Hubo otros de nivel mayúsculo: la idea de que el Reino Unido se limitaría a reaccionar en el plano diplomático ante la ocupación de las islas. Y que, si llegaba a hacer uso del poder militar, sería sólo con acciones disuasivas para cuidar su imagen internacional. El mismo 5 de abril, a tres días de la toma de Puerto Argentino/Stanley, Margaret Thatcher ordenó la partida de una flota para la reconquista. La Junta Militar tuvo el convencimiento de que el Reino Unido no enviaría a tanta distancia recursos militares por unas islas sin valor para ellos.
El conocimiento en la Junta Militar de que Gran Bretaña se aprestaba a dar de baja a sus portaaviones y al 24 por ciento de sus buques de guerra formaba el criterio de que no habría ni capacidad ni voluntad política de los británicos de defender sus intereses a 13 mil kilómetros de distancia. Eso habría sido muy probablemente decisivo si el gobierno militar argentino aguardaba seis meses que es cuando el plan británico de recortes presupuestarios para defensa empezaría a ejecutarse.
Había otra razón de peso para la espera. Argentina aguardaba la entrega de nueve aviones Super Etendard de una partida de los 14 adquiridos por la Armada Argentina y de misiles Exocet de fabricación francesa a la aviación naval de la Armada Argentina. También seis submarinos, seis corbetas y 4 destructores en construcción en astilleros alemanes. Pero el embargo de armas decretado por la entonces Comunidad Económica Europea en solidaridad con Londres impidió la entrega, que estaba prevista, justamente por el inicio de las hostilidades argentinas. Si hubiera primado esa exigua paciencia de un semestre Gran Bretaña no habría estado en condiciones de ofrecer la respuesta militar que dio.
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Un arma antiaérea que aún está en la zona de Puerto Argentino.
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En ocasión del 40 aniversario de la guerra de Malvinas, se publicó un libro de admirable valor documental que recoge estos datos. Se trata de una obra colectiva que compila 21 trabajos de investigación y ensayos de carácter inédito a cargo de expertos civiles y militares de Alemania, Argentina, España , Estados Unidos, Francia, Israel, Italia, México, Perú, Reino Unido y Rusia que arrojan nuevas ideas sobre el conflicto armado del Atlántico Sur. El volumen tiene como compiladores a José Gabriel Paz y Marcos Pablo Moloeznik, quien es un académico nacido en Rosario residente en México, profesor de Estudios Políticos de la Universidad de Guadalajara.
La cantidad de información que despliega este libro da lugar a análisis diversos y también a la tentación de una conjetura. ¿Habría podido Argentina prevalecer desde el punto de vista militar en el conflicto de Malvinas? En el libro hay tres autores que dicen que Argentina estuvo realmente cerca de imponerse en el plano bélico. Ninguno es argentino. Lo central para que eso no terminara ocurriendo es que la Junta Militar, con el dominio territorial, permitió el desembarco británico sin atacar al principal barco transportador de tropas y sin hacer lo mismo contra los buques que trasladaban los suministros para la contienda. Los especialistas coinciden que si esos buques hubieran sido elegidos como blanco, en lugar de escoger a los buques de guerra, la situación habría sido diferente en el plano militar.
Lo dice en este libro por ejemplo el historiador británico Adrian J. Pearce. “El hundimiento de un barco transportador de tropas -y especialmente del crucero Canberra de 45.000 toneladas, de la compañía P&O, requisado por el gobierno al comienzo de la guerra- era perfectamente posible, y habría tenido un efecto igualmente devastador. El Canberra transportó tres unidades importantes de tropa, unos 1.800 hombres en total, hasta dos días antes del desembarco británico, y todavía llevaba 600 hombres a bordo cuando entró al Puerto San Carlos el 21 de mayo de 1982. Con diferencia el barco más grande activo en las islas también ofrecía un blanco conspicuo, y ya que se había construido bajo normas civiles y no militares, era eminentemente hundible”.
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El hundimiento de la fragata británica Antelope, ocurrido el 25 de mayo de 1982.
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Ese análisis es coincidente con el historiador francés Pierre Razoux. Para este doctor en historia militar los daños inferidos a la flota de guerra británica fueron altos pese a que se favoreció del disminuido poder de fuego argentino. “Con catorce naves destruidas o fuera de combate (el saldo no fue peor porque muchas bombas argentinas de 225 y 450 kilos eran obsoletas o estaban mal regladas) la Royal Navy alcanzaba el límite de las pérdidas soportables: la tercera parte de sus destructores y fragatas”.
El punto clave parece estar en la determinación de los argentinos de no impedir a toda costa el desembarco en cercanías de Puerto Darwin. En principio, por no intentar el hundimiento con más determinación de los buques con tropas y con provisiones alimentarias e insumos para el combate. Pero ya en el momento en que se concretaba la presencia en tierra hay historiadores que revelan un escenario no impensable para que las fuerzas nacionales prevalecieran. Lo señala en el libro el almirante e historiador estadounidense Harry Train para quien la deposición de armas argentinas en Pradera del Ganso (Goose Green), una de las batallas más encarnizadas de los 90 días de contienda, "se produjo justamente cuando el jefe británico se consideraba en el límite de su capacidad para seguir combatiendo”.
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En Pradera del Ganso se enfrentó el 2° Batallón del Regimiento de Paracaidistas británico (2 Parac) contra la Fuerza de Tareas Mercedes 138, y el resto de los hombres eran de las Fuerzas Armadas cuyo comandante -el vicecomodoro Wilson R. Pedrozo- se negó a ponerse a las órdenes del comandante del ejército -el teniente coronel Italo Piaggi- quien le pidió al jefe de la Base Aérea Militar Cóndor que empeñara a sus hombres como fusileros, a lo que este se negó por indicación expresa del Jefe de Estado Mayor General de la FAA en Buenos Aires. El argumento esgrimido por los jefes de la fuerza aérea al negarse a contribuir a la defensa fue “que no era su misión pelear como infantes pues habían sido formados como técnicos, invirtiéndose mucho dinero en ello".
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Imagen de soldados argentinos en los primeros días tras la recuperación de las islas, en Puerto Argentino.
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La toma del istmo de Darwin significó -en términos estratégicos- que los efectivos argentinos desplegados en la isla Gran Malvina quedaran aislados hasta el final de la guerra, ya que Pradera del Ganso servía como escalón intermedio de comunicaciones con Puerto Argentino. Para los británicos, reseña Moloeznik, garantizó la cobertura de su retaguardia y flancos, para avanzar en profundidad hacia Puerto Argentino.
Las fuerzas argentinas habían hundido un buque contenedor importante, el SS Atlantic Conveyor, lo que dejó a los británicos sin helicópteros pesados. Eso obligó a que decidieran desembarcar Guardias Galeses el 8 de junio de 1982 en Bahía Agradable. Esa fuerza no fue aniquilada porque los argentinos no tenían un comando unificado de su fuerza con el ejército y las fuerzas terrestres permanecieron ajenas a lo que ocurría en esa zona. "De haber existido una coordinación efectiva entre ambas fuerzas, tal vez habría sido posible una batalla de cerco y aniquilamiento, porque las fuerzas anfibias británicas se encontraban ante la falta de defensa aérea adecuada y las fallas en la comunicación que pusieron a la operación anfibia en un riesgo increíble a la luz del día", observó el almirante Train.
“La verdad es que por dos veces la victoria pendió de un hilo, en Goose Green y en Bluff Cove, y los argentinos no supieron cortar ese hilo. Yo creo que ustedes podrían haber vencido en Pradera del Ganso, y si hubiera sido así, se habría frenado el avance británico. Podrían haber destruido las segundas tropas en Fitz Roy si los líderes del Ejército no hubiesen decidido retener a la Infantería de Marina”, sostuvo Train. “Si se hubiese hecho cualquier cosa para frenar el avance de los británicos, ellos habrían perdido, porque la flota había agotado su capacidad de autosostén en función del ejército que estaba luchando en las Islas. Habían agotado sus armas antisubmarinas, habían agotado sus armamentos para la guerra antiaérea, habían agotado la mayoría de las municiones de sus cañones y comenzaban a sufrir fallas mecánicas”.
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Familiar de unos de los combatientes argentinos en el cementerio de Darwin.
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La falta de planeamiento en el nivel político-estratégico terminó impactando en el nivel operacional. Y eso fue un problema argentino y no británico. Pero en el volumen que compilan Moloeznik y José Gabriel Paz varios autores extranjeros señalan que el ejército profesional británico sufrió pérdidas inesperadas frente a un enemigo ubicado en la periferia de los centros de poder mundial. "A pesar de las discrepancias en el nivel de entrenamiento entre las dos fuerzas, los argentinos se desempeñaron con valentía en esta guerra", sostiene Michael Dobb, oficial naval submarinista de carrera retirado de los Estados Unidos y docente de academias militares. "La victoria británica en Malvinas fue en cierto sentido engañosa. El hecho de que se lograra de forma tan rápida lo hizo parecer relativamente sencillo, cuando en realidad fue algo reñido y que fácilmente pudo haber tenido otro resultado” alega el ya citado británico Pearce. El historiador francés Pierre Razoux va más allá: “Poco faltó para que los británicos sufriesen una derrota”.
Tras finalizar las hostilidades, el almirante Train repasa como algo no menor las pérdidas del Reino Unido. “El precio cobrado por la Fuerza Aérea Argentina y la Aviación Naval durante la guerra en el mar, incluye los destructores británicos HMS Sheffield y Coventry, las fragatas HMS Ardent y Antelope, el buque de desembarco HMS Sir Galahad y el buque mercante Atlantic Conveyor. A éstos hay que agregar dos destructores británicos, 14 fragatas y dos buques de desembarco dañados durante el conflicto, todos ellos por ataques aéreos argentinos con bombas, misiles, cohetes y cañones, excepto el destructor Glamorgan que fue dañado por un misil Exocet lanzado desde tierra. 37 aviones británicos fueron perdidos por causas diversas. Las 14 bombas sin explotar en los cascos de buques británicos pudieron fácilmente hacer que las pérdidas de buques fueran el doble si las espoletas hubieran sido correctamente graduadas".
No obstante, parece remoto que en plena Guerra Fría el bloque occidental hubiera abandonado a Gran Bretaña. Hubo un grosero error de cálculo en prever la neutralidad norteamericana. A lo que se suman los desaciertos profundos e improvisaciones de la Junta Militar encabezada por Galtieri, Jorge Isaac Anaya y Basilio Lami Dozo reseñados en el informe encargado al general Benjamín Rattenbach. Estos se explicitan en varios planos: errores en el campo político-estratégico, por la conducción inadecuada de la política exterior. En el campo estratégico-militar, por la conducción ineficiente de la guerra. En el campo operacional, por haber intervenido en las decisiones de los mandos en operaciones. Y en el área económica, por no haber adoptado las medidas indispensables para sostener el esfuerzo bélico.
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Un plano desplegado del cementerio de Darwin, donde descansan los restos de 237 combatientes argentinos.
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El llamado informe Rattenbach concluye: “Esta guerra se encaró con unas fuerzas armadas equipadas, organizadas e instruidas solamente para un conflicto regional, pero no para enfrentar a las fuerzas armadas de Gran Bretaña, organizadas también para hacer frente a una guerra transoceánica moderna. Tal error fundamental se mostró pronto a través de la desigualdad del armamento de ambos contendientes, a las penurias y sufrimientos que se observaron en las tropas enviadas a luchar en las Malvinas”.
Entre los errores estratégicos, el almirante Train analiza la cuestión logística. “La reacción argentina ante la idea de que se debería combatir con los británicos en Malvinas, fue un refuerzo en gran escala en las Islas, una alternativa que el plan original no preveía y que originó una pesadilla logística para el sistema de aprovisionamiento argentino, que probablemente hubiera afrontado dificultades teniendo que apoyar la operación inicial, de muy inferiores alcances. La situación logística argentina en Malvinas fue aun empeorada por la decisión del Comité Militar de no usar buques para el refuerzo o reequipamiento después del 10 de abril, como resultado de la declaración de la Zona Marítima de Exclusión por los británicos a partir del 12 de abril. Esta decisión forzó a los argentinos a descansar totalmente en el transporte aéreo y el posible usando buques pesqueros para transportar hombres, equipos y repuestos a las islas e impidió el transporte de artillería pesada y unidades adicionales de helicópteros que hubieran hecho la defensa de las islas una tarea mucho más sencilla”.
De acuerdo con el oficial naval estadounidense y master en Relaciones Internacionales Anthony Grayson, “una vez que la Argentina adquirió el control de las islas, comenzó a aumentar el número de tropas y la cantidad de suministros. El desafío logístico clave para la Argentina no era llevar material a las islas, porque habían establecido sabiamente considerables arsenales de armas y municiones. El principal desafío era distribuir estos suministros en los lugares correctos en los momentos decisivos Las tropas que defendían las islas se vieron críticamente escasas de muchos artículos que estaban disponibles en abundancia en los establecimientos logísticos argentinos. Para empeorar las cosas, una vez que llegó la fuerza de tarea británica, los argentinos dejaron de abastecer las islas por mar y lo hicieron exclusivamente por aire, lo que redujo en gran medida el volumen de suministros que se podían almacenar y después entregar”.
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El presidente estadounidense Ronald Reagan y la premier británica Margaret Thatcher, aliados incondicionales en la contienda de Malvinas.
archivo La Capital
No obstante, las chances militares de predominio para los argentinos existieron. Pero hubo una decisión táctica de no atacar objetivos esenciales. "Hasta el más lego en el tema sabe que lo importante es hundir las naves de suministro y de apoyo logístico. Cuando hundieron el portacontenedores Atlantic Conveyor estuvieron muy cerca de ganar la guerra. Hubieran atacado uno o dos buques más de la marina mercante y estábamos terminados”, le dijo el experto británico N West al diario La Nación, en 1997. “El Estado Mayor argentino cometió el error de atacar más los buques de guerra que los navíos logísticos y los transportes de tropas, más indefensos”, subrayaba Razoux. De ahí cabe preguntarse, observa Moloeznik, qué habría pasado si la mayoría de las bombas procedentes de aviones argentinos que dieron en el blanco hubieran detonado. Si el transatlántico Canberra -que transportaba tropas- hubiera terminado en el fondo del océano. O si los torpedos del submarino ARA San Luis hubieran impactado en el portaaviones pesado HMS Hermes y aquel hubiera quedado inoperativo.
Pero esta posición conjetural deja de lado la cuestión estratégica de un país del primer mundo en conflicto bajo la presencia solidaria del bloque occidental. En el nivel interno, como dice el informe Rattenbach, la ausencia de un comando unificado, así como de coordinación entre el accionar político y el estratégico-militar, que permitiera garantizar una cadena de mandos y una mejor coordinación de los componentes y del planeamiento militar en sus diversos niveles y escalones. También la ausencia de una concepción, conducción y actuación conjunta, puesto que cada fuerza armada libró su propia guerra. Imposible desdeñar el llamado de Ronald Reagan a Galtieri, el día antes de la recuperación, advirtiendo represalias.
El profesor italiano Matteo Fornari, titular de Derechos de Conflictos Armados de la Universidad de Florencia, reseña que el conflicto armado del Atlántico Sur fue breve pero de intensidad: vio enfrentados a unos quince mil soldados argentinos y a unos veinte mil quinientos soldados británicos. Hubo aproximadamente una pérdida de mil vidas, casi una por cada dos habitantes de las islas. Treinta buques de combate y apoyo fueron hundidos o averiados y 138 aviones destruidos o capturados. “El conflicto de Malvinas incluye la primera verdadera confrontación naval desde la campaña del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial”, dice Fornari.
Algo modificó de manera sustancial la contienda. Fue el hundimiento del crucero General Belgrano con la muerte de 323 marineros. Tras esa catástrofe, la Armada argentina, sobre todo el portaaviones, redesplegó la mayor parte de la flota a una distancia más cercana a la costa protegida por la aviación de ala fija terrestre, y permaneció allí con lo que dejó de ser una amenaza seria para el éxito de la fuerza de tarea británica.
En esto parece haber también una dimensión simbólica que demuestra la presencia de ánimo con la que se encaró el conflicto de parte de la Junta Militar Argentina. Se lo nota en una significativa apreciación del almirante estadounidense Harry Train que fue testigo en la época. “Entre la ocupación de las islas el 2 de abril y el hundimiento del crucero ARA Gral. Belgrano, el 2 de mayo -dijo Train- las autoridades argentinas actuaron en la convicción de que estaban envueltas en el manejo de una crisis diplomática. Los británicos lo hicieron en la convicción de que estaban en guerra”.