…”);
3. En esa puja, Patricia obligada a defender al oficialismo, perdía la partida.
En síntesis, negocio político redondo. Cuando Macri sea elegido formalmente nuevo presidente del partido (en junio), irá a una mesa de negociación más fortalecido con el primer mandatario, aunque ese acuerdo viene a fuego muy lento. El amarillo lo esperará al libertario para eventualmente asistirlo cuando esté más debilitado. Mientras tanto, jugarán al póker. Los dos creen que tienen la baraja ganadora.