El lanzamiento de Horacio Rodríguez Larreta y la ruptura del bloque del Frente de Todos en el Senado marcan un desafío a Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner. Debilitados, pero lejos de estar derrotados, los protagonistas principales de la política argentina de las últimas dos décadas se aferran a sus cuotas de poder mientras sus desafiantes todavía están lejos de construir una nueva jefatura.
Con los fierros del gobierno porteño a su favor, Rodríguez Larreta cuenta con la gestión de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como vidriera. Es la plataforma que usaron dos de los tres jefes de gobierno para saltar a la presidencia: Fernando de la Rúa y el propio Macri. Sólo Aníbal Ibarra no pudo lograrlo: su carrera política sucumbió en 2004 en el boliche Cromañón, la tragedia que abrió al macrismo la puerta del poder en la ciudad.
https://twitter.com/horaciorlarreta/status/1628771672093511683
También lo fuerzan a surfear entre vientos que soplan en direcciones contrarias: el agotamiento del modelo de la grieta de conflicto permanente, el antikirchnerismo furibundo que demanda un sector del electorado opositor y el malestar con toda la dirigencia política. Son fuerzas que sacuden la tabla a cualquiera.
Por convicción o por lectura de que el papel de halcón ya tiene demasiados intérpretes, y a los que les calza más cómodo el rol, Rodríguez Larreta salió desde el primer momento con un discurso antigrieta, pero sin resignar críticas al kirchnerismo.
La apuesta es que el voto moderado de Juntos y la estructura nacional alcancen para imponerse en la feroz interna de la coalición y después ensayar un ejercicio complejo: contener a quienes miran con simpatía hacia la derecha de la alianza y, al mismo tiempo, ir en busca de electores independientes que se frustraron primero con Macri y después con el gobierno de los Fernández.
“Horacio no podía seguir esperando. No podés sumar más incertidumbre a la que ya carga la sociedad y el problema es que si demorás se te empiezan a desgranar los armados territoriales. Además, el que pega primero, pega dos veces”, analiza un operador opositor.
Luego de un intento de ablandar su figura, Rodríguez Larreta se para desde el anticarisma. Experto administrador del poder, su desafío es convertirse en jefe.
Para eso tiene que matar — en términos psicoanalíticos— al padre de la tribu: Macri.
En modo Logan Roy, el protagonista de la serie Succession que alimenta las intrigas entre sus hijos por la sucesión en el imperio familiar, Macri juega con Patricia Bullrich y María Eugenia Vidal para horadar a Rodríguez Larreta. Ya sea para vencerlo o para imponerle condiciones y obligarlo a negociar, tanto hacia la interna como en un eventual gobierno.
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Justo el mismo día en que Rodríguez Larreta anunció su candidatura se filtraron nuevos chats que comprometen al licenciado ministro de Seguridad porteño, Marcelo D’Alessandro. Esta vez, con Sebastián Ramos, el magistrado que archivó en plena feria judicial de enero la causa por conversaciones entre D’Alessandro y Silvio Robles, mano derecha del presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Horacio Rosatti. Se activan los sensores de fuego amigo.
En el no peronismo santafesino siguen con atención los movimientos de los presidenciables pero se mueven con independencia. Mientras tanto, todos hablan con todos. Esta semana, María Eugenia Vidal desembarcó en la zona sur de la provincia y se sacó fotos con Carolina Losada, quien posterga definiciones sobre su candidatura, y con Maximiliano Pullaro, alineado a nivel nacional con Martín Lousteau. Nadie quiere apurarse. Ni para pelearse ni para reconocer jefes (o jefas) antes de tiempo.
Desmembramientos en el PJ
La interna que también gana temperatura es la del Frente de Todos, donde se aceleran los reacomodamientos.
Más allá de que Cristina haya intentado tercerizar el costo de la salida de los cuatro senadores difundiendo la áspera carta del jujeño Guillermo Snopek, quien le reprocha a Alberto Fernández “estar alejado de las prioridades” sociales, se trata de un señal de debilitamiento en el que era su bastión.
“En el último año de gobierno no te apartás para negociar plata y menos te juntás con Vigo. Es porque te querés diferenciar, hoy no garpa ser K”, dice un hombre que se mueve en la cocina de la oposición.
Portadores de un olfato hípersensible, los dirigentes provinciales se repliegan en sus territorios. La identidad kirchnerista se volvió minoritaria y hasta el propio nombre de Cristina no es más garantía de triunfo.
En el mundo peronista muchos ven, además de la mano visible de Juan Schiaretti, movimientos más subterráneos del gobernador Omar Perotti.
“Si Mirabella fuera senador sin dudas se hubiera sumado a ese bloque”, dice un dirigente, que no descarta movimientos similares en Diputados.
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La jugada también agita al peronismo santafesino. En un escenario complicado para retener el poder por la violencia en Rosario y el armado del frente de frentes, Perotti se concentra en la provincia y se enfoca en conseguir a partir de diciembre una mayoría de 28 diputados lo más homogénea posible.
“Una vez que Omar firmó con Alberto el acuerdo por la deuda histórica se desenganchó de lo nacional y trata de alambrar la provincia”, se queja un referente del PJ santafesino.
Sin reelección, un delfín que hoy sea competitivo —ya sea el propio Mirabella o el intendente de Funes, Roly Santacroce, que esta semana anunció que va a salir a caminar la provincia—, ni poroteo favorable el congreso del PJ, cualquier intento rupturista lleva a un callejón sin salida.
En Santa Fe, la incertidumbre por abajo se nutre también de las dudas que emanan del arriba.
Corrida Cristina de la pelea electoral, con un Alberto Fernández que estira como un chicle la decisión de bajarse de la quimera de la reelección, y un Sergio Massa complicado por la inflación para instalarse como candidato por default del peronismo, asoman candidaturas más exóticas, como la de Juan Grabois, y otras potencialmente más robustas, como la de Daniel Scioli, que pidió que lo tengan en cuenta.
Eterno optimista, el embajador en Brasil podría ser el plan B de Fernández, plantarse como la cara de un peronismo de centro e ir en busca de lo que se escapó en 2015 en el balotaje por sólo 2,8 por ciento.
Si Javier Milei conserva los veinte puntos que le pronostican las encuestas habrá otro punto de coincidencia con 2015. Sólo que esta vez el tercero en discordia no será el Massa que levantaba como principales banderas la baja del impuesto a las ganancias y mayor dureza punitiva el tercero en discordia, sino una derecha más dura que se alimenta de más de una década de frustraciones.
Donde la grieta que encarnan Macri y Cristina sirvió para representar y movilizar a minorías intensas y ganar elecciones pero ya se mostró inútil para destrabar los nudos que atan a la Argentina y sacarla del estancamiento.